En México, el pasado siempre está presente en muchos ámbitos; uno de ellos es el arte. Constantemente se presentan exposiciones en las que el ayer es el tema de hoy. En dos soberbios palacios del Centro Histórico se exhiben sendas muestras de pintura de siglos anteriores, que nos llevan a vernos desde nuevas ópticas: el llamado Palacio de Iturbide, bautizado así por el breve tiempo que lo vivió el entonces emperador Agustín de Iturbide, a quien se lo prestó su dueña, la acaudalada familia del conde de Moncada y Villafort y actualmente propiedad de Banamex, expone Pintura y vida cotidiana, producto de un esfuerzo de colaboración institucional, con el fin de apoyar una investigación sobre la pintura producida entre 1650 y 1950, alrededor del tema de la vida cotidiana: coleccionistas públicos y privados participaron prestando valiosas obras.
Es interesante percatarse de la importancia que ha tomado en los últimos años el estudio de la vida cotidiana, que solía considerarse un tema trivial dentro de la academia internacional. Ahora se ha visto que es una buena fuente para comprender con más profundidad la complejidad del ser humano.
Consciente de ello, Fomento Cultural Banamex convocó a un grupo de especialistas de la Universidad Nacional para que se dedicaran a la localización y estudio de obras pictóricas que no sólo reflejaran la vida cotidiana de tres siglos, sino que hubiesen servido también como provocadora de costumbres y actitudes, al imitarse las situaciones descritas en ellas por otros grupos sociales y en otras regiones del país.
Las obras expuestas permiten apreciar los prejuicios sociales de cada etapa de nuestra historia, así como los anacronismos que esconden o enseñan, detrás de aspectos religiosos o mitológicos, de tiempos y lugares ajenos a nuestra historia, en su mayoría, por fortuna ya desaparecidos. La muestra se ha dividido en dos grandes apartados. En el primero aparece una selección sincrónica de temas, separados por las etapas más significativas de nuestro pasado, a partir de la época virreinal, el siglo XIX y el XX.
La rica variedad de pinturas, permite solazarse en los temas y autores, que a cada persona son más gratos, pues hay para todos los grupos: los paseos, las diversiones, fiestas y saraos, los mercados y mercaderías, la maternidad, la muerte, la religiosidad, los oficios y talleres, el teatro y el circo y un sin fin más. Algunos de los artistas: Pelegrín Clavé, José María Velasco, Pedro de Arrieta, Eduardo Pingret, Hernando de Lara, El Corcito, Gabriel Fernández Ledezma, Alfonso Cano Manilla, Manuel Rodríguez Lozano, Siqueiros y muchos anónimos que dejaron plasmados deliciosos cuadros costumbristas, entre otros los de castas.
Una variedad igualmente rica que incluye un soberbio biombo es la que presenta el Museo Nacional de Arte (Munal): Los pinceles de la historia. El origen del Reino de la Nueva España. Su objetivo no se limita a dar valor a un conjunto de piezas de gran contenido documental; al conceptualizarlas en un espacio museográfico, ``busca indagar acerca del origen literario e historiográfico de sus temas, de sus peculiares maneras de patrocinio y de la recepción que tenían en el público de su tiempo''.
La sede de este museo es el que fuese Palacio de Comunicaciones, imponente edificio en estilo ecléctico, que diseñó a principios de siglo el arquitecto italiano Silvio Contri, por instrucciones del presidente Porfirio Díaz. Ahora la parte principal está en remodelación, para poner al día con la tecnología museológica y museográfica más moderna este sitio que guarda la historia del arte mexicano desde el pasado prehispánico.
Hay que confesar que se extraña, pues siempre era grato al finalizar la visita a sus exposiciones temporales, generalmente magníficas, echar un vistazo a la colección permanente, que incluye una sala dedicada a los retratos de la célebre María Asúnsolo, quien convocó a su alrededor a varios de los mejores artistas de su época, que, cautivados por su belleza y personalidad, la plasmaron en espléndidas pinturas. Estamos hablando de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Juan Soriano, Nefero, María Izquierdo, Guerrero Galván, Angelina Beloff, Orozco Romero, y su tío, el notable escultor Ignacio Asúnsolo, que la inmortalizó en un hermoso busto de albo mármol.
Como consolación, se puede sentar en una de las mesas, que tiene el restaurante Los Girasoles, en la soberbia plaza Manuel Tolsá, en donde se encuentra el Munal, tomándose con parsimonia un aperitivo, mientras le sirven alguna de las especialidades originales de la casa, como la sábana de filete, levemente cubierta de frijoles refritos, rociados de crujiente chicharrón finamente picado ¡mmmm! El postre: la vista de la elegante plaza y un café capuchino cargadito.