Bárbara Jacobs
Universitaria

Antes había un pequeño jardín en la facultad en donde los recién ingresados nos sentábamos en las mañanas a leer mientras empezaban las clases, y a dejar de temblar de frío y de miedo; miedo, se entiende, a lo desconocido, Ƒestaré capacitado para ser universitario? Leíamos con mayor atención, creo yo, y reflexionábamos más, que a partir del momento en que entramos en confianza. En la librería yo no me animé entonces a comprar nada de Turgueniev, del que no sabía gran cosa, de modo que pasaron los años antes de que hojeara y leyera fragmentos de sus memorias.

En una despedida que me parece que rectificaría más tarde, cita un par de frases de Goethe Alentadoras, como cuando dice, "Mete la mano bien adentro en la vida; lo que apreses resultará interesante", supongo que, extensivo a los libros, abras el que abras, te encontrarás con algo interesante. Y "Si hay rosas, florecerán", que Turgueniev interpreta como talento. "Sólo el talento, advierte, hace posible que apreses lo interesante de la vida", traduzco (del inglés) libremente; de la vida, o de los libros, aunque añade que quien meta la mano deberá hacerlo con libertad, con educación, con conocimiento; bueno, y sólo una vez que hubiera logrado sintonía o armonía o equilibrio entre la verdad y sus emociones individuales.

A Turgueniev le dolió que el público recibiera con frialdad no sé cuál de sus libros, al grado de que sintió que le había llegado el monto de retirarse. ƑEs bueno que uno lea acerca de las vacilaciones, las inseguridades, los temores profundos, es decir, las decepciones, el desencanto de los grandes escritores a los que admira? Turgueniev aconseja a los futuros escritores que no traten nunca de justificarse ni de explicar ningún malentendido, conclusión a la que llega después de haberse justificado y explicado por un malentendido, inseguro, por supuesto, de si habrá quien atienda el consejo de un modelo que se confiesa víctima de la torpeza y la equivocación.

Me llamó especialmente la atención que sugiera a los jóvenes tener paciencia, no tanto porque no hay joven que la tenga, como porque los jóvenes no lo querían a él. "Han llegado tiempo nuevos, y necesitan hombres nuevos", advirtió, se lamentó, o desafío o ironizó. No desesperen, les sugería, en oír o decir la última palabra. ƑCuál es la prisa, realmente? Ese enamoramiento de la propia voz en quienes no tienen nada que decir, perfume que se evapora de inmediato. Zarandear, una terapia contra el acartonamiento. Quien no es capaz de reír (o llorar) desde el fondo del alma, necesita una sacudida que lo desembarace de sus prejuicios múltiples, aun cuando el mismo movimiento llene de arrugas su traje bien planchado.

No deja de conmover y extrañar la retirada de Turgueniev, por más que su despedida estuviera sujeta a reconsideración. Sostenía que uno necesita estar en comunión permanente con el ambiente que se propone reproducir. Partir, decía, no de una idea sino de una persona de carne y hueso a la que anexarle los elementos apropiados. Lo suficientemente inseguro para no dejar pasar una observación o algo que oyera, que confirmara la veracidad de sus propias impresiones. Ser sincero y verdadero, insiste; reproducir la verdad y la realidad de la vida, de manera correcta y poderosa. O efectiva, diría yo; pero, Ƒqué querría decir?.

En un poema, Denise Levertov recoge las palabras que una mujer "de tacones chuecos" dice a otra que camina a su lado una tarde de febrero en Nueva York, en el sentido de que, suceda lo que suceda, es decir, aun cuando ella se vuelva vieja y ronca y coja, amará la vida, porque, aun cojeando, seguiría ųpero la resolución se le escapa a la poeta. Seguiría amando la vida, Ƒno?, aunque en eso el viento se llevara sus palabras, o a ella le cayera encima un poste de luz o una rayo que, por más que la iluminarán, la callarían. En su despedida y retirada,/ Turgueniev insta a seguir adelante con el trabajo, Ƒcómo siguió él, a pesar de su despedida y si retirada?

Levertov sigue el principio del camino solitario de "Escribir sobre lo que está al alcance de la mano"; de nuevo, la indicación de Goethe: "Adentra la mano en la vida y encontrarás algo interesante", o en los libros, o en tus sueños por más que te hagan temblar. El temblor del cuerpo no es producto exclusivo del frío, bueno, ni tampoco del amor, puesto que yo temblaba reclinada en la banca de piedra en el pequeño jardín de la Universidad de México cuando empezaba a ser universitaria, más capacitada o menos desorientada, y esperaba que las clases empezaran de una buena vez; eran las siete y media de la mañana, la oscuridad había quedado atrás y ahí debía permanecer, cuando las librerías no habían abierto pues puertas todavía, ni tampoco el día se había puesto propiamente en marcha todavía , ni habías decidido del todo hacia dónde tomar al fondo del pasillo, si subir la escalera o bajarla, si asomarte por la ventana o bien adentro de tu mochila vacía, si te atreverías a entonar esta melodía u otra a todo pulmón, tal como si te encontraras por primera vez en el centro del Partenón, por ejemplo, y tu emoción fuera más fuerte que tu buena educación, cuando las librerías no habían abierto sus puertas todavía, ni exhibido sus bienes y los que acabábamos de ingresar a la universidad leíamos sin levantar los ojos del libro ni medirnos temblorosos unos a otros.