La Jornada Semanal, 19 de septiembre de 1999


Renato Ravelo
entrevista con Dario Jaramillo

Discípulo sin maestro

Darío Jaramillo Agudelo es un escritor que se provoca el silencio: "ahora quizás mi mayor sensibilidad es hacia el ruido de la ciudad y mi mayor necesidad es encerrarme en silencio, dentro de la ciudad, a leer y escribir", por lo que cada fin de semana inicia una reclusión para escuchar esa vocación que lo descansa y lo completa. Y en ese silencio dos espejos de Colombia se forman: el del horror como presente y el de la religiosidad como futuro.

sem-dario La apariencia del escritor colombiano (Santa Rosa de Osos, 1947) acusa su adicción a Bogotá, sin sol ni paseos a las "fincas" aledañas, pero también su origen antioqueño, región de Colombia donde el orgulloso seseo en el habla de sus habitantes conecta a un pasado exclusivamente español, al tiempo que sirve para proclamar un espíritu emprendedor, que fue también el caldo de cultivo del narcotráfico de Pablo Escobar, el mito, y de Medellín, la ciudad.

De hecho, la generación que era adolescente en los sesenta y creció en la posibilidad de enriquecerse de un día para otro, es la que retrata Jaramillo Agudelo en Cartas Cruzadas, la novela que da pretexto a la entrevista con el también autor de los libros de poesía Historias, Tratado de retórica y Poemas de amor. Su próximo novela, La voz interior, explora el aspecto de la religiosidad en su manifestación moderna aunque desde el espectro que se forma entre San Agustín y Pascal.

José Emilio Pacheco celebró Cartas cruzadas en privado, al proponerla a Era para su publicación, y luego en público en su "Inventario", donde también reflexionó sobre esos colonialismos editoriales, según los cuales España decide los escritores de América Latina que considera que valen la pena, o que se ajustan a sus cuotas de publicación. De hecho la novela es de 1995, cuando fue finalista del Rómulo Gallegos. Jaramillo, que en la entrevista es animadamente irónico, es escueto y de una crudeza lúcida por un momento: "En 1989, en un pueblo cercano a Bogotá, una bomba había sido puesta a la entrada de la finca de un amigo. Él me pidió que abriera la puerta y la bomba me voló el pie derecho. Estuve dieciséis semanas en recuperación. A la salida me viví con una nueva velocidad de desplazamiento, con unos renunciamientos y unas conciencias acerca del valor de lo que me quedaba, que era mucho mayor. Inicié también la escritura de Cartas cruzadas, que me llevó casi seis años."

ųDescribes a una generación que asume lo urbano como paisaje. ƑCómo te consideras?

ųSoy puramente urbano, el lugar del mundo que más amo es Bogotá, esa ciudad sin historia, no como México Tenochtitlan, que es de grandes jardines y parques. Bogotá es una ciudad fea y es adorable; tiene el aire más seco del mundo, el peor clima y el cerro de Monserrat que yo me encargo de cuidarle a los bogotanos.

ųƑPor qué el género epistolar?

ųNo hay nada que se parezca más a la poesía que las cartas y a mí lo que me interesa de la literatura es la emoción poética. En segundo lugar el género epistolar es íntimo, es como hablarle a alguien al oído, y me permitía también hablar en primera persona de todos los personajes, para volverme un poco esquizofrénico. Por último Cocteau lo dice: la originalidad es poner la cabeza en el lado frío de la almohada. Desde el siglo XVIII no se usaba ese lado.

ųƑUtilizar un género viejo para describir una generación que cultivaba la eterna juventud?

ųSe volvió un mito y una industria aquello de la eterna juventud. Los sesenta modelos de zapatos tenis para trotar en la mañana son producto de nuestra generación. Se desplazó la moral una cuarta en el cuerpo: del sexo al estómago. El estómago era el centro: tú no puedes comer esas cosas que te hacen daño, pero te puedes acostar con quien quieras, con la consecuencia de las enfermedades sexuales. Cada generación tiene su propia estupidez, la nuestra era la libertad: libertad para ser libres, no para ser mejores o felices, sino "en sí" como en la canción de Serrat. Inmediatismo heredado de los existencialistas.

ųGeneración que además llegó a la vida productiva en plena efervescencia del narcotráfico...

