LA TRAZA CAOTICA DEL estado 1de cosas que vive la UNAM es hoy resultado primordial de variadas determinaciones oscuras tomadas en no menos negros escondrijos políticos, por actores poderosos.
Lo ocurrido no tiene relación alguna con la dizque causa original del conflicto. Una actualización de las cuotas, decidida por los órganos competentes legales, cuyo contenido establecía que nadie quedara sin oportunidad por causas económicas ųdecisión cancelada después por esos mismos órganosų, no fue, no es, en absoluto, la causa de cinco meses de destrucción de la UNAM. Sólo quien quiso fue convencido de tal "explicación". Hoy ni en estado de cretinismo absoluto lo admitiría nadie, aunque haya quien, por supuesto, seguirá sosteniéndolo públicamente.
Luego del "estallido" del paro vinieron los embelecos conocidos: la privatización, el Banco Mundial, el neoliberalismo y las burdas artimañas de siempre para acrecentar el conflicto; después, la inacabable comedia de equivocaciones universitarias, hasta salirse todo de madre.
Nada de lo verdaderamente decisivo en esta farsa de enredos está en manos de los universitarios reales: la primacía de la "política" sobre lo que sea, incluido el sacrificio de una de las mejores instituciones del país, se ha afirmado como nunca. En este caso, la "política" consiste en los intereses de grupos particulares, relacionados con la retención o la obtención del poder.
Esa es la lección más acre. Quienes decidan trabajar para una institución y quieran conservarla y mejorarla tendrán que hacerlo buscando defenderla de la clase política de este país. La rapiña por el poder puede arrasarlo todo.
La mayoría de los universitarios reales, no está en la escena. Ellos han sido requeridos por las autoridades universitarias, sin éxito. Han sido convocados por el gobierno de la República, porque sin su presencia activa no puede aplicar la ley ųeso ha dicho, por más absurdo que parezcaų, pero su poder de convocatoria se mostró nulo. Han sido emplazados, infructuosamente también, por una parte del CGH; ahora un grupo de académicos intenta congregarlos por la vía plebiscitaria.
Es altamente deseable una respuesta, pero acaso sea ya demasiado tarde. Muchos se han ido ya de la Universidad; los más, obviamente desconfían en grado sumo de todos los actores políticos. Además de estar totalmente desorganizados y atomizados, los aturde de continuo el tumulto caótico de la desinformación que en conjunto produce la multiplicidad contradictoria de los intereses políticos y la diversidad ideológica de los medios.
En tanto, en el CGH unos a otros se acusan de "infiltración", aunque todos se preparan para celebrar el 2 de octubre (como si el contenido del movimiento del 68 tuviera relación alguna con el paro destructivo de hoy), y crece el runrún de que el "arreglo" será posible sólo después del 7 de noviembre.
En la Cámara de Diputados, a nombre de su partido, un diputado del PRD dijo al secretario de Gobernación que nadie está pidiendo la fuerza pública en la UNAM. La afirmación es falsa: las voces que lo han hecho es un número creciente. Aunque el asunto tiene más fondo.
Los ciudadanos no organizados no son actores políticos. Por tanto, el gobierno no actúa bajo el mandato de la ley porque teme al PRD, que ha mantenido esa postura "democrática": es indudable su aptitud para acudir y sacudir a masas de maniobra, cuando lo decide. Esa es su postura, aunque su capacidad de fijar rumbos en el CGH es casi nula.
Grandes costos políticos acarreará a este partido su descreímiento y su desapego por la ley, que repite de ese modo la cultura "revolucionaria" del partido gobernante.
Los principios de la convivencia democrática crecen lentamente, pero crecen, en este país. La democracia, como conjunto de reglas de convivencia civilizada, funciona si está institucionalizada. Y sólo puede estarlo si esas reglas se hallan plasmadas en la ley y si el Estado se responsabiliza de hacerla respetar. Tarde o temprano, todo mundo hallará que la negociación de la ley es el peor de los negocios: en ese indecoroso comercio gana siempre más el más fuerte.
Hoy los universitarios sólo pueden resistir, y acaso mañana incidir en una reforma profunda de la educación superior. *