MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco

El salón de belleza

La ceremonia del grito: Desde aquel remoto 15 de septiembre mi sueño ha sido tener una estética. Dalia, mi mediahermana, me pidió que la acompañara al salón de belleza. Mi padre iba a llevarla al zócalo. A mí no porque, dijo, a mis 8 años no debía andar entre el gentío.

Como siempre, las peinadoras se desvivieron por atender a Dalia. Era un gusto arreglar a una muchacha tan guapa. Mientras le prendían los tubos con cerveza, Dalia se puso a leer las revistas y a soñar con el día en que apareciera su foto allí en donde estaban las imágenes de sus estrellas predilectas. Yo la miraba, con la esperanza de que un milagro me convirtiera en una mujer tan hermosa como ella.

Terminaron de peinarla. Mi mediahermana se levantó de la silla y se quedó contemplándose al espejo. También yo me reflejaba en él, pero mi aspecto eran tan distinto que la peinadora me dijo: "Cuando te arreglemos aquí tú también vas a quedar chulísima". Ingenua, le pregunté: "ƑSeré como Dalia?". "Para eso, tendrías que venir a diario". Todo el mundo soltó la carcajada. Yo me salí corriendo. Dalia me alcanzó y procuró consolarme: "No seas tontita. Era una broma".

Perder el nombre: Quería parecerme a Dalia para ver sí de ese modo me ganaba la voluntad de mi padre. Sólo tenía ojos para ella porque le recordaba a Elena, su primera esposa. Mi padre se casó con mi mamá para que atendiera a Dalia y también con la esperanza de tener un hijo. Nací yo. El nunca me llamó por mi nombre. Yo misma lo olvidé y sólo contestaba cuando me decían: "Feíta".

Volví a ser Rosa la mañana en que pasé la aduana del reclusorio y la custodia me dijo: "Firma este papel". Estaban aturdida, no podía creer que fuera yo, Feíta, quien después de tantos interrogatorios y pruebas quedara del otro lado de las rejas. En cambio Dalia, mis padres y José Daniel conservaban su libertad. Fue el primero en desaparecer, con todo y que por culpa suya llegué a la cárcel.

José Daniel: Era muy alto, moreno, de cabello rizado. Al recordarlo siento la misma emoción de la mañana en que nos conocimos, hace ocho años. Estaba regando las plantas a las puertas del edificio cuando él se acercó: "Disculpe: Ƒno sabe de algún cuarto que se rente por aquí?". Le dije que no y le aconsejé informarse en la gasolinera. Se me quedó mirando y me sonrió en busca de más explicaciones. "Váyase derecho y donde está un gimnasio da vuelta a la izquierda".

Pasaron semanas sin volver a verlo. Una tarde en que fui a pedir agua a la gasolinera lo encontré hablando con uno de los empleados. El se acercó y me dijo que había alquilado un cuarto cerca de allí. "Ahora ya soy de estos rumbos. Se lo agradezco". No supe contestar, no estaba acostumbrada a que nadie me diera las gracias. En cuanto se llenó mi cubeta me fuí corriendo. Igual que aquel 15 de septiembre en el salón de belleza.

Las muertas: La vida en la casa se volvió muy difícil desde que Dalia y Reynaldo, su esposo, se fueron a vivir con nosotros. Mi padre regresaba muy tarde y con frecuencia ebrio. En esas ocasiones se ponía a llorarles a sus muertas: "ƑCuáles? ƑDe qué hablas?", preguntaba mi mamá, temerosa de exasperarlo. "De Elena, de Dalia". Mi mediahermana se enfurecía: "Estoy aquí, mírame: soy tu hija de siempre". Mi padre gritaba: "No, ésa se fue, ésa se acabó".

Aquellas escenas horribles siempre terminaban igual: Reynaldo decía que éramos una familia asquerosa y se iba dando un portazo. Mamá se encerraba en su cuarto. Mi padre, desplomado en el sillón y prendido a las manos de Daliaİ repetía su sueño: devolverle la vida a su esposa Elena.

