Desde el levantamiento del EZLN, uno de los fenómenos que han ido tomando proporciones alarmantes es el de los llamados desplazados. Los indígenas se ven obligados a salir de sus comunidades de origen por la presión y represión de los cuerpos de seguridad del Estado, sumado a los ataques y asesinatos de los grupos paramilitares y la confrontación de los indígenas vinculados al PRI.
Como consecuencia de los desplazamientos, las comunidades han perdido la posibilidad para retomar sus principales actividades productivas, impidiendo cubrir sus más urgentes necesidades de autoconsumo alimentario y de ingreso. Bajo estas condiciones se pretende obligar a los indígenas a recibir apoyos económicos bajo diversas modalidades, que van desde infraestructura hasta proyectos productivos. No es sorprendente que el gobierno esté impulsando un programa productivo mi-llonario, asesorado por Diana Oribe, financiado por el Banco Mundial y aplicado también en las zonas de influencia zapatista, y está decidido a sostenerlo aunque sea por la a fuerza, es decir, por el expediente de la extrema necesidad de los indígenas.
Los desplazados son tanto el instrumento como el triste corolario de la política de confrontación de un go-bierno que no está dispuesto a dialogar. Pero no sólo es una táctica de guerra, sino que en el caso de Chiapas este propósito se convierte en una exigencia para tratar de romper con el tejido social, cultural y político que ha dado fortaleza a las comunidades zapatistas y que estaría en la base de su extraordinario movimiento.
Este fenómeno no puede explicarse si no se toma en cuenta que los indígenas de Los Altos y las cañadas en Chiapas han presentado un comportamiento migratorio prácticamente ``en equilibrio''. Esto se traduce en la permanencia de sus habitantes en la región, a pesar de la pobreza extrema, de la marginación, desnutrición, enfermedades, etcétera, a diferencia de lo que sucede con otros grupos que en condiciones similares utilizan a la migración como una ``estrategia de sobrevivencia'', y que en su movimiento pueden llegar hasta Estados Unidos.
Los indígenas de Chiapas nunca han querido vivir esa ``válvula de escape'', y de esta forma han evitado la pérdida de riqueza cultural que acompaña siempre a los fenómenos migratorios. Ni han abandonado la tierra ni lo harán, pues está claro que prefieren la muerte. Esta vinculación con la tierra ha sido el eje aglutinador de una identidad comunitaria que se mantiene viva, y que dio paso a la insurgencia de un fenómeno en el que se reforzaron sus lazos histórico-culturales en forma tan sólida, que les permitió enfrentar al Estado mexicano bajo la propuesta unitaria de luchar por un nuevo proyecto de nación. En este marco se explica la demanda de autonomía de los indígenas, que se convierte en la posibilidad de mantenerse en sus tierras y poder decidir sobre sus formas de inserción productiva, para vivir dignamente con la posibilidad de arraigo de sus pobladores. ¿Quiere el gobierno que se inicie un movimiento migratorio masivo que tenga como destino los Estados Unidos, para que nuestra población engruese una fuerza laboral que pueda ser sobrexplotada en el país vecino?
El gobierno no acepta el diálogo, no acepta la autonomía, no quiere parar la guerra, y ante la tragedia mantiene los ojos bien cerrados.