La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1999


Pablo Serrano

entrevista con Sara Sefchovich

Entre el poder y el hogar

Pablo Serrano es doctor en Historia, director de investigación en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, autor de libros y artículos sobre Historia de México. En esta entrevista con Sara Sefchovich, Serrano despliega sus habilidades de interrogador y lleva a la autora a los terrenos del método seguido para la construcción de un libro del que se desprenden muchas y muy ricas reflexiones sobre nuestros modos y costumbres nacionales.

Sara Sefchovich es socióloga y novelista, investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Desde hace un cuarto de siglo ha estudiado la cultura mexicana en un sentido que trata de entender de dónde viene nuestro modo de pensar y de actuar. Aquí la entrevistamos sobre su libro más reciente, La suerte de la consorte.

Tú has dicho que en México hay temas tabú. ¿Cuáles son esas partes de la vida de las que no se habla en nuestro país y a qué crees que se deba esto?

-Sucede en México, como supongo que en muchas culturas, que existen ciertos temas sobre los cuales se guarda silencio. Por ejemplo, la familia. Si bien hay estudios que permiten conocer su estructura o composición, no los hay sobre su funcionamiento interior, como institución en la que se establecen las relaciones que se van a reproducir a nivel de la sociedad. O la religiosidad. Conocemos a la Iglesia como institución y algunas expresiones populares de la fe, pero no sabemos la manifestación de este fenómeno en el diario transcurrir de la existencia. Y como éstos, muchos ejemplos más. La razón de los silencios es cultural: como somos hijos de una colonización marcada por el autoritarismo y la violencia, en la cual se castigaba severamente cualquier acción o idea diferente, hay asuntos sobre los cuales se prefiere no hablar, para no abrir espacios susceptibles a la herida o al riesgo y hay asuntos sobre los que no se nos ocurre que se podría hablar, pues no están siquiera en nuestros horizontes mentales.

-¿Pero esto no es igual en todos los países?

-No. Desde hace un cuarto de siglo, en los países desarrollados se estudia a la sociedad de otra manera: desde la perspectiva de grupos sociales no hegemónicos, de la vida cotidiana, de las características culturales de sus pueblos. En cierta forma, esto nos ha abierto también a nosotros puertas para conocer y explicar quiénes somos. En La suerte de la consorte sigo la historia de México tratando de romper algunos silencios, a partir de los planteamientos hechos posibles por esos estudios. Al tiempo que retomo el modo tradicional de hacer historia en nuestro país, que es la de los acontecimientos vistos desde el poder, busco conocer los modos de ser de la familia, los modos de pensar y de vivir la vida cotidiana, lo que se comía, lo que se vestía, cómo se rezaba, cómo se entretenían las personas.

-¿Qué problemas enfrenta alguien que quiera abordar la historia de este modo?

-El principal es que en nuestro país la información es escasa, así que tuve que apelar a la imaginación: hacer historia pero también ficción y aprovechar como fuentes las más diversas e insospechadas, no sólo documentos de archivo y libros académicos sino también novelas, entrevistas, fotos y videos. Claro que un esfuerzo de este tipo planteó exigencias, entre ellas, la de que el recorrido fuera tan largo, quinientos años, lo cual es una empresa demasiado grande para una persona. Y sin embargo, no me quedó más remedio que hacerlo así porque, dado que hay pocos antecedentes, resultaba ineludible tener la perspectiva general para establecer las tendencias y patrones y, sobre todo, para fijar una propuesta.

-¿Por qué escogiste a las representantes del ``poder detrás del poder'' para hablar de la vida privada?

