Guillermo Almeyra
Futurismo, pero no tanto

Hagamos un poco de futurismo proyectando hacia mediados del 2000 las tendencias actuales de la economía latinoamericana. Mas vale, en efecto, esta operación que el optimismo barato y fideístico de los gobiernos y de los organismos internacionales o el silencio programático y de ideas de los llamados "políticos"..

En primer lugar, es muy probable una devaluación, (o un ulterior depreciamiento) de las monedas argentina, uruguaya, chilena, brasileña, mexicana, venezolana, colombiana. El déficit en la balanza de pagos es en efecto grande y creciente, cae el precio de las materias primas exportadas (salvo el petróleo, que sufrirá oscilaciones), aumenta el de los insumos y materias primas importadas para mantener en funcionamiento las industrias maquiladoras o exportadoras, el mercado interno en estos países se restringe, la emigración (que reporta grandes sumas en divisas fuertes), encuentra dificultades y no aumenta, el alza de las tasas de interés en Estados Unidos, que atraerá nuevos capitales extranjeros y locales a este primer mercado del mundo, reduce ulteriormente el flujo de inversiones frescas hacia estos países que son considerados, por razones políticas, cada vez más inseguros.

En segundo lugar, es muy probable que una nueva devaluación provoque un nuevo aumento de la pobreza, expropie nuevamente los ahorros de una clase media que se sigue reduciendo, impulse la inflación, haga caer aún más el mercado interno y el ahorro nacional, estimule la fuga de capitales, ya muy cuantiosa en países que son hace rato exportadores netos de capitales (o sea que pagan más de lo que reciben como nuevas inversiones).

En tercer lugar, como estos acontecimientos se producirán cuando apenas se habrán instalado en el gobierno (por lo menos en algunos países importantes) nuevos equipos y cuando ya los países ven aumentar fuertemente la inestabilidad social y las protestas, aquélla y éstas probablemente se reforzarán y abarcarán sectores de las clases medias, sobre todo agrarias y también de los profesionales urbanos, que hasta ahora han militado en el "partido del orden".

En cuarto lugar, como América Latina es importante para las inversiones extranjeras y para el capital financiero internacional, esta crisis podría estimular la crisis financiera mundial y tener repercusiones en Estados Unidos, que hasta ahora más bien está aprovechando las crisis ajenas. Como el posible agravamiento de la recesión coincidiría además con la Ronda de Seattle de la Organización Mundial de Comercio, nuestros países estarían en una posición muy debilitada en esas discusiones, que prefigurarán el próximo decenio.

En quinto lugar, es muy probable que se radicalicen movimientos sociales que no coinciden con los partidos ni pueden ser canalizados o contenidos por éstos (el Movimiento de los Sin Tierra, aliado del Partido del Trabajo brasileño, es más radical que éste, que no lo dirige, y lo mismo pasa con los movimientos sindicales y autogestionarios argentinos y la Alianza, para dar sólo dos ejemplos). Un chavismo con o sin líderes militares o carismáticos podría extenderse en varios países (lo cual podría dar origen a movimientos derechistas a la Fujimori o a movimientos nacionalistas sociales y a fuertes movimientos indígenas y campesinos). Una parte de la lentísima y muy integrada intelectualidad latinoamericana podría también revivir sus años veinte y tratar de reflexionar sobre esa nueva realidad, dando ideas y banderas a los movimientos que vienen de lo más profundo de sus respectivos países. La exigencia de democracia se llenaría así de reivindicaciones sociales y, si la recesión golpease a Estados Unidos, todas las cartas actuales en el mazo de la baraja política podrían mezclarse nuevamente y además renovarse.

Lo cierto es que la política neoliberal, en la forma actual, es insostenible incluso a corto plazo. Se puede predecir pues una mayor inestabilidad política y social sin temor a equivocarse y, también, que el vacío actual desde el punto de vista de los movimientos de masas y particularmente de las direcciones de los mismos muy seguramente será transitorio. Los que sólo ven las cúpulas y los aparatos y entienden la política como negociaciones y concertacesiones podrían ser barridos por los nuevos acontecimientos que se vislumbran en el horizonte. Quizás entonces habría que hacer política, a la fuerza, abandonando el camino del mercadeo y de la politiquería.

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