A quién le importa la alianza?
rmada con la idea de derrotar al PRI en la elección presidencial -con los ciudadanos a favor y los partidos y candidatos en contra-, la alianza opositora aparece atorada en el método de elección y la plataforma, aunque en realidad se topa con la negativa de los dos candidatos a abandonar sus aspiraciones de llegar a Los Pinos. Pasado el trance aliancista, sugiere el autor, bien harían los presidenciables en explicar cómo enfrentarían los los grandes problemas nacionales: "Ojalá las propuestas sean un poco más elaboradas que sumar fuerzas o dar de madrazos"
Gerardo Ochoa Sandy
muchos entusiasmó la propuesta de una alianza entre el PAN y el PRD para competir contra el PRI por la Presidencia de México en el 2000. Los motivos no escasean. Las expectativas de una victoria, la primera de ese carácter, se interpretarían como el amanecer democrático de México. Las elecciones estatales y municipales de los noventa serían el preámbulo de ese acontecimiento que el país ya se merece: la alternancia del poder de la mismísima silla presidencial.
Aunque ningún proceso democrático alcanza su consagración con la derrota de uno de los contendientes en particular, los mexicanos así lo interpretan con razones de sobra y es difícil resistirse a ese sentimiento de la nación sin acarrear sospechas. Por eso la expectativa de una derrota del PRI en las próximas elecciones presidenciales inclina a la mayoría de los ciudadanos, según las encuestas, a simpatizar con una alianza que garantice la victoria de los opositores.
Mal que bien, y mal y bien, el PAN y el PRD ejercen ya el poder en distintas zonas del país y por primera vez en la historia se acercan a la contienda electoral con la fortaleza, sujeta a los vaivenes de la opinión pública, que en principio les permitiría suponer que se encuentran aptos para alcanzar el triunfo.
Quizá para no tener que esperar seis años más, los dos institutos políticos se esfuerzan, aparentemente, en unir fuerzas. No es cuestión de impaciencia, sino de que la democracia no se pase de tueste. Las elecciones de 1994, inéditas en la historia contemporánea de México por el asesinato de Colosio y la guerrilla en Chiapas, convierten a la alianza en una garantía ante las eventualidades semejantes durante las fases de campaña. En tanto algunos intelectuales celebran las bondades de un pacto de tal naturaleza y al parecer algunos han decidido participar en una suerte de comisión mediadora para disolver las diferencias existentes.
Las apariencias indican, pues, que la alianza es posible. Al mismo tiempo resulta difícil pensar que sea probable. Resulta impensable oponerse a lo que garantiza el cumplimiento de una esperanza que ha fatigado a generaciones de mexicanos, pero no se ha insistido lo suficiente en que el principal obstáculo para que el país tenga su alianza son no uno u otro, sino los dos candidatos.
El sentido común indica que ni el candidato del PAN, Vicente Fox, ni el candidato del PRD, Cuauhtémoc Cárdenas, cederán la oportunidad de convertirse en el primer presidente de oposición de México. ƑA cambio de qué dejarían de cruzarse la banda presidencial en el pecho?
Sus fuerzas, además, no difieren. A diferencia de otras adhesiones, como la de Heberto Castillo a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, los dos candidatos, y así lo demuestran las encuestas que encargan, se sienten capaces de encabezar la coalición. Así que probablemente no sea tan importante que sus partidos estén dispuestos, ni que la sociedad así lo exija ni que la opinión de los intelectuales construya zonas de conciliación.
El obstáculo no son los principios programáticos ni los criterios de selección ni el programa de gobierno. Lo son también, pero en esta ocasión no tienen un peso irrelevante. Hemos visto combinatorias tales en las contiendas estatales que han superado o simplemente no han tomado en cuenta los idearios que enarbolan.
Incluso existen acuerdos en relación con la justicia social, el combate a la corrupción y el narcotráfico, las mejoras económicas que beneficien la calidad de vida de los mexicanos, la tolerancia ante las diferencias y el compromiso por resolver conflictos como la guerrilla. La declaraciones de principios ya no son un obstáculo.
