Sergio Zermeño
UNAM: la nueva lucha de clases

Con enorme dificultad el ala menos radical del CGH logró la madrugada del martes una votación mayoritaria hacia la ``flexibilización'' del pliego petitorio. ¿Es flexibilización exigir un Congreso Resolutivo y la derogación del reglamento de pagos, a cambio de ``bajar'' al Congreso los puntos sobre el Ceneval y las reformas del 97? Que cada quien juzgue; el hecho es que, aunque poquito, por fin se movió la piedra... y sin embargo ¡cuánto tuvieron que acercarse los moderados a los radicales para lograr esa votación!, ¡cuántas horas invertidas en esa asamblea popular universitaria en que se ha convertido el CGH (y que de poco servirían, por lo que acontecería ese mismo martes)!

Y es que la suerte estaba echada porque ya Barnés y Zedillo tenían preparado --con la participación de ``los otros eméritos'' (anunciados como los auténticos) y ``los otros estudiantes''-- el acto de solicitud de intervención de los poderes gubernamentales para la devolución de las instalaciones universitarias.

Muchas vueltas verbales dio el Presidente, pero en concreto les pidió que respaldaran su petición con alguna constatación de que por mayoría (``democráticamente'') se pudiera justificar la intervención ante la opinión pública porque no quería otro 68. Casi simultáneamente, en el Auditorio Nacional arrancaba el acto masivo de ``los integrados'', de la gente bien, y casi tan bien vestida como quienes se entrevistaban con Zedillo.

Por la tarde arrancaba la sesión del Consejo Universitario, sin propuesta para llevar adelante la sugerencia de los eméritos ni para el diálogo, y sin intención de hablar de un congreso ni derogar ningún reglamento.

Los personajes del drama han tomado su lugar en el escenario: la élite universitaria defiende rabiosamente sus intereses acantonada en el imperativo del saber, en la inevitabilidad del avance científico-técnico como promesa de la felicidad, en la más caduca ideología de la modernización, y con esos fundamentos construye una teoría de la excelencia académica elitista, excluyente, recortadora de la educación masiva (los directores se intercambian dependencias o cambian sus nombres para seguir en el poder por lustros). Aquí, debido a nuestros escasos recursos, lo masivo es detestable, aunque la Sorbona sea masiva y también lo sea la Universidad de California. El Estado neoliberal agarra al actor excelentista de la mano (como el Presidente recibió de la mano de Bolívar Zapata su carta, ese ``pacto de los integrados'') y sabe que muy poco de lo que produce la excelencia académica sirve en una economía maquiladora, pero no le aprieta la mano por su ciencia, sino por su eficiencia ideológica, por el discurso excluyente que legitima.

En el otro extremo, la forma en que esta élite recuperó el control de la UNAM hace doce años, sirviéndose del tiempo y de las mejores técnicas desmanteladoras de la identidad colectiva, coloca al CGH en la intransigencia total: Congreso resolutivo y derogación del Reglamento de Pagos o nada. ¿Y con qué argumentos decirles que no tienen razón, que lo que aconteció en Los Pinos no es grave, que el desdibujamiento premeditado de la autoridad de los eméritos no es el primer paso de esa ingeniería, que no tomen en cuenta las demandas judiciales en su contra... No hay argumentos y, además, los huelguistas no están atenidos a lo que las agrupaciones académicas moderadas, y en franca erosión a derecha e izquierda, podamos sugerirles. En el escenario también aparecen sus huestes y sus gurús que les advierten que los eméritos son agentes del establishment; se oyen los llamados apocalípticos y milenaristas, Ivanes terribles, antipristos conradianos que desde el fondo del río presagian la hecatombe neoliberal y la refundación de la universidad y del nuevo mundo. A la demostración de fuerza del Auditorio y de Los Pinos oponen el llamado a la defensa del campus con los sindicatos del Frente Antiprivatizador y con los contingentes del movimiento urbano popular.

¿Habrá tiempo para hacer algo? ¿Algún Lampedusa que interprete los imperativos del tiempo presente, algún grupo de humanistas que regrese a los universitarios la concordia, que le ponga un alto a estos mezquinos desaforados? ¿El Consejo Universitario de este jueves podría hacer alguna propuesta? Un congreso no es tan grave, reformar una institución que no ha cambiado hace 50 años no está mal o, al menos, es mejor que acabar con las intermediaciones, vaciar el centro, matar de un golpe lo que quedaba del tránsito a la democracia, desatar la nueva lucha de clases.