La Jornada Semanal, 19 de septiembre de 1999
A excepción del chileno Raúl Zurita (1951), la poesía latinoamericana reciente no está acostumbrada a manifestaciones donde se ponga en evidencia la dimensión histórica presente. La poesía que por ahí anda se apoya en la crítica cultural, en la desventura personal o en la interpretación personal de nuestro pasado poético, cuando no en la interpretación más estable del pasado de la poesía occidental. Lo primero lleva a una poesía entre cínica y acomodada a las circunstancias, lo segundo a la afirmación del sujeto por encima de la realidad poética realmente existente, y la tercera posibilidad a la conquista, aunque sea momentánea, de un lugar en el espacio de una tradición segura. Bombardeado por el discurso del presente (filosófico, económico, cultural, mediático, sociológico), el poeta actual tiene que vérselas o bien con la confusión o bien con su convicción personal, ya que no nos es posible hablar de ideologías. Del mismo modo, desde la década de los ochenta se ha prohibido, salvo que se haga en los lugares "sagrados" para la discusión ųcomo los recintos académicosų hablar de Historia. La desconfianza en los hechos está amparada por el reconocimiento, también cultural, de una política de simulación, a riesgo de considerar la penuria económica, la pérdida de valores básicos o el descenso de la confianza social como un simulacro global. La experiencia personal y la memoria, al menos poéticamente, ponen un dique a la especulación, en un momento en que las identidades poéticas se vuelven asombrosamente parecidas.
A la poesía considerada como tema (un recurso que
desde el siglo XVIII es utilizado como demostración de la
autonomía del arte poético) Eduardo Vázquez
(México, 1962) opone una poesía de la transmisión
de la experiencia, de una experiencia situada históricamente y
reflexionada desde esa conciencia. Es ejemplar, en este sentido, el
último poema del libro Naturaleza y hechos
(México, Era, 1999): "La sombra de los árboles", donde
el poeta habla desde la experiencia que significó para
él
un viaje a Sarajevo. Naturaleza y hechos es un libro escrito
desde la vida, escrito como sin querer estar al día ante los
últimos problemas estéticos. Una antigua costumbre
poética
ųno por vieja sino por dejada de ladoų aparece delante del
lector: el deseo de encarnación entre lo vivido y la
palabra. La poesía, entonces, vuelve al lugar de potencia
transmisora, de posibilidad de conversión en palabra
artística de la vivencia. Esto, que parece como lo "normal
poético", ya no es normal. Lo normal es lo contrario: la
experiencia absorbida desde los límites del lenguaje, como una
literalización desesperada de la advertencia de los
lógicos del lenguaje que indican que entre lenguaje y mundo hay
límites epistemológicos. Y esto, que ya resulta "normal"
desde la perspectiva de un bagaje cultural semiculto, es ya la norma
literal que practica una poesía donde nadie parece vivir porque
todo el mundo "escribe".
La poesía española, en especial la que viene de la influencia de la generación del 27, está presente en el libro de Vázquez como memoria, tal vez, de una época poética en que palabra y acción iban de la mano lírica. Miguel Hernández o Garfias son ejemplos de lo que digo. Sin embargo, el peso de esas voces ejemplares no quita a Vázquez la posibilidad de la ironía y el humor. La experiencia amorosa no está marcada por el signo de la tragedia sino desde la celebración y el goce. El futuro, en estos poemas, no está escamoteado: la visión del mundo de Vázquez es la de la esperanza, una visión que siempre está presente en toda verdadera poesía desde el aporte sustancial del movimiento romántico. Sorprende, en los poemas de Naturaleza y hechos, la ausencia de una postura crítica del lenguaje poético sobre sí mismo. Parecería que Vázquez ha querido estar al margen de esa "conciencia ensimismada" de la poesía moderna que, por ensimismada, olvidó muchas veces que un poema es también un hecho social comprometido con los hombres y no sólo con la cultura del presente. Memoria, Historia, confianza en la potencia lírica, apuesta por el amor y el futuro parecen temas que están fuera de la jugada de la cultura poética actual. Faltaba replantearlos de un modo verosímil, desde la vivencia. Lo ha hecho, en este caso, Vázquez, desde una conciencia extrema y sorprendente.