-Escogí como sujetos de estudio a las esposas de los gobernantes porque encontré que por su ubicación social e histórica me permitían acceder de manera privilegiada a lo que yo buscaba: ellas encarnan los modos de ser, de pensar y de vivir la vida diaria y la vida familiar de cada época histórica, así como sus contradicciones y limitaciones; están situadas en la frontera entre el poder y el hogar, el mundo público y el privado, y dado que las ha habido de todas las clases sociales y con maridos de las más diversas ideologías políticas, a través de ellas es posible conocer a la sociedad en su conjunto y desde los lugares más diversos. Pero al mismo tiempo -y esto es clave- me permitieron hacerlo de manera amable, pues resulta más atractivo seguir a la historia con nombre y apellido, con casos concretos, que de manera abstracta y general.

-¿Qué es lo que buscas con este estudio?

-En el libro me hago preguntas que sólo son posibles desde la óptica de nuestro tiempo. Las hice porque estoy convencida de que el sentido de nuestras indagaciones sobre el pasado consiste en hallar respuesta a lo que nos interesa y preocupa hoy. Claro que buscar no significa que tengo las respuestas. De hecho, para que quedara clara la diferencia entre el dato y la duda, opté por incluir mis preguntas en el texto, las cuales, paradójicamente, contestan algo de lo mucho que no sabemos. Por ejemplo: describo los modos de vida del siglo XVI según los cuentan los estudiosos, pero también imagino lo que podía significar para una persona nacida en la aristocracia española, nutrida de una atmósfera intelectual en la que aún no desaparecía del todo la mentalidad medieval (es decir, la visión del mundo cerrada y dogmática, que imponía la fe y la obediencia ciega a la Iglesia, al Rey y a las jerarquías sociales, y que se fundaba en la aceptación del destino individual como voluntad divina, con una intensa búsqueda de la virtud y una conciencia aguda del pecado) y aún no se hacía del todo presente la mentalidad moderna (la búsqueda de las utopías que dio lugar al descubrimiento del nuevo mundo y que fue retroalimentada por él); lo que podía significar el abandono de su casa y la llegada a este país insalubre, habitado por indios semidesnudos, donde el calor y los olores y sabores transtornaban su idea del mundo y del deber ser. Y a partir de eso me pregunto qué significado tuvo tal encuentro para nosotros, para nuestra forma de ser. En el caso citado, veo que como los españoles no llegaron aquí para dejarse convencer por lo que encontraban sino al contrario, para imponer sus modos de vida que consideraban como los mejores, ello explica que actuaran con tanta violencia para destruir las civilizaciones, saberes y religiosidades que aquí había, y que pretendieran que nada les afectaba y que podían sólo llevarse el oro y la plata. Pero como eso era imposible, allí se genera una dificultad que nos marcará como sociedad.

-¿Eso es lo que nos preocupa?

-Este es el tipo de preguntas que me hago en el libro y las respuestas o incluso la falta de ellas, me permiten conocer los distintos momentos históricos pero también cómo somos hoy y de dónde viene nuestro modo de ser.

-¿Qué constantes encontraste en nuestra forma de ser?

-La sociedad novohispana se fundó sobre contradicciones profundas cuyo significado aún no comprendemos del todo, pero que definieron la manera en que se construyó el edificio social y los modos de pensar. Por ejemplo, el afán por imitar lo que sucede en Europa y, al mismo tiempo, ese seguirlo siempre matizadamente. Un caso es la Ilustración. La que aquí tuvimos no fue la edad de la razón y de la lucha por la soberanía del pueblo sino la búsqueda de algo propio que pudiera ser apreciado por los europeos, y por eso nuestros intelectuales se dieron a la tarea de recoger desde la geografía del territorio hasta la historia de los pueblos indios. O en el siglo XIX, cuando en Europa hubo importantes movimientos ciudadanos e ideas nuevas, aquí las luchas fueron entre liberales y conservadores por imponer su forma de construir la nación, sin los extremos del jacobinismo, el socialismo e incluso del feminismo. O el romanticismo, que no fue entre nosotros un esfuerzo apasionado y libertario sino apenas un conjunto de relatos de amores enmarcados en retratos de costumbres, pura sensiblería y moraleja para las mujeres que permanecían encerradas en lo que las crónicas de la época llaman ``la dulce penumbra del hogar'', relegadas no sólo de la participación pública sino incluso de las ideas, al punto que la estudiosa Jean Franco afirma que es el siglo de su domesticación. A principios del siglo XX eso llega a la esquizofrenia, pues mientras la élite social, los llamados ``científicos'', de verdad creían que estábamos en el camino del ``progreso'' y de la ``organización racional del mundo'' y mientras los poetas miraban a Francia para elegir sus modelos poéticos, las mayorías vivían en una sociedad feudal. Después de la Revolución copiamos ideas y valores que tenían que ver con la salida a la luz de sectores de la sociedad a los que antes no se les prestaba atención, y que se convirtieron en responsabilidad del Estado. De hecho, a las mujeres mexicanas se les concedieron derechos políticos menos por su lucha propia que por imitar a otros países.

