Me gusta ver y oír en estos tiempos los informes presidenciales. En tiempos remotos, quiero decir, cuando don Manuel Avila Camacho era presidente de la República, obviamente no se veían pero se oían. Pero en aquellas épocas el Informe duraba sus buenas cuatro horas o más y resultaba aburrido. En la actualidad no pasa de hora y media o dos horas. La contestación solía ser breve, pero no tan breve ni tan sustanciosa como la de Carlos Medina.
A partir del último Informe de Miguel de la Madrid, las cosas han cambiado. En esa ocasión, Porfirio Muñoz Ledo hizo cuantas interpelaciones se le ocurrieron, con gran escándalo público y una atinada presidencia de Miguel Montes que le valieron después responsabilidades mayores. Me acordaba de Miguel cuando en el escaso tiempo en que pude ver el desarrollo del Informe, Carlos Medina suspendía la actuación presidencial y pedía, con educación exquisita, que los señores senadores o diputados no dieran lata. Sin conseguirlo, por supuesto.
En realidad me quedé con las ganas de ver todo y desde el mero principio. Se me complicó la vida en el despacho, tuve citas que atender y cuando llegué a la casa de ustedes, alrededor de las ocho de la noche, ya había pasado mucho y, para colmo de males, nos fuimos de cena Nona y yo. Pero ví cosas que me llamaron la atención, no tanto como me habrían llamado de presenciar el gran final en el marco de la intolerancia priísta.
Leí la mañana del jueves, por supuesto, las crónicas y el texto de la intervención de Carlos Medina con lo que seguramente me enteré mucho mejor de lo que dijo que los que medio lo oyeron en pleno barullo del Partido Oficial. Y declaro sin reservas que me gustó. El viejo estilo de ``sí, señor presidente'' ya ha pasado a la historia.
Lo bueno de la tele es que no caben engaños, a veces provocados por la estructura de una sala de sesiones que aleja a los protagonistas y los rodea de distancias casi infranqueables (salvo cuando media el buen humor de Marco Rascón o la audacia de Muñoz Ledo). Y en esos close up la imagen del Presidente era casi preocupante. Tenso, rígido, asumiendo con entereza un papel difícil, nada envidiable. Las interrupciones valiosas de Carlos Medina le permitían respirar de nuevo, ver hacia delante, medir las distancias y los tiempos. Pero la tensión no se le quitaba.
Dicen: eso ya no lo ví, que cuando la jauría priísta vociferó en contra de Medina Plascencia, el Presidente esbozó una sonrisa, algo así como ``ahora te toca a ti''. Pero me supongo que no era una sonrisa de alegría sino esa reacción natural de todo el que ha pasado por un momento peligroso: que estén a punto de atropellarte, o de chocar o de caerte a un río y que cuando te ves libre de riesgo sueltas la carcajada que se convierte en una forma de reaccionar ante el miedo instantáneo. Que en el caso del Presidente, miedo o preocupación (y yo habría tenido pánico) no fue tan instantáneo.
Debo reconocer otra cosa: independientemente de las simpatías o antipatías políticas que hoy, casi, se me convierten en indiferencias, me molestó muchísimo que se violentara la solemnidad del acto. La vieja y grata costumbre del traje negro para asistir al Informe se rompió en mil pedazos en las bancas opositoras. No faltaron sombreros campiranos y descorbatamientos evidentes. Y lo que hay en mí de respeto ancestral por las solemnidades indispensables en los actos de relieve público se rebeló en contra de esas prácticas. A lo mejor es que soy muy cursi o que ya estoy viejo.
El Presidente es, perdón por la idiota redundancia, el Presidente. Es, en ese momento, más símbolo que hombre de carne y hueso. En el nuevo diseño de los informes que permite discursos previos partidistas y la respuesta del presidente del Congreso, lo demás es teatro y de mal gusto. Como lo fue también lo que hizo mi querido amigo Vicente Fox, de salirse a medio Informe. Me temo que la mercadotecnia le está privando del ejercicio de su propia inteligencia y sensibilidad. Corre el riesgo de convertirse en personaje de zarzuela.
Lo que pasa es que me duele México. Andamos dando traspiés y en terreno resbaloso. Por ese sendero no se llega a ninguna parte positiva. Será, tal vez, que vivimos en el culto de la violencia.
Es una lástima. Porque la propuesta presidencial de servir a la tolerancia, me parece fundamental. Que lo aprenda, dicho sea de paso, el PRI. O los que dicen representarlo en las Cámaras y, a lo mejor, sí lo representan.