La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1999


Marisa Rusconi

entrevista con Umberto Galimberti

El nacimiento de la edad moderna

Publicado recientemente por la editorial Feltrinelli, Pische e Technede Umberto Galimberti es un volumen de alrededor de ochocientas páginas, fruto del trabajo de siete años, un excursus amplio y fecundo sobre todos los aspectos de una de las grandes paradojas de la modernidad: la relación entre el hombre y la técnica. Galimberti es maestro de Filosofía de la historia de la Universidad de Venecia. Marisa Rusconi armó esta entrevista en la que los temas relacionados con el fin del humanismo, el ocaso de la política y la impotencia de la ética, forman un escenario sombrío para el siglo que se avecina. El maestro italiano nos entrega una vaga esperanza basada en un concepto socrático: ``libertad es saber''.

Según Emanuele Severino, su discípulo Umberto Galimberti es el más hábil entre ``nuestros filósofos'' para describir la locura de Occidente. Autor de decenas de ensayos, Galimberti es el único estudioso italiano contemporáneo que ejerce la profesión de filósofo y de psicoanalista. No es difícil prever que las tesis aquí enunciadas pueden suscitar un encendido debate.

Profesor Galimberti, ¿cómo nació este libro, tan voluminoso y tan complejo?

-No tenía otra elección, porque hoy el tema de todos los temas es el de la técnica. Se debe poner fin a la mentalidad según la cual el hombre es el sujeto y la técnica su instrumento. De hecho asistimos a una revolución copernicana: la técnica es el sujeto y el hombre es sólo su funcionario.

-Sin embargo, existe un viraje dramático entre la realidad y el modo de pensar y actuar humano. No por casualidad usted cita a Heidegger en el epígrafe: ``lo que es verdaderamente inquietante no es que el mundo se transforme en un completo dominio de la técnica. Mucho más inquietante es que el hombre, de hecho, no está preparado para esta radical mutación del mundo''.

-Es un peligro grave: corremos el riesgo de no preguntarnos ni siquiera si nuestro modo de ser hombres no es demasiado antiguo para habitar la edad de la técnica; en la inserción rápida e ineluctable que ella exige, aún llevamos en nosotros los rasgos del hombre pretecnológico que se movía con un bagaje de ideas propias y un repertorio de sentimientos en los que se reconocía bien.

-¿Haría falta entonces aceptar lo que usted define como ``fin del humanismo''?

-Una época se cierra de modo irreversible. Pero la técnica no tiende a una finalidad, no promueve un sentido, no devela verdad alguna, no abre escenarios de salvación: la técnica ``funciona''. Esto conlleva que cambien radicalmente los conceptos de individuo, identidad, libertad, pero también los de historia, política, religión, ética y otros más con los que se nutría el hombre pretecnológico. Todos estos conceptos o se abandonan o se vuelven a fundar desde la raíz.

-¿Es una mutación tan vertiginosa como para poder afirmar, como usted lo hace, que ``la técnica es la verdadera esencia del hombre''?

-En realidad sí. La técnica es la esencia del hombre porque es la condición de su existencia. Se necesita partir del hecho de que por mucho tiempo hemos descansado en la definición del hombre como animal racional. En realidad, el hombre no tiene nada que compartir con el animal, provisto de instintos que lo vuelven apto para la vida y su conducción. El hombre no posee instintos. Freud tuvo la gran intuición de hablar de pulsiones, es decir, de impulsos genéricos que pueden, por lo tanto, transformarse en perversiones o en sublimaciones. Por eso el hombre, un ser carente, impreciso, genérico, ha podido sobrevivir solamente supliendo sus carencias con la técnica. Esta es una tesis sostenida por maestros del pensamiento occidental en diversos siglos -y diversas orientaciones-, de Platón a Tomás de Aquino, de Kant a Schopenhauer, de Nietzsche a Bergson, y desarrollada en nuestro tiempo por Arnold Gehlen.

-¿Entonces este fenómeno no es sólo de la edad moderna?

-No. Pero al principio la técnica permanecía subordinada al hombre. Después sucedió lo que Hegel había previsto: los incrementos cuantitativos producen una mutación cualitativa. La técnica ha crecido cuantitativamente de manera tan fuera de norma que ha creado una transformación global. El inicio de esta ``nueva era'' se puede situar a la mitad del siglo pasado con el advenimiento de la civilización industrial. Sin embargo, yo pienso que es más justo hacerla empezar con el nazismo, puesto que con la palabra ``técnica'' entiendo dos cosas: el conjunto de los instrumentos -la tecnología- y la forma más alta de racionalidad alcanzada por el género humano.

