Salir del clóset. Como el (la) tolerante lector(a) ya se habrá percatado, este número sobre la diversidad y el género no tiene pelos en la tinta; así que, para continuar en la misma tesitura, aquí transmitimos un mensaje que nos envió por correo electrónico nuestro colaborador y amigo Miguel Hernández Cabrera: ``Se busca poesía homoerótica (sólo masculina) escrita en castellano, para antología de próxima aparición en una nueva editorial gay de Madrid. Quiero representar todo tipo de deseo (y sexo) entre dos (o más) hombres. Ningún tema se considera demasiado fuerte o tabú. Extensión libre, aunque la mayoría de los poemas incluidos no excederán dos páginas. Los poemas pueden ser inéditos o, con permiso, reeditados. Fecha límite: 15 de octubre de 1999.'' Los interesados pueden dirigirse a L. Schimel, C/Barco 38 cuarto cuarta, 28004 Madrid, España, o al e-mail [email protected]. Ojo, no dice que se admitan poemas con seudónimo, así que este es un buen pretexto para que, si no ha salido del clóset, lo haga, y qué mejor que con un poema y en una antología española. A los que hace mucho que salieron, hagan su selección y envíenla.
Remember to remember. No sé si algún(a) memorioso(a) lector(a) se acuerda de haber visto en esta columna el anuncio del Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, convocado por el Instituto Coahuilense de Cultura, el Instituto Municipal de Cultura, el Club Rotario y la Casa de la Cultura de Torreón, Coah. Yo no estoy seguro de haberlo mencionado, pero igual y sí. El caso es que la V edición de este premio, correspondiente a 1998, la ganó Lucía Rivadeneyra, quien amablemente nos envía su libro y nosotros, a nuestra vez, lo invitamos a usted para que asista a la presentación del poemario triunfador, En cada cicatriz cabe la vida, publicado por Ediciones Casa Juan Pablos, el Instituto Michoacano de Cultura (no me pregunte usted por qué) y el Instituto Municipal de Cultura de Torreón. Los comentarios correrán por cuenta de Sandro Cohen, Malva Flores y Marianne Toussaint. La maestra Enriqueta Ochoa asistirá como invitada de honor. Déjeme decirle que los jurados Felipe Garrido, Vicente Quirarte y Bernardo Ruiz otorgaron el premio ``por unanimidad, ya que el libro mantiene un lenguaje original y vigoroso, donde lo poético nace de la `combustión de los huesos' y no de una retórica aprendida''. La cita es este martes 7, a las 19 hrs., en el Salón de Usos Múltiples de la Casa del Poeta (çlvaro Obregón 73, Col. Roma). Como siempre, le recomendamos que asista, compre el libro y compruebe que lo de la ``combustión de los huesos'' es sólo metáfora, obteniendo una dedicatoria de la autora.
Dos hiperrealistas dos en la Galería Oscar Román. Por principio, felicitamos a la galería porque ya acentúa ``Román'' en sus boletines de prensa; ya nomás le falta acentuar siempre el ``Oscar'' (porque a veces sí y a veces no). Después de esta nimia precisión de corrector maniático, le anunciamos a usted, anatomista lector(a) que goza los refinamientos de la técnica, que -como ya es costumbre- esta galería presenta dos exposiciones de manera simultánea. Esta vez aparecen Jorge Marín con Tercer giro en C y Carlos Fentanes con La Sobremesa. Los personajes de Marín parecen principiar y terminar en la bruma bidimensional del color, no sin antes casi salirse del cuadro en una parcial pero vigorosa corporeidad de exaltada técnica que evoca símbolos y formas clásicos. También expone diez esculturas en bronce. Fentanes, en cambio, abandona el tema de la espiritualidad, volcándose esta vez en una contradictoria carnalidad que hace dialogar a la naturaleza muerta y al bodegón con la figura humana y la sensualidad que de ella emana. La inauguración se llevará a cabo este miércoles 8, a las 19:30 hrs., en Julio Verne 14, Col. Polanco. Habrá vino en una y tequila en la otra: aguas, porque si se descuida puede usted terminar hablando de tú con las pinturas (lo cual, creo, es una alta aspiración del hiperrealismo).
