Adolfo Sánchez Rebolledo
¿Coalición electoral sin gobierno de coalición?

Un consejo ciudadano ha sido nombrado para encontrar el hilo perdido de la madeja de la coalición. No es fácil la tarea que tiene encomendada: debe hallar la fórmula salvadora que permita elegir a un candidato de la famosa coalición mediante un método aceptable para los contendientes, sin excepción. ¿Cuál es el problema que no pueden resolver juntas las cabezas negociadoras de los partidos? La respuesta es desoladora, pero muy simple: la desconfianza que se tienen entre sí los dos partidos mayores y sus candidatos.

En una situación, digamos normal, los problemas ``operativos'' se resuelven sin cuestionar el fondo del asunto. Lo decisivo es la alianza, no el candidato, a menos que, supongamos sin malicia, las razones para sacrificar los intereses particulares no sean más que pura retórica de los políticos profesionales.

Por supuesto que una alianza de esa magnitud es impensable sin grandes jaloneos, pues cada quien tiene, como es natural, sus intereses que defender y quiere sacar alguna ventaja, así sea mínima sobre sus aliados potenciales, pero aquí, hablando en plata, hay algo más, ya que las dudas se refieren a la naturaleza misma de la coalición que se busca suscribir.

Los partidos anunciaron con fanfarrias la llamada Alianza por México, pero no tienen una formulación precisa que diga si se trata de una alianza electoral para ``sacar al PRI de Los Pinos'', o si buscan formar de común acuerdo una coalición de gobierno, a cuyo cargo estaría la ejecución del programa mínimo de reformas contenido en la plataforma electoral, que por ley las coaliciones han de presentar a la nación. Pero eso no es lo que piensan los candidatos Fox y Cárdenas; el primero ya dijo que ``sí al pluralismo'' pero ni hablar de coalición gubernamental. Y es que la idea de la alianza electoral sigue ubicada en la misma lógica del sistema que se quiere abatir, por más que se presente como la única posibilidad cierta de superarlo. Sus líderes piensan en la Presidencia de la República, como si ese cargo fuera todo el Estado. Ganada, razonan, todo lo demás caerá (democráticamente) como un castillo de naipes. Ese es el cálculo, a mi modo de ver, equivocado. La reflexión, pues, se reduce en forma natural al nombre del hombre que tendrá el honor de ocupar el primer sexenio del milenio la silla presidencial. Esa es la gran hipótesis de la coalición y, también, su talón de Aquiles.

Para una coalición gubernamental, en cambio, sí importan las ideas, los programas de cada partido, sus orientaciones políticas y culturales, sus propuestas. Interesa no mezclar agua con aceite. Las personalidades pesan, sin duda, pero cuenta más la posibilidad de lograr un cambio real en la correlación de fuerzas, fortaleciendo a los partidos democráticos y asegurando la presencia de una ciudadanía dispuesta a hacer suyo un programa de gobierno que, por lo mismo, ya no sería exclusivamente ni de Fox ni de Cárdenas sino, justamente de esa coalición previamente pactada.

Pero eso no es lo que se está discutiendo en México. Aquí se trata, exactamente, de meterlo todo en la batidora electoral para que uno de los dos --o Fox o Cárdenas-- llegue a la Presidencia, ¿y luego? Pues en el camino de las mayorías ahí nos vemos, montados en caballo de hacienda sin el PRI, que estaría en la oposición rumiando la derrota y sus fracturas. ¡Uf! Qué lejana está esa idea de la coalición de otras que a contrapelo se toman como ejemplo. Se olvida que los grandes partidos chilenos se unieron contra la dictadura de Pinochet cuando fueron capaces de revisar los fundamentos de sus propios programas partidistas y acortaron distancias en asuntos vitales, cosa que aquí ni soñando han hecho el PAN y el PRD. La concertación que sustituyó en el gobierno a la dictadura chilena hubiera sido imposible sin un compromiso muy serio y responsable, sustentado en un pacto político, económico y social no coyuntural, suscrito tras superar la división que había separado a la democracia cristiana y el socialismo durante la etapa anterior. Aquí no hay nada semejante. Hace muy poco el PRD consideraba al PAN un partido ``traidor'', aliado menor del gobierno y éste lo reconocía como una sucursal del PRI. ¿Qué ha cambiado tanto para que ambos den un viraje así? El temor de que el PRI vuelva a ganar las elecciones, a pesar de los análisis de los partidos que ya lo daban por muerto. Y la impaciencia para construir una alternativa, pero ésa es ya otra historia.