Ť Ripstein, Cauduro, Maria Guida y los cantantes entendieron su significado


El estreno de Salomé, hito operístico en México

Pablo Espinosa Ť Un hito. El estreno de la ópera Salomé dirigida en escena por Arturo Ripstein, y en la parte musical por Guido Maria Guida, con escenografía de Rafael Cauduro y una cuarteta de cantantes de ligas mayores, constituye un acontecimiento de particular trascendencia en la historia de la creación artística de México.

De entre el vendaval de maravillas que ocurren en escena, baste una muestra en botón: el momento en que el Bautista (Jochanaan, interpretado por el barítono Greer Grimsley) esquiva por vez definitiva a la protagonista (Salomé, interpretada por la soprano Karen Huffstodt) quedará registrado como una de las escenas perfectas, una esfera, la armonía entera entre las artes. Como ese, muchos momentos epifánicos en dos horas de grandes vuelos operísticos, de calidad extrema, como en las mejores capitales operísticas del mundo.

Desglosemos: la línea de canto de Grimsley navega entre meandros sinfónicos que emergen del foso de la orquesta. La melodía que entona, esa invención genial puesta en pentagrama por Richard Strauss, contiene el summun de la pasión, en combinaciones fatales de sortilegio, encanto, ominosa presencia lunar.

Ese instante esférico, esa concentración del universo, está desplegada en escena por el maestro Arturo Ripstein en un trazo triangular:

Jochanaan/Grimsley tiene abiertos los brazos en cruz. Su sayal es ahora un pequeño ciclorama en un juego abiertísimo de espejos. Postrada a su izquierda (derecha espectador), Salomé/Huffstodt tiene la mirada perdida en el infinito, plateado por la luna, y también canta. De entre el enramado dorado de su cabellera refulge su mirada, alucinada. Y también canta. La potencia, hondura dramática, emisión, calidad pero sobre todo su capacidad de entender y expresar sus personajes, cualidades de ambos cantantes, son apenas fragmentos del esplendor entero que ocurrió la noche del domingo en el Palacio de Bellas Artes.

Crear una bomba de tiempo

Porque una vez analizados los elementos puramente musicales de esta producción hecha en México, la suma del entorno es un paraíso de las artes: vestuario y escenografía como pocas veces un montaje operístico nacional haya registrado niveles tan estratosféricos. El eterno referente de la era del nacionalismo, cuando Los Tres Grandes (y los medianos también) colaboraban con Carlos Chávez, Ana Sokolow y otros protagonistas del esplendor de ese entonces, queda ya como una referencia arqueológica, pues la participación de Rafael Cauduro en el montaje que ahora nos ocupa es, con creces, una fortuna para las artes mexicanas. Sólo comparable con, por ejemplo, las colaboraciones de David Hockney para el Metropolitan Opera House.

No sólo ideó Cauduro un mundo idóneo para Salomé, construyó, con el entorno salido de su mente y sus pinceles, buena parte de la bomba de tiempo que estalló anteanoche en Bellas Artes e hizo pedacitos los sentidos de los espectadores que entendieron lo que allí arriba estaba aconteciendo: una puesta en escena operística alucinante y alucinatoria.

Más de entre la suma de las artes que hizo volar el placer de la ópera bien lograda: por supuesto que el texto de Oscar Wilde, tan salvaje y erótico como El cantar de los cantares (''Deseo tu cuerpo/ es tan bello como un lirio en el campo", canta Salomé al Bautista), un estudio humano sobre las pulsiones (la tanática, la erótica), una tragedia que no quiso Sarah Bernhardt, pero que han rescatado los grandes artistas, los que han visto y oído lo que otros no pueden entender: Salomé es una ópera endemoniadamente subversiva, angelicalmente enternecida, es un vehículo esplendoroso siempre y cuando sea entendido. Ripstein, Cauduro, Guida, los cuatro cantantes, lo entendieron.

El equipo creativo, todo entero, que participó en este montaje (cuyas funciones restantes ocurrirán hoy, el 17 y el 19 de septiembre), incluyendo la asesoría escénica de Benjamín Cann y Philippe Amand, tienen en este trabajo un logro histórico. Las voces de Karen Huffstodt, Greer Grimsley, Quade Winter y Barbara Dever, la batuta de Guido Maria Guida, la escenografía y vestuario de Rafael Cauduro y la dirección de escena de Arturo Ripstein constituyen, más que una ficha técnica para los anales de la ópera en México, un hito, una fiesta de las artes que se puede vivir durante cuatro funciones en Bellas Artes.

Aleluya.