II Encuentro de Narradores Jóvenes Hispanoamericanos. Del 5 al 12 de este mes se inaugura la VI Feria del Libro de la Universidad del Claustro de Sor Juana, y aprovechando el viaje, el jueves 9 a las 10 hrs. arranca el encuentro, que puede usted campechanear con el V Festival Gastronómico del Tamal, llamado ingeniosamente ``De hojas a hojas''. Habrá mesas de testimonios, de lecturas, conciertos (con Rita Guerrero y Santa Sabina, entre otros), y muchos autores jóvenes de todo el continente y la Madre Patria. Como nos falta espacio para nombrar a todos, sólo mencionaremos a algunos cuates, sorry. Andarán por ahí, el jueves: Aurelio Major, Juan Villoro, Mónica Lavín y Sandra Lorenzano, por la mañana; Pablo Soler Frost, Rosa Beltrán (primicia y advertencia: Rosa no podrá asistir, así que, fans, confórmense con su foto), la española Paula Izquierdo, Tomás Granados Salinas y Pablo Boullosa, por la tarde. El viernes, Ignacio Padilla y Luis Humberto Crosthwaite, por la mañana; por la tarde, David Miklos, Ana García Bergua, Javier García Galiano y el cubano David Mitrani. El sábado, Guillermo Fadanelli, Junot Díaz (EU) y la española Gaby Martínez, y el domingo, Mauricio Montiel, el colombiano Héctor Abad Faciolince y el peruano Iván Thays. Cierra una conferencia magistral de Margo Glantz. El toque especial -además de los tamales- son los nombres de la Sala Gozos que son del alma y la Galería Oyeme con los ojos, que adivinen de dónde los sacaron.
Carlos García-Tort
EN LA QUE HABL Y NO ESTUVE (I)
Ya no estoy tan seguro, pero me parece que, hace unos días, participé en una mesa redonda sobre el exilio español, al lado de mis amigos Rosario Robles, Salvador Martínez Della Rocca, Carlos Payán y Luis Suárez. No lo estoy por la sencilla razón de que una compañera periodista me asegura que no participé en un acto en el que ciertamente me gustaría haber participado. Aquí les asesto las palabras que debí haber dicho en el acto en el que nunca estuve:
Es difícil encontrar, en la historia de los exilios, un acto similar al realizado por el gobierno y la mayoría del pueblo mexicano con los españoles que huían de su tierra en llamas y buscaban refugio en el otro lado del océano. Y digo ``mayoría'' porque es preciso recordar que algunos sectores de la sociedad mexicana se opusieron activamente a las medidas tomadas por el presidente Cárdenas para favorecer a los refugiados españoles. Recuerdo vagamente los manifiestos firmados por las agrupaciones católicas, oponiéndose a la llegada de los ``comecuras'' y ``quemaiglesias'' peninsulares. Los sinarquistas (organización campesina ligada a Falange Española y cultivadora de la retórica fascista, muy poderosa en la década de los treinta); los miembros de la ``legión'' o ``base'', asociación secreta de extrema derecha; los ``tecos'' de la Universidad Autónoma de Guadalajara, enloquecidos nazis autóctonos que levantaban banderas antijudías y veían ``masones'' hasta en la sopa; las sociedades de padres de familia, defensoras del feudalismo doméstico y del santo patriarcado proveniente del ``derecho natural''; la Acción Católica, y varias agrupaciones empresariales, encabezaron la oposición a las medidas solidarias dictadas por el régimen cardenista. Se unieron a esta garrulería los ``españoles'' que festejaron, en el casino español de la Ciudad de México, la caída de Madrid, vistiendo a sus críos con la camisa azul de Falange, haciendo el saludo romano y entonando, con la ronca voz de la ``ringla de gachupines'' de la novela de Valle-Inclán, las estrofas del Cara al sol. En contraste notable las autoridades políticas, los intelectuales y las organizaciones obreras y campesinas abrieron los brazos a los refugiados. El gobierno les ofreció la posibilidad de obtener la nacionalidad mexicana con la simple firma de un documento sumarísimo, y reconoció sus títulos profesionales y grados militares mediante un sencillo trámite testimonial. Numerosos grupos de estudiantes, obreros y campesinos recibieron a los trasterrados