-¿Crees que con este tipo de estudios se puede sacar alguna conclusión sobre nuestra idiosincrasia y de modo más particular sobre la historia de las mujeres?

-Sí es posible sacar algunas conclusiones, aunque yo les llamaría culturales. La principal: que somos una sociedad temerosa de lo nuevo. Y en donde más se nota esto es en la familia, que ha sido una institución muy refractaria al cambio. En quinientos años el papel de las mujeres apenas se ha transformado. Por supuesto, han mejorado la salud, las condiciones del trabajo doméstico, las posibilidades de estudiar y de trabajar fuera de casa, pero la esencia sigue siendo la misma en cuanto al lugar que ocupan en la sociedad y a la manera en que se las considera.




Juan Ríos

entrevista con Elmer Mendoza

Para armar al personaje

Un asesino solitario, de Elmer Mendoza, no es un libro político aunque se apoye en hechos reales, y no es una novela policiaca a pesar de que sus protagonistas son narcotraficantes, judiciales, guardaespaldas y militares corruptos. Aquí el autor explica cómo decidió escribir sobre un hecho real tan complicado dándole una forma literaria tan sencilla.

La primera novela del cuentista, cronista y dramaturgo sinaloense Elmer Mendoza (Culiacán, 1949) ha encontrado muchos lectores gracias a la simpatía del polémico protagonista: Jorge Macías, el gatillero sinaloense contratado para matar al candidato del Partido Oficial a la Presidencia de México. Estas son sus opiniones más allá de las líneas con las que ilustra, literariamente, lo que en el ámbito periodístico ha sido pan cotidiano desde hace algunos años.

No teme perder reconocimiento literario por abordar un tema político?

-Me molesta que consideren Un asesino solitario una novela de corte político, porque yo sólo aspiré a escribir una obra literaria. Creo que lo político es un casillero que no le corresponde, pero he encontrado lectores que insisten en que permite una lectura política.

-¿Su novela se aprovecha del interés que hay alrededor de la muerte de Colosio?

-No, yo nunca me propuse hacer la crónica de este asesinato real. Quería inventar al sicario Jorge Macías y al candidato Luis Barrientos Urieta, presentar un personaje con un lenguaje, que tiene una visión del mundo y está contando su historia, una historia de ficción.

-En su novela aparecen el candidato del Partido Oficial, Luis Barrientos Urieta; el Subcomandante Lucas, el líder de la izquierda mexicana, Cuitláhuac Cardona; el comisionado para la paz en Chiapas, Samuel Machado; y Abraham Malinovsky, el locutor más influyente de la televisión. Puesto que evidentemente se refiere a figuras públicas, ¿no peca de timidez al rebautizar a los personajes?

-Mire, yo creo que si Aburto o los implicados en este asesinato llegaran a leer mi novela, seguramente dirían: ``Este tipo no sabe nada.'' Además, usar los nombres reales habría significado disminuir los alcances de mi libro. Yo aspiro a que me puedan leer en otros países, aun si desconocen el asesinato de Colosio, o incluso si no les interesa la política, como es mi caso. Además, no podía trabajar con los nombres reales: no hay nada más difícil que bautizar a los personajes, porque los nombres deben participar en la dinámica interna de la obra, y los nombres reales no me funcionaban. Al final decidí que mis personajes se llamarían como las personas reales, porque quería inducir al lector a sacar conclusiones, a formular sus propias hipótesis, pero sobre todo a participar en mi novela. Estos guiños de los nombres son mis hilos invisibles para jalar al lector. Y claro, como no somos un país absolutamente democrático, preferí abstenerme de provocar a alguien: yo lo único que busco son lectores.