ųEn México están empezando a vivir lo que padecimos hace diez o quince años. Ojalá que la experiencia nuestra, totalmente desafortunada, sirviera de algo. Es más lógico que se desarrolle el narcotráfico en México porque está junto al consumidor. Y es curioso porque Colombia no era ni centro de producción, ni puerto forzado de paso, nada, era solamente el espíritu empresarial antioqueño, aplicado a hacerse rico de un día para otro. Se alteraron totalmente los valores, muchos amigos del colegio y parientes se involucraron. No se te olvide que Colombia tiene más del cincuenta por ciento de los secuestros del mundo. Aún no llegamos a la resaca, estamos en la embriaguez de la falta de normas. Eso es una paradoja generacional; leíamos a Bakunin, creíamos que el día que no tuviéramos normas seríamos totalmente libres. Nuestro castigo fue vivirlo para darnos cuenta que la libertad era una mentira, que tenía que haber una finalidad, que el resto era muerte, enfermedad, drogadicción, violencia.

ųƑQué significa ser antioqueño, en este contexto?

ųTodos los antioqueños tenemos como marcado en el disco duro que uno debe procurar hacer plática, cuidar el dinero, ser rico. Cada vez es más posible un origen judío en el pueblo antioqueño. Pero además creo que la sociedad se había defendido a través de los siglos con una religiosidad que servía de control social. Si alguien faltaba a las reglas existía el verbo pulpitear, es decir que desde el púlpito el sacerdote decía "hay personas que se están emborrachando por la noche, no dejan vivir a los vecinos". Y eso era efectivo.

ųTambién otra forma de triunfo de lo urbano...

ųEse poder se rompió en 1960 con un proyecto evangelizador muy importante, que parecía iba a influir a futuro, pero se trató del canto del cisne: la iglesia perdió el control. Si la religiosidad acendrada de los judíos conversos termina ųy ellos eran más católicos que los católicos porque lo tenían que demostrarų, la sociedad pierde sus reglas de control.

ųƑQué recursos espirituales quedan?

ųQueda mucha creatividad, que la produce las crisis. No en vano es la tierra de García Márquez, de Álvaro Mutis, de Fernando Botero, de Fernando Vallejo. Queda el horror de ver lo que somos y en la medida que se racionalice... Voy a decir algo poco habitual: queda la religiosidad, no la de la iglesia católica, sino la actitud ante lo trascendente, de armonía universal. Esa religiosidad que salva de la codicia.

ųHablas como padre. ƑTienes hijos?

ųNo, me ha tocado adoptar a los de mis amigos. Tampoco tengo discípulos, nunca he impartido un taller, creo que solamente hay una cosa peor que tener un discípulo y es tener un maestro.

ųƑQué te enganchó a la literatura como vocación?

ųCreo que es un vicio infantil. Me apasionó leer. Vivíamos en el centro de Medellín, salir a jugar a la calle era muy difícil; de ahí a querer inventar poemas como los que uno lee. Es querer imitar la emoción cuando se lee a Rubén Darío, a García Márquez, o se enamora uno de la poesía de Aurelio Arturo o León de Greiff. Ahora mismo, cuando lees a alguien de menos edad, como La mano derecha de Pablo Soler, me da esa envidia sana. Igual me pasa con Gonzalo Celorio y Francisco Hernández.

ųLeí Novela con fantasma antes que Cartas cruzadas. Me costó creer que eran del mismo autor. ƑA dónde querías llegar?

ųBueno, es la historia de un reto. Un día conversaba con Margarita Valencia acerca de que ya no había novelas con fantasmas, y ella dijo que con la luz eléctrica la noche ya no es un territorio propicio o intimidante. "Si escribo una novela con fantasmas, Ƒme la publicas?", dije yo, y así fue. Quería hacer un divertimento, una historia que tuviera su raíz en un secuestro, pero a la vez un juguete cómico y poético. Puede pasar, ahora que lo mencionas, que yo venía de hacer Cartas cruzadas, que era un rollo tenaz. Era eso, como un recreo a una novela que me costó mucho trabajo.

ųƑLa poesía lleva a niveles más amplios de conocimiento?

ųNo. Siempre el mejor poema es el último que escribo, uno en realidad no termina de aprender. Alguna vez consideré al
surrealismo una especie de jerga, hoy no
lo diría. Creo que la emoción poética se da por distintos caminos, en una novela, un reportaje, un poema, y uno solamente sabe que es intenso. Eso es lo que le da valor a la literatura. En esa ascética de la poesía uno nunca podrá decir "ya llegué": es un proceso interminable y fascinante.