LETRA S
Agosto 5 de 1999
Crónica Sero
JOAQUIN HURTADO
Ni cómo desactivar ese sonido terco. Los ojos de tu madre, de tus hijos, de tu hermana, son máquinas tatuadoras. Sus pupilas son puntillas entintadas que van bordando su propio dolor con manchitas indelebles sobre tu frente, debajo de tu verde piel.
"Váyanse tranquilos, ya me siento mejor": no significa lo que las palabras y la frase en su conjunto pretenden. No señor. Quienes te rodean extraen de su antigua melancolía el pequeño diccionario de los moribundos queridos: "quédense, porque la soledad me aterra": lo cual significa que a las siete cambian la guardia y no sabes qué gente suba a castigarte afablemente.
"¿Y cómo se siente hoy, don X?, ¡ya se ve mejorcito!": la enfermera quiere decir "¡cómo es que no te recoge Dios de una vez y para siempre, desgraciado!" La impresión del agua trasminada en una cuarteadura del techo te dictamina a diario con insolente precisión.
Esa clepsidra no se desvanece en cuenta regresiva, sino que extrae de algún rincón de la selva microscópica nuevas y refinadas maneras de hacerte saldar tus compromisos. Ahora mueres pero a cambio se te dio una virtud maravillosa aunque inútil: sabes. Lo sabes todo. No la buscas, la omnisciencia te busca a ti. Por esa cuarteadura del techo cae la gota del conocimiento que derrama sobre tu rostro la brillante conciencia.
Escribes las nuevas gramáticas de ese ajado diccionario que a veces sacan tus familiares. Inventas y reformas con insólitas acepciones las palabras conocidas, los neologismos para representarse un dolor, un olor, un color. La ventana que mira a un baldío no es más que un par de golondrinas. Sin ventana no habría golondrinas y sin golondrinas no existiría el hospital.
Toxoplasma es un sonido horrendo. Pero el trueque ocurrido en tu breviario te obsequia la imagen de una cabeza cana, y la mano de tu madre. Las imágenes llegan en torrente después de cada disparo fonético. Ahora estás en medio del desierto circundado de cardos y horizontes. Más acá reposas en la banca metálica de la Alameda, donde parloteaban todas las mariposas del mundo al mismo tiempo. Un poco más a la izquierda sales del baño de vapor, en cuyos hornos se quemó el vals de bodas que te unió a María, quien suele visitarte por la grieta en el techo. Suspiras, toses, te vas quedando dormido.