-¿No teme que lo acusen de oportunista por escribir esta novela?

-A mí no, en todo caso a Tusquets, por ponerle esa portada.

-Dicen que para escribir El día del Chacal, Frederick Forsythe recorrió el itinerario del asesino que intentó matar al presidente Charles De Gaulle. ¿Usted hizo una investigación similar para escribir Un asesino solitario?

-No, porque la pasión por la realidad puede echar a perder una obra. A mí el atentado real no me interesa: yo he ido a Tijuana y ni siquiera conozco Lomas Taurinas. Lo que yo quise era producir un mundo de ficción que reprodujera algunos elementos de la realidad; no quise caer en el problema de los escritores realistas, obsesionados por ver si necesitan toda la información que aparece, y que al final no escriben nada que valga la pena, o ni siquiera escriben. Lo mejor es inventar y aprovecharse de las convenciones, de las referencias... Pero sí pedí auxilio en algunas cosas. Un amigo mío fue quien armó a mis personajes: me dijo qué tipo de armas debía llevar un judicial, un narcotraficante, un asesino a sueldo. Lo que hizo Forsythe es válido, pero la imaginación puede proporcionar cualquier tipo de información, y aunque conozcas los espacios y rostros de tus personajes, deben ser transformados por la imaginación a la hora de escribir. Yo todo lo resuelvo con palabras. A veces busco algo, lo veo, y si no me sirve sigo adelante por otro camino.

-Un asesino solitario está escrita en primera persona, desde el punto de vista de un matón y en caló. ¿No tiene una deuda con la primera novela policiaca mexicana, El complot mongol, publicada treinta años antes? Aunque, por otra parte, su personaje es más frío que el de Rafael Bernal, pues entre golpear a alguien o matarlo, prefiere matarlo de un tiro, para no cansarse. ¿Nos hemos vuelto más cínicos?

-Bueno, la tradición en este tipo de novelas es que los personajes sean cínicos. Creo que lingüísticamente ambos personajes se parecen un poco, quizá también en lo taimados que son, pero las historias son distintas: en El complot mongol hay una investigación y culpables, en mi novela no. Tengo un personaje que usa el cinismo para relacionarse con la realidad y para ubicarse en el mundo tan violento en que vive. El persigue constantemente su identidad, duda, se pregunta cuándo ha tenido algún valor como persona; tiene una madre, hermanos, gustos e incluso un amor y cierta clase de sentimientos, que de alguna manera lo salvan. Además, el personaje de Bernal sabía lo que estaba haciendo y a qué se exponía; el mío ignora quién lo contrata y no sabe cuáles son los intereses en juego. El personaje es elemental; nunca pretendí que tuviera mayores complicaciones psicológicas: es un asesino que no se da cuenta de las consecuencias que tendrá su acción, trabaja por dinero y sólo piensa en lo que va a ganar. Hay una tendencia a que los personajes más importantes de la literatura sean perversos: Hamlet, su madre y su tío; Clitemnestra, la madre de Orestes. Pero yo tuve que resistir la tentación de traicionar el perfil de mi personaje. Quise hacerlo más astuto o más perverso, pero no habría funcionado.

-¿Cuál es la hipótesis que usted maneja?

