Maravilla en la antigua ciudad de México --hoy Centro Histórico-- percatarse de la sobrevivencia de ciertas costumbres y situaciones, que se dan en los distintos barrios, que, frecuentemente datan de muchos siglos atrás. Un caso común es el comercial, del que ya hemos comentado que continúan vivos, en el mismo lugar, muchos giros, cuyo origen es virreinal y ni qué decir de los mercados, ubicados la mayoría en donde estuvieran los tianguis prehispánicos.
Otro caso es la ``ramería'', término con el que se conoció la prostitución en épocas pasadas. En la calle de Mesones, en el añejo barrio de La Merced, se conserva una de las casonas que en el siglo VI fueron autorizadas oficialmente para funcionar como ``casa de mancebía''. Ello nos habla que en el rumbo ya se practicaba con regularidad el que se dice el oficio más viejo del mundo. De hecho, esos tramos de la calle de Mesones, se llamaban de las Gallas, por el apelativo con el que se designaba a las rameras en esos tiempos. En las cercanías, por los rumbos de la avenida San Pablo, sitio en donde las gallas actuales, ejercen su actividad las 24 horas del día, se encuentra una linda iglesia en estilo neoclásico, hoy dedicada a archivo, que ostenta labrado en la piedra de uno de sus muros: ``A mayor honra y gloria de Dios y de Santa María Magdalena. Patrona de esta casa de publicas pecadoras, fabricaron esta iglesia los inquisidores de México. Año 1808''.
Rodeada de laureles y ficus, esta situada en una amplia plaza llena de vida, comunicada con otra más pequeña, en donde se encuentra la iglesia de San Lucas. En este lugar se ubicó tras la conquista, el matadero, que después se convirtió en el rastro de la ciudad. Se dice que el dinero para la edificación del templo, lo proporcionaron los matanceros, que trabajaban allí y vivían en los alrededores.
En sus inicios funcionó como parroquia sustituta de la de San Miguel: la construcción primitiva, se reedificó, por orden de Cédula Real expedida el 18 de junio de 1698. Cinco años más tarde, se concluyó el templo que aún podemos admirar, con ciertas modificaciones que se le hicieron en el siglo XVIII. El resultado es una sencilla pero hermosa construcción, con una portada finamente labrada con jambas almohadilladas y en el dintel un nicho con dos tragaluces; en el centro un frontoncillo. Una pequeña torre con un lindo campanario, remata la agradable vista de la fachada. El interior perdió sus retablos barrocos cubiertos de hojas de oro, pero conserva la techumbre envigada, sostenida con zapatas.
El templo fue muy cuidado y querido por los trabajadores del rastro, popularmente llamados ``rastreros'', oficio de importancia en la época. Este lugar fue siempre objeto de reglamentaciones; el 30 de noviembre de 1871, se expidió un ``nuevo'' reglamento, en el que se establecía que las reses sólo podrían ingresar a la ciudad por las garitas de la Candelaria y de la Viga, fijando con detalle los horarios, según los meses del año. Esto permite ver que nuestros ancestros también diferenciaban el horario de verano del de invierno, ya que señalan que de octubre a marzo, ``las reses podrán entrar una hora más tarde''.
Llama la atención el comentario que se hace sobre el sitio, en la Memoria de la Corporación Municipal, que funcionó en 1851: ``Hay en el rastro un inveterado abuso que he procurado destruir, pero no me ha sido posible conseguirlo, por causas que desgraciadamente no está en mis facultades remover. Hablo de los regatones (intermediarios), llamados aquí `coyoteros'. Los introductores de ganado, que invierten en el giro capitales considerables, y son por varios títulos dignos de consideración, han sido frecuentemente víctimas de la mala fe...'' Bien dice el dicho que no hay nada nuevo bajo el sol.
Valga la aclaración que en materia gastronómica y etílica, en el Centro Histórico, esto no se explica, ya que diariamente hay algo nuevo. Hace unos meses, en el Barrio Chino de la calle de Dolores, se abrió un restaurante ``muy elegante'', sobre todo comparado con los que lo rodean, en general modestos. Este se encuentra en la esquina con Independencia y lleva el impactante nombre de ``Dinastía Lee''; la decoración de maderas intrincadamente labradas, en adornos y sillas, le hace honor al título. La comida es bastante buena y el servicio muy amable. Al igual que la competencia, tiene menús económicos con muchos platillos, pero también, suculentas recetas de la cocina china tradicional, como el pato laqueado y multitud de salsas para satisfacer cualquier paladar, pues hay picantes, saladas, agridulces y suavemente endulzadas, como la que baña algunos postres.