Las apariencias parecieran decir que el PRI está cambiando rápidamente y para bien; el primer comentario que se le ocurre a la gente es ``qué bueno; ya era hora'', por lo demás, creo que se trata de una necesidad apremiante, ante el retroceso palpable que han experimentado en las preferencias electorales recientes, en las que difícilmente logran llegar a 40 por ciento, donde hace apenas unos pocos años sobrepasaban de 60 por ciento e incluso de 70 por ciento.
El cambio, sin embargo, es bastante más superficial de lo que parece y se queda en las formas, respondiendo más a una estrategia electoral que a un cambio de fondo. La nueva práctica para designar o elegir a su próximo candidato presidencial tiene las formas de un proceso democrático, pero sus verdaderos propósitos son los de promover a sus precandidatos para estar en condiciones de competir contra Cuauhtémoc Cárdenas, que les aventaja con dos campañas presidenciales recorriendo el país, y con Vicente Fox, que lleva también varios años promoviendo su imagen, seguramente por una razón similar.
Adicionalmente, la idea de un candidato surgido a partir de una designación presidencial, encubierta o no, sería equivalente a un tiro de gracia, dados los niveles de popularidad del actual Presidente. Bien dice un refrán que ``mal comienza la semana para quien ahorcan en lunes''.
En este contexto, el debate realizado en días pasados resulta una idea inteligente, para posicionar al PRI en su nueva imagen de cambio, sin importar mucho lo que sus precandidatos digan, siguiendo los cánones de la mercadotecnia política, que pareciera estar resultando exitosa.
Lo que si ha resultado lamentable son los candidatos mismos, ligados todos en alto grado a la construcción de las prácticas y la definición de estrategias que hoy critican hasta donde les es posible, sin ningún pudor, quizás con la sola excepción del señor Roque Villanueva. ¿Acaso el PRI, no tiene de veras nada mejor qué ofrecer como alternativa al pueblo de México?.
El debate me pareció congruente con lo que de él se esperaba, quitando la pequeña reyerta escenificada por Madrazo y Labastida, cada candidato se mostró consciente y preocupado por la pobreza y por la inseguridad de la sociedad, y planteó, en forma más entusiasta en algunos casos y menos en otros, una lista de cambios, que en mucho resultaban buenos deseos en cuanto no describían los cómos de su instrumentación. De hecho su propio origen se los impedía.
Tales limitaciones pueden identificarse claramente, en lo que los precandidatos no mencionaron en su discurso. Así, la guerra de Chiapas, la privatización del sector eléctrico, el disfuncionamiento del sector financiero, el grave problema de la educación instanciado en las crisis de la UNAM, las deficiencias del esquema de desarrollo seguido por el gobierno, que pri-vilegian la concentración económica y demográfica, la especulación financiera, el endeudamiento.
Estos silencios en el debate son los que podrían servir para indicarnos qué tan nuevo y distinto es el nuevo PRI que hoy se nos ofrece.