Un fantasma recorre México: el fantasma de la alianza de la oposición. Ocho partidos intentan construir una coalición electoral para derrotar al PRI. Todas las fuerzas de la vieja sociedad política se han unido en Santa Cruzada para acosar a ese fantasma: los voceros del PRI y el gobierno, los jefes de los grandes grupos de interés, los comunicadores venales, los programas informativos ``controlados''. Y además muchos intelectuales sinceros y prestigiados, los radicales de la izquierda y conservadores fundamentalistas. ¿La alianza se explica y se justifica o es una mera argucia para provocar inquietud pública?
Muchos piensan que se trata de un fenómeno reactivo. Que el PAN y el PRD y los demás partidos emergentes al sentir la proximidad de un nuevo triunfo del PRI se empeñan en un propósito que carece de programa, dejándose arrastrar por la ambición del poder, sin darse cuenta que están alentado el caudillismo y empujando a México hacia la confrontación.
Habrá que recordar que son el Presidente y el PRI los que han provocado en forma involuntaria el surgimiento de la alianza. Los partidos opositores al fin han percibido que ya no pueden conformarse con irse adaptando ``gradualmente'' a los espacios que les ha ido concediendo con avaricia el sistema. Este se ha negado a una nueva reforma electoral que garantizaría (relativamente) la equidad en las elecciones presidenciales. Se mantiene intacto el sistema de manipulación de la información política mediante el control de los medios electrónicos. Es imposible que ninguno de los dos partidos pueda triunfar sólo con sus propios recursos contra toda la maquinaria del poder presidencial.
El PRI había logrado separar a los partidos de oposición. Exacerbando diferencias menores, negando las coincidencias mayores, haciendo concesiones a uno para golpear al otro y cambiar de táctica después.
Los ocho partidos opositores han hecho cálculos electorales que impulsan la alianza. El PRI no ha logrado en los procesos electorales de 1997 en adelante superar el tope de 40 por ciento de los votos. La oposición cuenta claramente con la mayoría del electorado, siempre que ofrezca a éste una opción única. No es difícil llegar a la conclusión de que al PRI le sería mucho más difícil vencer a una coalición de esos ocho institutos políticos que luchar contra los partidos separados y divididos.
Tampoco se puede esperar que la sola coalición pueda derrotar al PRI. Es cierto que el voto duro de cualquiera de los dos partidos principales de oposición preferiría sufragar por el PRI que por el candidato de la coalición, si éste no fuera el de su preferencia original. También es cierto que la coalición no convencerá a nadie si no ofrece buen equipo y programa de gobierno y estatutos y plataforma convincentes. No será fácil encontrar un método para elegir a un candidato único a la Presidencia. La alianza tendrá un largo camino de dificultades. Pero de lo que podemos estar seguros es de que, si no hay alianza, el PRI volverá a imponerse ``a como dé lugar''.
No podemos contentarnos con una explicación. La alianza debe justificar su misión histórica.
Esta consiste simplemente en recuperar el proyecto de nación, volver a los principios que inspiraron la Revolución Maderista y los mejores aspectos del reformismo revolucionario. Las tareas pendientes son en esencia las mismas que a principio de siglo, aunque habría que actualizar por completo sus contenidos de cara a esta época: construir un sistema democrático. Orientar a la economía para que crezca de nuevo, pero para servir a los intereses de la mayoría y no de un grupo de oligarcas vinculados con la clase política. Como en 1910, está pendiente la restructuración de las relaciones con el exterior. Recuperar nuestra identidad nacional, nuestra capacidad de negociación. Revivir la tradición nacionalista de México, que nunca degeneró en xenofobia y que hoy aplastada por el entreguismo parece cosa del pasado, como si la soberanía y la autonomía pudieran sacrificarse.
La alianza tiene una misión histórica porque el sistema presidencialista-priísta ha agotado totalmente su proyecto. Si usted piensa que exagero, le invito a repasar las denuncias que los cuatro precandidatos del PRI hicieron en el debate de la semana pasada. Ninguno de ellos dejó de reconocer el desastre en que vive el país. Ninguno propuso medidas inteligentes para resolver los problemas que el actual gobierno y sus antecesores han causado. Fue un gesto sublime de cinismo, porque no hubo autocrítica. Los cuatro han sido artífices de lo que denuncian. Parten de la seguridad de que el pueblo mexicano no tiene memoria histórica ni conciencia política. ¿Qué mayor síntoma de que la oportunidad del PRI ya terminó y que se requiere la unión de todos los que creen en la democracia para proponer e impulsar un proyecto de nación?