Ciertamente hay diferencias en torno a la educación superior pública, la propiedad de las industrias eléctrica y petrolera, pero los planteamientos prácticos que hemos escuchado son superficiales y no permiten saber qué tanto difieren y qué tanto no. Es más notoria y más importante la existencia de desconfianzas mutuas. Se han acusado tantas veces de traición en sus compromisos camarales que las suspicacias no dejan de inquietarlos. Son más visibles los límites de la alianza en la exigencia realista de manos libres para el eventual triunfador.
Hasta la fecha conviven en un circunstancias de competencia, pero un ejercicio de gobierno eléctrico podría acarrear más desastres que beneficios: gabinetes inestables, dificultad para concretar un plan sexenal, presupuestos que se atoran, disposiciones judiciales que no se aplican, conflictos empantanados, boicoteos, el crecimiento de los acuerdos en corto, la sombra de decisiones autoritarias y, finalmente y lo que realmente importa a los ciudadanos, un bienestar material que se posterga.
Los países europeos y asiáticos han logrado transiciones de gobierno por medio de coaliciones. Esa expectativa no parece lejana para México. Existen, sin embargo, diferencias notables. Los gabinetes no están conformados por secretarios sino por ministros con relativa autonomía, y el primer ministro ejerce el poder a partir de acuerdos que no están dispuestos a suscribir los partidos y sus candidatos. No olvidemos que, hasta la fecha, el PAN y el PRD no han logrado apostar en el Congreso por una misma propuesta en torno a un tema nacional de importancia.
Sin embargo, en estos aspectos unas negociaciones responsables podrían lograr avances. Pero la discusión de estos temas apartará la atención de la dificultad principal: Los candidatos no quieren, por temperamento, por confianza en sí mismos, o porque los compromisos de uno con algunos grupos difieren de los compromisos de otro con otros grupos. Muchos mexicanos piensan que es más verosímil una alianza PAN-PRI o PRI-PRD que PRD-PAN... y que es más verosímil un triunfo del PAN como el partido histórico de la oposición o de Cuauhtémoc Cárdenas como encarnación simbólica del opositor.
Entonces, Ƒpor qué el debate? Indudablemente porque la sociedad así lo exige. Los mexicanos, que no se sienten representados por el PRI, quieren tomar el poder y, para sorpresa de los dos principales partidos de oposición, han demostrado su independencia de criterio.
Aunque en dimensiones menores, la incompetencia y la corrupción también han alcanzado a políticos de ambos partidos en el gobierno, por lo que las expectativas de la gente son menos fantasiosas y más prácticas. Esperan a un candidatura y un equipo de trabajo que asuma responsablemente sus tareas. Y si el precio es el sacrificio de las expectativas históricas o individuales de un partido o de un candidato, la gente exige que ese precio se pague.
Pero la apuesta por la alianza no se robusteció debido únicamente al sentimiento social sino a otros factores. El crecimiento de una estructura de organización, los Amigos de Fox, despertó suspicacias en el PAN. Alentar la alianza acotó la capacidad de maniobra de este grupo y devolvió al partido derechos que le estaban siendo arrebatados. El PRD, ante este oleaje y luego de sus desastrosas elecciones internas, debió añadirse a la propuesta. Así que salvo a los mexicanos, no sólo a los candidatos sino tampoco a los partidos les interesa.
Y, para colmo, Ƒqué pasa si hay alianza y pierde? Zedillo ganó en 94, luego de que el PRI había sido declarado un cadáver.
La alianza no es mala, sólo es riesgosa y le interesa más a la sociedad que a los partidos y a los candidatos. Lo menos malo es que los candidatos Fox y Cárdenas salgan no tan mal librados ante la opinión tan pronto se deseche definitivamente esa alternativa para que comiencen a explicarnos qué es exactamente lo que van a hacer para enfrentar los grandes problemas nacionales. Ojalá las propuestas sean un poco más elaboradas que sumar fuerzas o dar de madrazos. b
Los ciudadanos "esperan una candidatura
y un equipo de trabajo que asuma responsablemente sus tareas.
Y si el precio es el sacrificio de las expectativas históricas
o individuales de un partido o de un candidato,
la gente exige que ese precio se pague"