El paraíso: Para entonces llevaba tiempo de trabajar en Los Flamingos. Me iba bien gracias a que muchos clientes pedían que los atendiera Feíta, Al principio aquel sitio era mi refugio; después, cuando empezó a frecuentarlo José Daniel, se transformó en mi paraíso.

Lo comprendí una tarde en que José Daniel no apareció. Por vez primera vi deformes los flamingos pintados en las paredes y me disgustó que los clientes me llamarán Feíta. Entonces recordé mi sueño: convertirme en propietaria de un salón de belleza y alquilar un cuarto para mí sola. A las diez de la noche, cuando reconté lo que me había ganado de propinas, volví a la realidad. Nunca iba a tener dinero para realizar mis proyectos.

Aquel domingo al salir sentía mucha fatiga. La calle estaba sola y oscura. Escuché un claxón y la voz de José Daniel: "ƑVas a tu casa? Te llevo". Acepté. No se me ocurrió qué contestar cuando José Daniel me preguntó si me gustaba su coche. El pareció entender mi situación: "Estás cansada. ƑQué te parece si vamos a Las Conchitas?".

Nunca antes nadie me había hecho una invitación semejante. Al principio me dio risa, pero en seguida me puse a llorar. José Daniel no me hizo preguntas, sólo rodeó mis hombros con su brazo. Cuando llegamos a Las Conchitas me negué a entrar. "ƑQué pasa?". Le dije la verdad: "Hay mucha luz". El apagó el motor y se volvió a mirarme: "ƑTienes miedo de que alguien te vea?". Para mi desgracia fui sincera otra vez: "Tengo miedo de que me veas tú". La respuesta fue un beso: el primer beso de mi vida.

Hablar de los sueños: Tengo 29 años. Ya viví la etapa más feliz, no me importa si llego a cumplir setenta o cien. En los pocos meses que duró ya no quise parecerme a Dalia, ya no me alteró que mi padre y Reynaldo se insultaran, ya no sentí rabia ante la cobardía de mi mamá. El motivo de felicidad era José Daniel.

En las noches iba por mí para llevarme a Las Conchitas. Elodia, la mesera, nunca sabrá las emociones que me provocaba cuando decía lo mismo que yo les había dicho a tantas otras parejas: "Ya les tengo lista su mesa". Ese rinconcito se me convirtió en un cielo en la tierra. Allí José Daniel y yo pasábamos horas hablando de nuestros sueños. El suyo era llegar a tener una fábrica de ropa. El mío seguía siendo convertirme en dueña de un salón de belleza.

Enmedio de la platica José Daniel me acariciaba. Una noche no resistí más y me atreví a pedirle que me llevara a su cuarto. No respondió. Tuve miedo. "Al contrario. No sabes cuánto te agradezco ese gesto de amor. Yo también deseo estar contigo, pero bien, como se debe: quiero que nos casemos y, sobre todo, realizar tu sueño: el salón de belleza será mi regalo de bodas". Me reí. "Hablo en serio. No quería decírtelo pero estoy a punto de cerrar un negocio. Voy a salir dos días pero el miércoles paso por ti a las diez".

Seis años: Aquella noche estaba arreglándome ante el espejo del baño cuando me avisaron: "Feíta, te llaman por teléfono". Era José Daniel: "Ando atrasado. Espérame en Las Conchitas. Es posible que llegue un cuate a entregarme unos papeles. Recíbelos por favor". Antes de colgar me dijo: "Y a ver si vas pensando en el nombre de tu salón".

Elodia me acompañó hasta mi mesa y me sirvió café. No tardó en aparecer un muchacho. Me sorprendió que me saludara por mi nombre. Me entregó un paquete: "Es para aquél". Salió sin darme tiempo de preguntarle nada. Volví a quedarme sola, miré el reloj. Le puse azúcar al café y luego oí una voz: "Queda usted detenida". Entré en el infierno.

Seis años duró mi encarcelamiento. En ese tiempo perdí a mi familia y se me acabó el rencor hacia José Daniel. Sólo me quedan dos cosas: el gusto por mi nombre y la esperanza de tener un salón de belleza.