ƑOTRA DECADA PERDIDA?
Si los ochenta fueron denominados en América Latina la década perdida, Ƒqué podríamos decir de los noventa, que no se han quedado a la zaga en retrocesos y desastres? Basta ver las cifras: en Chile, el poder adquisitivo de los salarios se encuentra al nivel que tenía a comienzos de los setenta y, en México, los mínimos han registrado -según cifras oficiales- una caída de 42 por ciento en términos reales en los últimos diez años. En países otrora prósperos, como Argentina, los índices de desocupación superan a los registrados en los primeros años después de la crisis mundial de 1929, y en prácticamente todas las naciones latinoamericanas, para desasosiego de sus habitantes, el número de personas sumidas en la pobreza ha alcanzado dimensiones inusitadas e intolerables.
Sin embargo, América Latina es una importante exportadora de capitales (que tan necesarios serían para su desarrollo) y soporta apenas el peso de una deuda externa cada vez más abultada e injusta. Además, aunque el crecimiento demográfico es menor que hace varias décadas, el escaso incremento del producto interno bruto latinoamericano ha provocado que el PIB por habitante se sitúe en un nivel absolutamente desalentador.
A estos datos cabe agregar que, pese a los importantes esfuerzos exportadores realizados a la fecha, la participación de las economías latinoamericanas en el mercado mundial continúa disminuyendo, y que en la próxima Ronda de Seattle, donde Estados Unidos y Europa sin duda librarán una gran batalla en torno al asunto de los productos agropecuarios, América Latina tendrá muy poca voz conjunta y, presumiblemente, no conseguirá superar el proteccionismo de esos dos grandes bloques ni tampoco defender mucho los deprimidos precios de los productos mineros y agrícolas que conforman una parte esencial de sus exportaciones.
Por otra parte, los remedios neoliberales promovidos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, tras un primer momento de aparente eficacia, demostraron ser peores que los males que pretendían solucionar. Ahora, en prácticamente todo el subcontinente resulta cada vez más difícil mantener una aplicación ortodoxa de las recetas que los organismos internacionales ofrecen como "salvación", y el rechazo social a estas medidas ha alcanzado magnitudes multitudinarias.
Pese a todo, gran parte de los gobiernos latinoamericanos parecen empeñados en mantener un modelo económico cuyos beneficios sólo han alcanzado a una pequeña minoría y a los grandes capitalistas y organismos extranjeros. Para ejemplificar esta situación, basta señalar el caso de México: en la última década, la economía mexicana ha transferido 381 mil 693 millones de dólares por concepto de amortizaciones de deuda externa de los sectores público, privado y bancario. De esta forma, mientras el país ha sustraído de su patrimonio cantidades exorbitantes para pagar los pasivos contraídos con organismos internacionales e instituciones bancarias extranjeras, la política económica vigente se ha traducido en una caída brutal del poder adquisitivo de los salarios, en el ahondamiento de las desigualdades, en la concentración desmesurada de la riqueza en unas cuantas manos y en el empobrecimiento acelerado de millones.
Sin embargo, tanto en México como en otros países latinoamericanos los gobiernos no parecen estar interesados en modificar sus políticas actuales.
Pero en momentos de fuertes cambios en la gran mayoría de las naciones del subcontinente, Ƒse podrán mantener esas sangrías tan conocidas y perniciosas sin que las mismas tengan graves consecuencias políticas? ƑEn vez de salvar a los banqueros y de pagar la deuda externa hasta con la última gota de sangre de los latinoamericanos, no ha llegado la hora de cambiar de política?