en los muelles de Veracruz y de Tampico y en la estación ferroviaria de la Ciudad de México. Se dice que México recibió a más de cuarenta mil refugiados. Ignoro cuál sería la cifra exacta; sólo sé que de inmediato se notó la presencia de ``los nuevos españoles''. Muchos de ellos eran escritores, artistas, profesionales de diversas especialidades, líderes de movimientos políticos y organizadores de sindicatos y centrales obreras. Muy pronto nos dimos cuenta de que nuestro país estaba recibiendo a la élite intelectual de España, pues la presencia y el trabajo de los trasterrados dieron frutos inmediatos y enriquecieron nuestra vida artística, académica, científica, literaria y política. Son muchos los nombres ilustres del exilio español en México. Ya se han publicado listas casi completas y evaluaciones de las obras que realizaron en nuestro país. Recuerdo, a vuelapluma, algunos de esos nombres: Luis Cernuda, Altolaguirre, Prados, Domenchina, Garfias, Bergamín, Moreno Villa, Larrea, Lorenzo Varela, Rejano, Aub, León Felipe, Buñuel, Julio Alejandro, Amparo Villegas, Rodolfo Halffter, Vaqueiro Foster, Cipriano Rivas, Alcalá Zamora, Manuel Pedroso, Indalecio Prieto, Recasens, Gaos, Sánchez Vázquez, Concha Méndez, Gallegos Rocaful, Remedios Varo, Elvira Gascón, García Riera, Vicente Rojo... y podría seguir y seguir hasta agotar el espacio que la prudencia me asigna. Y, al lado de este brillante catálogo, nombres más humildes y no por ellos menos valiosos. Nombres de científicos, médicos, profesores, agrónomos, militares, campesinos, camareros, obreros especializados... La mayor parte de ellos muy pronto se adaptaron a su nueva patria y cumplieron, con honestidad y eficacia, sus trabajos diarios. Alfonso Reyes, fundador de la Casa de España, auxiliado por los refugiados, dio mayores vuelos a su criatura convirtiéndola en el Colegio de México, centro de excelencia académica que tantos beneficios ha dado al país. Otros ``empatriados'' (así los llamaba León Felipe) fueron decisivos en la consolidación del Fondo de Cultura Económica, ejemplar casa editora, y muchos más enriquecieron con sus saberes y entusiasmos a las universidades, al Instituto Politécnico, los centros de investigación y los colegios fundados por los mismos españoles para aplicar los métodos pedagógicos iniciados en la Península por la Institución Libre de Enseñanza. Mucho se ha hablado sobre los trabajos y logros de los refugiados (uso deliberadamente este nombre que en México, a veces, tuvo un fondo peyorativo) y no quiero insistir en el tema. Baste con recordar, además de lo ya recordado, la obra de Luis Buñuel en el cine mexicano; las aportaciones de Vaqueiro Foster y de Rodolfo Halffter a la música; la de Remedios Varo a la pintura, la de Candela a la arquitectura, Gaos a la filosofía, Recasens a la sociología, Pedroso al derecho, Sánchez Vázquez a los estudios estéticos, Cipriano Rivas y Amparo Villegas al teatro, y Moreno Villa, Cernuda, Aub, Andújar, Garfias, Rejano y León Felipe a la literatura. Siguen los nombres y las obras. Que el lector aporte sus propios datos y memorias personales.
Hugo Gutiérrez Vega
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El ojo más rápido y certero del tablado mexicano
Si alguien preguntara ¿qué es Alejandro Luna?, yerro paladino sería responder ``Luna es escenógrafo''. La única respuesta correcta, en el estado actual de conocimientos, es ``Luna es monstruo''. Y de inmediato habría que especificar que no es monstruo porque tenga dos cabezas o tres brazos, sino justamente como se decía de Lope de Vega, por ser prodigio inexplicable en la selva teatral. Monstruo no por la fecundidad lopesca, sino por la puntería y creatividad de todos sus trabajos. Porque el hecho estricto es éste: la escena moderna mexicana se divide en dos grandes grupos: de un lado, Luna solo; del otro, todos los demás. Pero hay que justificar; seamos tercos, pero no dogmáticos. ¿Por qué se atribuyen a Luna estos méritos?, ¿qué hace y cómo lo hace?
