LETRA S
Septiembre 2 de 1999
Crónica Sero
JOAQUIN HURTADO
"Sus riñones están al 75 de su capacidad. Hay que volver a hacer un chequeo minucioso para medir el avance del daño." Diez años de caros venenos y el médico lo dice como quien habla del otoño: las hojas caen, es natural. Las noticias malas nunca vienen solas: a mi mujer le han detectado artritis incipiente y un cuerpo extraño en la matriz. El grafitti de las cuatro capitales se retiñe de púrpura allá en el cielo falso de nuestros proyectos, las letras escurren hasta la cabecera. Los restos de dichas que uno guarda a veces en el buró, otras en el ropero, buscan asustadas su lugar debajo de la cama, entre la pelusa del olvido.
Lo duro viene cuando se cruzan nuestros ojos. Para soportar los despiadados sables decimos frases como "hay que ir haciendo testamento" (nótese la carencia del artículo posesivo), o "¿has pensado con quién se quedará el chamaco?" (vuélvase a notar la carencia del "mi"). Y lo discutimos como quien habla del techo que requiere atención porque se aproxima la época de ciclones. "Sí, hay que ir con el notario. Claro, es necesario hablar con mis hermanas. --¿Estará bien un fideicomiso?" La serena valentía es el rostro del terror cuando lo siente un loco. En lugar de abrazarnos y chillar como los simples héroes, ahí andamos en la pendeja, planeando los detalles más sutiles para facilitar el desastre.
Llaman nuestros amigos y nos ofrecen de todo. Desde un día de campo en los pavorosos balnearios familiares, hasta orgías de viernes a domingo. Y todo aceptamos, porque de lo que se trata es de colarse por la vida, sin que nadie se dé cuenta del nombre de este juego. Los amantes nos hablan de sus debacles sentimentales y los atendemos como quien oye el cucú de la paloma silvestre.
Cantando a voz en cuello las de José Alfredo, encerrado en mi cápsula blanca modelo 93, la mirada fija en el chofer del trailer que le enseña impúdicamente a quien lo vea quien es el rey de todo el mundo; le digo a mi mujer que ya voy para allá, que la amo y que prefiero para la comida el mole poblano a los chiles rellenos. Y me oigo como quien escucha el rumor de un avión lejano, feliz de que el dolor sea tanto que ya ni lo sienta. El semáforo cambia y sigo mi rumbo. Vivir no es preciso, navegar sí.