En los últimos días se han publicado varias versiones en relación con el tipo de cambio del peso con el dólar. En varios casos, se señala que el peso está sobrevaluado, o sea, muy caro en su tipo de cambio con el dólar. Las estimaciones llegan a 25 por ciento, con el señalamiento de que se había llegado a 30 por ciento poco antes de las devaluaciones de fines de 1994 y principios de 95. En otros casos, las apreciaciones son de 13 por ciento o un poco más. Funcionarios de Hacienda y del Banco de México dicen que no hay tal sobrevaluación, porque es el mercado el que determina el tipo de cambio.
Es cierto que las autoridades hacendarias y monetarias no fijan el tipo de cambio por decreto. Pero también lo es que estimulan una entrada masiva de capital a la Bolsa Mexicana de Valores y, en general, a la compra de papel financiero de varios tipos. Y éstos incluyen a los llamados capitales golondrinos, que a la primera señal que les despierte dudas se van del país en busca de mejores negocios. A diferencia del capital que se destina a construir, por ejemplo, una fábrica que no se va a retirar tan fácilmente, el que compra un papel financiero lo vende, si quiere, al día siguiente o a la semana siguiente.
Esta entrada masiva de capital es la que hace que el peso nos alcance para comprar unos centavos de dólar más que a principios de este año. Pero desde entonces los precios en México han subido más que en Estados Unidos, y el efecto combinado de un dólar más barato y precios internos más caros implica un freno a nuestras exportaciones y un estímulo a mayores importaciones, abaratadas porque el dólar está más barato que antes, y los productos internos más caros.
Esto afecta nuestra balanza comercial, como se verá sobre todo en los meses que faltan de este año, pues a medida que se acercan las compras navideñas, los aguinaldos y otros elementos propios del fin de año, esta balanza se deteriora más. En el momento en que la cercanía de las elecciones, los conflictos dentro del partido gobernante y otros elementos propios de la temporada tengan un mayor efecto en el estado de ánimo de los inversionistas golondrinos, éstos retirarán su dinero y al déficit comercial se sumará un déficit en materia de capitales.
Esto, además, se da sobre un contexto en el que, en comparaciones de largo plazo, el peso sí está caro en relación con el dólar. Esto, independientemente de si esta situación se genera con un decreto cambiario o con otro tipo de medidas de política económica. La previsible continuación de esta política económica hasta que pasen las elecciones, con el propósito de mantener un bajo ritmo de aumento de precios sobre la base de importaciones baratas, hará que siga aumentando el nivel de sobrevaluación del peso. También contribuirá a que el crecimiento económico se vea limitado, a medida que las importaciones desalojen del mercado a una parte de la producción local.
Esto, con algunas variantes, ha sucedido cada fin de sexenio desde 1976. Después de ver salir el sol cada mañana durante toda la vida, la gente puede saber que al día siguiente va a volver a salir, desde antes de que eso ocurra. De ahí que en muchos casos se deduzca que tendremos una nueva devaluación, y estarían por definirse, en todo caso, el momento exacto y el monto de la caída del peso. Cada uno de los últimos sexenios, el gobierno saliente hace todo lo posible por convencer a todos, especialmente a quienes tienen más dinero, de que ahora sí ya no va a haber devaluaciones. El anterior gobierno tuvo bastante éxito en ese convencimiento y eso contribuyó a una reacción más agresiva de medios poderosos de fuera del país, en cuanto las devaluaciones se dieron, en 1994 y 1995. Ahora vivimos el mismo fenómeno.
Lo que sí parece claro es que mientras más se retrasa una devaluación su monto es mayor, porque así lo son también las presiones devaluatorias: el desequilibrio de la balanza de divisas, el agotamiento de las reservas, que ahora están en un buen nivel pero que irán cayendo, y la desconfianza de quienes tienen capacidad de invertir... y desinvertir.