No cabe duda que José Sanchis Sinisterra es el dramaturgo español más representado en nuestros escenarios. Ha impartido cursos y talleres en México a muchos teatristas, aunque sus planteamientos teórico-prácticos -su Manifiesto del Teatro Fronterizo o sus ideas acerca de la actoralidad- no logran mucha difusión ni universalidad. Se podría decir de él que es un dramaturgo de rango más bien modesto, si bien interesante, en el mundo teatral de habla española, como lo confirma este Juguete Cuántico en dos actos, como el autor subtitula a Perdida en los Apalaches, el texto que el Laboratorio Teatral Paraíso escenifica bajo la dirección de Antonio Algarra. El gusto del autor por el teatro dentro del teatro se manifiesta ahora con la supuesta conferencia que dará la doctora Dorothy Nieblas, con los espectadores como miembro de la estrafalaria Asociación de Divulgación, AC, e incluso ella y el vicesecretario segundo de dicha asociación se interrelacionan con el público. Por desgracia, la convención se rompe sin previo aviso durante el encuentro de Dorothy y el Instruso; aunque la anécdota se entiende perfectamente, la estructura dramática sufre un bache.
La historia que se nos cuenta (me) recuerda una de esas películas hollywoodenses que tienen mucho éxito de público -de ese ``todo público'' que quiere decir apta para infantes y que algunos adultos vemos por cable en franca deposición de nuestra madurez y en que se banalizan las teorías einstenianas con una aparente ingenuidad que en el fondo no es más que cinismo mercadotécnico-. En el caso de Sanchis Sinisterra creo que no existe el cinismo, pero mucho me temo que la ingenuidad impera (y como muestra esa ``advertencia'' que el autor escribe como introducción a esta obra), a pesar de la malicia del final en que se descubre la identidad del Intruso.
En el primer acto campea un humor muy español, un poco a lo Miguel Mihura y aun a lo Jardiel Poncela, e igualmente eficaz, con esos datos absurdos del vicesecretario segundo y su canasto de huevos y las denuncias que hace de la conducta de sus superiores. Ya se dan los ramalazos de otro tiempo y otro espacio y se ofrece el dato de la mosca -que puede ser una de esas moscas bombardeadas con protones por el doctor Forester- que se repite en el segundo acto. En éste, el tono cambia y se desarrolla la historia del amor contrariado. Es el sostén de la trama, pero también su punto más débil por el parecido arriba apuntado con cierta veta del cine estadunidense, en que se intenta anudar la especulación seudocientífica y lo sentimental. Por otra parte, no se entiende que la cita más socorrida de Proust se convierta en el té tomado con la tía Magdalena. Como no se entiende que no se suprima un feo parlamento racista de Dorothy (``No soy su negra, ni su india, ni mucho menos su conejillo de Indias'') al quejarse de su maestro, quizá dado para marcar su origen estadunidense, pero que le enajena nuestra simpatía. En la adaptación al medio mexicano (se habla de mezcal, se hacen chistes políticos de este país, se ofrecen viejos anuncios de nuestra radiofonía) podría haber suprimido.
La poca disponibilidad de espacios escénicos obliga a los teatristas a compartir el escenario en diferentes días de la semana, lo que es un obstáculo para colocar las escenografías. En ésta, que no es una de las más felices del prolífico Arturo Nava, se columbra en la parte posterior la de Muerte súbita, lo que produce una sensación de gran descuido, acentuada por lo poco grato de la pintura escénica en el segundo acto. En ella, Antonio Algarra mueve a sus actores en el discreto trazo escénico que el texto le pide y enfoca su dirección hacia los actores. Es la primera vez que Emoé de la Parra muestra su vis cómica y está en verdad muy graciosa, al extremo de poder jugar sus escenas con Carlos Cobos sin que la enorme simpatía de este actor la borre, y logra el tránsito hacia el sentimentalismo con acierto. Cobos tiene en el pomposo burócrata un personaje del que saca todo el partido posible. Miguel Angel Ferriz, sin dejar de lado su eficacia actoral, está un tanto por debajo de otros trabajos que se le conocen, quizá porque su personaje no ofrece aristas ni matices. En suma, un momento entretenido, pero sólo eso. Si se aspira a más, no creo que se consiga.