La Jornada domingo 12 de septiembre de 1999

TIMOR: EL COLETAZO DEL MONSTRUO

SOL En plena guerra fría, el general Suharto llegó al poder en Indonesia con un golpe de Estado que asesinó a medio millón de opositores y por muchos años fue apoyado por Estados Unidos, que temía el nacionalismo del presidente Ahmed Soekarno y la influencia china en el poderoso partido comunista local. Posteriormente, cuando el imperio portugués se derrumbó merced a la llamada Revolución de los Claveles, la parte oriental de la isla de Timor, hasta entonces colonia lusitana, se declaró independiente y poco después fue anexada por el gobierno del dictador indonesio, también con el beneplácito de Washington.

Un atroz genocidio perpetrado por el ejército y sus agentes locales suprimió entonces casi la mitad de la población de Timor Oriental, pero la resistencia de los habitantes no cejó jamás. Recientemente, caída la dictadura de Suharto debido al desastre económico que provocó la arbitrariedad y la corrupción del régimen, el nuevo gobierno de Yakarta tuvo que liberar a los dirigentes independentistas de Timor Oriental y organizar un referéndum en la isla que ganaron aplastantemente los partidarios de la separación de Indonesia, respaldados (tibiamente) por Portugal Francia, Australia y Nueva Zelanda, que son potencias regionales en el Pacífico.

Pero la respuesta de Indonesia fue la misma de los tiempos de Suharto: otra matanza masiva, bien organizada desde hace tiempo por los militares suhartistas que siguen controlando las fuerzas armadas indonesias, los cuales arman milicias de paramilitares que matan a los dirigentes populares y sus familias, así como a los sacerdotes y misioneros católicos, a los que acusan de sostener a los independentistas. Detrás de estos crímenes hay una clara base económica: las tierras de Timor Oriental, en efecto, pertenecen en 40 por ciento a la familia de Suharto y todo el comercio de café y de madera de sándalo (las dos principales exportaciones) está en manos de una compañía de dicho clan y de dos generales leales a ellos, al igual que la industria de la construcción, que realiza todas las obras públicas y cuya cabeza visible es el ex gobernador.

Los militares, que quieren impedir en Indonesia el retorno al poder de los partidarios del ex presidente y líder de la independencia, Soekarno (la hija de éste ganó las elecciones), luchan también por mantener el poder económico y político de que gozaban con Suharto mientras Washington teme que, si el sector castrense se debilitase, podría escapar a su control la protesta social creciente en todo el archipiélago indonesio, muy poblado y rico en petróleo, además de estratégico por su posición en el Pacífico frente a Japón, China, la India. Por eso el problema de Timor Oriental va más allá de la independencia o no de esta mitad pobre de una de las 13 mil islas de Indonesia.

Está en efecto en juego la estructura del poder en Yakarta, la democratización de un país enorme y sufrido, el control geopolítico de esa parte del Pacífico y el del petróleo de la zona (Indonesia explota la mitad del hidrocarburo off shore en aguas de Timor, y la otra mitad, por valor de 11 mil millones de dólares, corresponde a compañías australianas, que podrían tener que renegociar el trato con el gobierno independiente de Dili). El Fondo Monetario Internacional ha suspendido sus negociaciones con el gobierno de Yakarta, pero eso es muy poco, ya que el problema son los militares que poseen el poder real. Por eso, la pasividad de la ONU ante las matanzas ųincluso de sus funcionariosų y la declaración de Clinton de que Estados Unidos no intervendrá son un verdadero escándalo, sobre todo después de todas las justificaciones ofrecidas para ocupar Kosovo, donde la situación era mucho menos clara y grave.

Por consiguiente es indispensable una urgente protesta internacional para detener la mano de los verdugos militares del pueblo timorese, que está siendo víctima de un segundo genocidio. Hay que ayudar a los demócratas de Indonesia a escapar de las garras de los suhartistas sin Suharto y a salvar la vida constitucional en el archipiélago, así como su honor en Timor Oriental.