LETRA S

Agosto 5 de 1999


Ventajas sociales de la prevención en gays

ls-homo

JOSE ANTONIO IZAZOLA

 

Está cada vez más confirmado que la epidemia de VIH/sida en nuesto país es eminentemente urbana, masculina y creciente. Mal hemos hecho en creer que dicha epidemia se ruralizó, se feminizó o se contuvo. La información disponible no sostiene estas hipótesis.

Mucho se dice que las cifras públicas son incorrectas, que los casos de sida son reflejo tardío de la epidemia, que cuando se analizan las infecciones recientes la epidemia es distinta, en fin, múltiples razones para tratar de enfocar las prioridades en políticas públicas en forma diferente a lo que indican las cifras oficiales, las cuales cuentan con validez y calidad suficientes.

Desde hace muchos años escucho decir en foros nacionales e internacionales que la epidemia del VIH/sida en México ya no afecta a hombres con prácticas homosexuales, que la verdadera epidemia de VIH ocurre en mujeres, en el campo. De ser ciertas dichas afirmaciones, entonces ¿por qué no se han visto reflejadas en los casos de sida? ¿Por qué, si la población es mitad hombres y mitad mujeres, el total de casos en mujeres solamente es de 15 por ciento, y aún así se quiere justificar la inexistencia de programas preventivos eficaces y suficientes dirigidos a hombres? ¿Por qué al considerar sólo los casos transmitidos sexualmente hay 10 casos en hombres por cada caso en mujer?

No es mi intención negar la existencia de una epidemia creciente de VIH/sida en mujeres, la cual debe atenderse para que no se convierta en una epidemia. Más bien, mi intención es llamar la atención acerca de una existente epidemia en hombres, particularmente entre hombres con prácticas homosexuales, que debe ser urgentemente atendida.

La información epidemiológica que permita conocer y analizar la epidemia del VIH/sida es un bien público. Por ser pagado con fondos públicos como por ser una función irrenunciable del estado. La información epidemiológica debe estar disponible para análisis de actores gubernamentales y no gubernamentales; no se justifica el esconder esta información con la excusa de que no es entendible por la población general u otros actores.

Justamente, con base en la información epidemiológica se puede proveer un debate de ideas de cómo ejecutar las mejores estrategias para la prevención del VIH. Si reconocemos en las cifras la aún creciente epidemia en hombres con prácticas homosexuales, cómo justificamos la inexistencia de intervenciones eficaces y suficientes en esta población.

Debido a que el mayor número de infecciones es por vía sexual, en particular en relaciones homosexuales, se levantan cuestiones de tipo moral que no se levantarían si el carácter de las intervenciones fueran distintas. La homofobia ha paralizado y malaconsejado a tomadores de decisiones dentro y fuera del sector salud.

Hay quienes argumentan que los fondos públicos deben dedicarse a proteger a las amas de casa, quienes se infectan usualmente por las prácticas de riesgo de sus parejas sin el conocimiento de ellas y sin tener el control en sus manos de disminuir el riesgo.

Tienen razón. Hay que evitar que se infecten estas mujeres. En donde hay debate es en la estrategia a seguir. Con frecuencia se habla de dotar de igualdad a las mujeres en la toma de decisiones mediante la ganancia en poder, y es acertada su lógica, pero la operacionalización oportuna es dudosa. Es difícil creer que programas dedicados a prevención dirigidas a amas de casa tengan la cobertura y la eficacia deseadas, y sobre todo, no es creíble que se puedan identificar a las que con mayor urgencia requieren de estas intervenciones. Es posible entonces, que cuando se lograra tener relaciones igualitarias de género, aquellas mujeres que más lo hubieran necesitado ya se hubieran infectado por VIH.

Otros enfoques, conocidos y con probada eficacia desde hace varias décadas, señalan que es más eficiente hacer intervenciones dirigidas a las personas con prácticas de riesgo para adquirir enfermedades de transmisión sexual. En el caso de México, si la mayoría de las personas que han adquirido VIH/sida han sido hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, entonces la existencia de intervenciones suficientes y adecuadas dirigidas a ellos rendirían los mayores frutos. De hecho, los beneficios no solamente serían para estos grupos en forma exclusiva, sino también para la sociedad en su conjunto.

Por ejemplo, para evitar que una ama de casa se infecte por las prácticas de su pareja, hay dos posibilidades: 1) hacer que toda mujer utilice condón en todas las relaciones sexuales con sus parejas (difícil de llevar a cabo cuando hay desigualdad de poder por género), o 2) evitar primero que se infecten sus parejas (prevención primaria).

La segunda estrategia puede brindar resultados más pronto que la primera.

Debido a la epidemiología del VIH/sida en México, la mayor probabilidad es de que estos hombres se pudieran infectar por relaciones con otros hombres. Si se evita la transmisión del VIH entre hombres que tienen sexo con otros hombres, este hombre hipotético no se infectaría y tampoco infectaría a su mujer. Lo mismo sucede con los clientes de trabajadoras/es sexuales.

Las enseñanzas internacionales muestran que la función pública en prevención de la transmisión sexual del VIH se lleva a cabo mejor cuando se efectúa por iguales, es decir, mediante intervenciones comunitarias. Bien harían los programas de prevención de VIH/sida gubernamentales en financiar la capacitación de grupos de base comunitaria y financiar mediante concurso público las acciones de prevención en sus comunidades, dando preferencia a los grupos más afectados en base a información epidemiológica adecuada.

La prevención dirigida a hombres que tienen sexo con otros hombres no debe ser concebida sólo como una simple distribución de panfletos, condones y carteles. Debe enraizarse más profundamente en el tejido social que coloca a estos hombres en situación de vulnerabilidad. Es decir, debe abolirse la discriminación por orientación sexual, entonces quizá terminaran los ghettos en los que viven estos hombres y no tendrán necesidad de buscar la unión heterosexual para no ser discriminados, no habría mujeres engañadas por sus parejas y por sí mismas acerca de su propia relación de pareja, etcétera. En fin, se podría proceder a una cultura del autocuidado y de la autoestima conducentes a la adopción de monogamia, evitando entonces morbilidad innecesaria, así como la tan dolorosa mortalidad prematura, por supuesto totalmente evitable.