-Pero el nacionalismo fue también una explosión de irracionalidadÉ

-Se trató de la irracionalidad que surge de la perfecta racionalidad de una organización para la cual ``exterminar'' tenía el simple significado de ``trabajar''. Cuando Gitta Sereny interrogó a Franz Stangl, comandante de Treblinka, para el libro En aquellas tinieblas, él no buscó justificaciones: ``Ese era mi trabajo.'' Es entonces cuando se pierde de vista la finalidad de la acción, ya no se es ni inocente ni culpable. Pero la misma cosa puede valer para la invención y el uso de la bomba atómica.

-Usted habla también del fin de la historiaÉ

-La historia se crea en el acto de su narración, que organiza el acontecer de los sucesos en una trama de sentido; pero el carácter afinalístico de la técnica abole casi cualquier horizonte de sentido y, por el contrario, se preocupa de producir cosas sólo en función de su propia potenciación. De la técnica se podría decir lo que Nietzsche decía de la voluntad de poder: la voluntad de poder sólo se quiere a sí misma.

-También la política, de acuerdo con su análisis, se encuentra en el ocaso.

-Sí, porque ya no es el lugar de las decisiones sino de las prohibiciones: quien se encuentra en la cima está capacitado más que para ordenar, para prohibir. Estos límites nacen del hecho de que nadie tiene la posibilidad de controlar la técnica, ni siquiera los ``grandes'' del planeta. La política se encuentra al remolque de la economía pero ésta, a su vez, está en el de la técnica -también el capitalismo está subordinado a ella-; por lo tanto se convierte sólo en gestor de las pasiones. En esta realidad ya no tiene sentido hablar de derecha e izquierda, ni siquiera de democracia. En el futuro ya no habrá lucha de clases, no podrá haber revoluciones, porque el árbitro es aplastado por el dominio de la técnica. Marx representaba todavía un escenario humanista: la lucha entre dos voluntades -amo y esclavo-, mientras que hoy ambos deben obedecer al mismo régimen tecnológico, tanto el obrero de la Fiat como el dueño de la misma. Por eso cayó el comunismo, pero por las mismas razones ya no será posible el renacimiento del fascismo.

-Usted dedica un capítulo a la ``impotencia de la ética''.

-Los occidentales hemos conocido dos tipos de ética: la primera es la ``moral de la intención'', inaugurada por el cristianismo y vuelta a proponer por Kant en los términos de la ``razón pura'', pero imposible en la era del ``actuar'' subordinado al ``hacer''; la segunda es la ``ética de la responsabilidad'' introducida por Max Weber, que quiere que ``se responda por las consecuencias previsibles de las propias acciones'', algo absurdo hoy, desde el momento en que la técnica es imprevisible: ¿quién pudo imaginar todas sus conquistas más recientes, de la fecundación artificial a la clonación?

-¿No nacen la desorientación y la angustia de tantas personas en la época actual, del rompimiento de la relación medio-fin?

-Ciertamente. Nos parece grave que la vida no tenga un sentido porque hemos crecido en una cultura judeocristiana que promete la realización, antes o después, de proyectos o esperanzas. En otras culturas esto no existe: se vive el presente, sin proyecciones del futuro. Eso le va bien al régimen de la técnica, que no toma en cuenta al futuro. Los jóvenes ya se están habituando. Por el contrario, para muchos implica una expansión de ansiedad, ataques de pánico y un sentimiento de inadecuación nunca antes tan difundidos. Pero también muy difundidas están las crisis de identidad, porque en la era tecnológica cada uno debe desarrollar lo que defino como ``esquizofrenia funcional'': uno debe tener bien separada la identidad de la función dado que a la técnica sólo le interesa esta última. Se crea así una separación dramática entre lo privado y lo público: sólo en la intimidad de las paredes domésticas puedo saber quién soy; en cambio, lo social está poblado de seres anónimos, sustituibles e intercambiables. En fin, asistimos a una verdadera explosión de todas las psicosis que tienen como objeto el cuerpo: anorexia, bulimia, hipocondría, enfermedades psicosomáticas, porque el cuerpo es el gran olvidado de esta época. Ya no existe. Lo llevamos por todos lados como un maniquí, lo bronceamos, lo ejercitamos, lo sometemos a intervenciones de cirugía plástica, pero sólo es un objeto, privado de cualquier emoción. La técnica, de hecho, exige abstracción y racionalidad: cualquier hecho emotivo sólo es un elemento de disturbio.

-Un escenario de verdad sombríoÉ

-También hay recaídas en lo positivo. Por ejemplo, somos mucho más libres: la sociedad tecnológicamente avanzada ofrece un espacio de libertad superior al que concede la sociedad poco diferenciada, donde las opciones se reducen a obediencia y desobediencia; sin embargo, hoy soy más libre y tengo más competencia, cualidades que me conceden la libertad -aunque limitada- de escoger en el interior del aparato. Para no ser expulsados del sistema -y, por lo tanto, ``esclavos''- hoy se necesita estudiar en una medida mucho mayor respecto al pasado, y estudiar muchos lenguajes. Se retorna al concepto socrático según el cual libertad es saber.

Traducción de Annunziata Rossi