Simulacros
¿Qué hace? Es fácil de contestar: lo suyo es la escena, llenarla de vida, hacerla latir. Todo lo que puede salir a escena es suyo: actores, títeres, tenores y sopranos, modelos en la pasarela, payasos, acróbatas, bailarinas, desde luego, pero también paredes, casas, ventanas, paisajes, sillas, camas, torres con relojes, armaduras, jirafas disecadas; alguna vez, una locomotora, varias, el mar, el mar inmenso con barcos de vela y de vapor, y el cielo, el cielo entero. Porque todo cabe en un escenario, mundos a escala, pasiones, guerras, volcanes en erupción, suspiros de solterona y aviones, muchos aviones, en tierra y volando. Una vez propuso que apareciera, en una obra mía, una vaca viva, pastando.
Engaño colorido
Y, claro, pero hay que ponerlo aparte, luz; ``hágase la luz'': Luna es un pintor que pinta con luz. Y cómo se explaya hablando de colores, de tonos, de sombras, de contornos. Sabe tanto de esto como Newton, Goethe o Bonnard. Porque ¿dónde están los colores? No en las cosas, como creemos, sino en la luz. ¿Crees que esa silla es roja? No: si la pones en la sombra, la silla ya no es roja, sino gris oscuro. Pero no, tampoco, porque el gris propiamente no existe; llamamos por comodidad ``gris'' a algún tono diluido de azul, rojo, amarillo, de colores que sí existen. Hay un tono que llamamos ``verde Luna'' (como hay un ``rosa Tamayo''). ¿Has visto cómo se ve un escenario alumbrado tan sólo por el foco pelón de la ``luz de trabajo''? Parece inanimado y difunto. Pero cuando lo hiere esa luz ámbar, esa luz lavanda, tan delicada y matizadora, cobra vida, fénix de luz. Y, bueno, digo esto porque todo mundo sabe que Luna iluminando es invencible. Esto es, más o menos, lo que Luna hace: microuniversos, mundos de bolsillo. Pero ¿cómo los hace?; ahí está el punto, y eso no es tan fácil y acomodado de responder.
Fases de Luna
La primera característica de todos los diseños de Luna es la claridad, una peculiar claridad. Podría recordar a Mozart o a Piet Mondrian, que son, como Luna, lo que tú quieras, pero nunca confusos ni perturbados. La inmensa mayoría de los diseños que no funcionan, no son ineptos por horribles -¿quién piensa en eso?-: la ineptitud les viene de que son confusos, enredados e incomprensibles. Son garabatos, amasijos, amontonaderos, no alcanzan un orden mínimo. ¿Y cómo logra Luna esa cualidad cristalina que estamos pregonando? Restringiéndose. Pocos elementos, pocas palabras, el mínimo indispensable. Nunca has visto ni verás que sobre algo en un diseño de Luna. Economía estricta, de subsistencia, nada de demasías. ``Menos es más'', como dice el lema inicial del arte moderno. Ese salario mínimo teatral permite a Luna alcanzar en todos sus trabajos el más arduo de los requerimientos artísticos, a saber, la simplicidad. Las grandes obras de arte son siempre simples, en su sentido de rotundamente unificadas. Un solo impulso, un solo estilo, una sola sílaba mental. Todos los elementos enlazados, configurando un poliedro reconocible, un cristal. Antes de intentar aclarar cómo logra Luna la simplicidad, es preciso hacer una declaración: el que los diseños de Luna sean austeros y esenciales, no quiere decir que no sean epicúreos o sensuales. Por el contrario, esta misma austeridad hace que cada elemento pueda ser lucidor al máximo de sus posibilidades. Un ejemplo: supongamos que Luna decide que un cierto montaje debe consistir en suelo de madera y nada más; sí, pero el suelo de madera que va a elegir de seguro será una maravilla, y calculará todo con extremo celo: la madera, el tamaño de la duela, el barniz, y así logrará que ese piso se convierta en un gran acontecimiento dramático, como si vieras por primera vez una cosa así. Y eso es sensualidad grande pero, como debe ser, inventiva, gobernada y extrema. El próximo domingo terminamos este escrito que es un prólogo al libro que sobre Alejandro Luna está por imprimir la editorial El Milagro.
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