-Si lo quiere ver así, la del complot. El asesinato de Colosio produce un remolino de opiniones en el país y las que yo rescato son las opiniones populares. La gente tiene su hipótesis, que se escucha en las calles, en las cantinas, en los chistes al estilo de: ``Señor Salinas, mataron a Colosio'', ``¡Cómo! ¿A poco ya son las siete?'' La gente produce una idea que no se basa en investigaciones policiacas, sólo hace una suposición que tiene que ver con el juego del poder, y se mueve en direcciones más o menos lógicas. ¿Por qué piensan que el complot se produjo en Presidencia? No tienen argumentos, pero saben que el culpable debió ser muy poderoso y que el máximo poder de México está ahí. Lo que sí es cierto es que hubo rumores de que habría un atentado contra Colosio en Culiacán y que luego algunos dijeron haber visto a Aburto en los mítines de Sinaloa. A partir de estos rumores yo armo mi historia.

-Si Salinas fuera el protagonista de su novela, ¿tendría motivos para asesinar al candidato que él mismo eligió?

-Para responderle tendría que escribir otra novela. Yo creo que por su trabajo en Solidaridad, por ser de una familia de clase media, por el planteamiento de la cultura del esfuerzo y no del privilegio, a Colosio lo veían como un candidato mesiánico. Y es muy fácil pensar que iba a denunciar y castigar los excesos de Salinas.

-A través del lenguaje, la ciudad, las costumbres, los platillos, usted explora la cultura sinaloense...

-Quizá sea una idea romántica, pero aspiraba a poner a mi ciudad en el mapa de la literatura. Lo del caló fue para crear un personaje verosímil y plantear el habla de una región pero, sobre todo, porque mi personaje es un joven sinaloense de claseÊmedia baja, que aprende el habla que se originó en las bandas, en los años sesenta, y ahora ya se extendió por toda la ciudad y se usa en todas partes. También tenía la intención de preguntar: si somos lo que hablamos, ¿qué somos los sinaloenses?

-¿Y por qué decidió escribir sobre el narcotráfico?

-A los escritores de Sinaloa siempre nos reclaman que deberíamos escribir la épica del narcotráfico, historias de narcotraficantes. La literatura se escribe desde cualquier parte del mundo, y los autores no temen utilizar su contexto; entonces, ¿por qué no manejarlo abiertamente? No veo por qué deba evitar referirme a todo lo que veo en la ciudad donde vivo, y a la que aspiro a darle una personalidad en mis novelas: los autores también pertenecemos a un mundo y éste tiene influencia sobre lo que hacemos. Culiacán es una ciudad donde pasan cosas y hay trabajo legal e ilegal. Los sinaloenses son abiertos, orgullosos, tienen un sentido del honor casi medieval, diría yo, y un gran sentido del apego y de la amistad. Hay muchos agricultores y ese contacto con la tierra provoca que los asuntos se resuelvan de una manera elemental y a veces violenta. Esa violencia me interesa, así como la violencia de la pobreza, que genera personas dispuestas a hacer cualquier cosa para sobrevivir. Me interesa, pero no para moralizar. Creo que la literatura no resuelve nada.

-Escribir sobre asesinatos políticos debe implicar riesgos. ¿Cuáles son los criterios que siguió para construir Un asesino solitario?

-Bueno, creo que corrí los mismos riesgos que cualquier novelista. Elegir el mejor punto de vista, qué lenguaje utilizar, qué tipo de estructura, a fin de acelerar o desacelerar la obra, ahondar en la profundidad de un personaje, introducir nuevos planos o voces, desarrollar el tema y llegar al lector. El estilo, el tiempo, los temas, la forma, el contar algo, el lenguaje, el fraseo, la tensión dramática que se maneja en la obra y consigue que un lector continúe, descanse, se emocione. Me interesa que converjan todos esos elementos. Si el lector, que está en busca de sus verdades, encuentra en una novela cosas que le dicen algo, no va a decir: ``este narrador tiene oficio'' sino ``este libro estáÊbien escrito''. Eso es lo que yo busco. Además, hay un momento en que los personajes mismos te van mostrando caminos. Y tienes que tomar una decisión: o los sigues o respetas fríamente el proyecto que te habías propuesto desde el principio. Yo los sigo. De verdad, yo los sigo.