Me atrevo a usar este espacio que generosamente me brinda La Jornada para despedirme de ti. Lo hago en público porque tu obra debe ser conocida por todos, sobre todo los jóvenes, esa generación que en un futuro no lejano será responsable de tomar en sus manos la conducción del país. Lo que diré enseguida no son elogios, que jamás fueron de tu agrado. Son la verdad, mi verdad; al menos como percibí los hechos que me tocó vivir, y los que supe por tu propia boca o de familiares y amigos. Toca a otros hacer una semblanza más completa de tu persona.
Tu generosidad hizo germinar afectos y semillas de rebeldía y propuesta en muchos campos y en muchos mexicanos que te tuvieron como jefe, maestro, colega o amigo; incluso en aquellos desconocidos a los que viste por única vez, que buscaron y encontraron tu apoyo sobre asuntos personales o de la comunidad.
Promotor incansable de causas nobles, escondiste a Heberto Castillo en tu propia casa en plena persecución gubernamental y defendiste con sapiencia y tenacidad a los presos políticos del 1968, al igual que la vigencia de la Constitución, los derechos agrarios de comunidades indígenas, la paz en Chiapas y el uso del petróleo en beneficio de los mexicanos.
Como funcionario público (Director General del Complejo Industrial Ciudad Sahagún) utilizaste tus conocimientos sobre economía y derecho (estudiaste simultáneamente las dos carreras en la UNAM) para reorganizar los procesos de producción, lo que permitió mejorar tanto los salarios y prestaciones de los trabajadores como la productividad y las utilidades de la empresa.
Amante de los libros, formaste una enorme biblioteca sobre derecho, economía y política. Los frutos de tu trabajo intelectual plasmado en clases y conferencias, en libros, revistas y diarios, contribuyeron a formar muchas generaciones de abogados en la UNAM y fuera de ella. Tu trilogía sobre la Constitución (En Defensa de la Constitución, 1994; La Constitución Restaurada, 1995; y El Nuevo Derecho Constitucional, 1996) publicada por Grijalbo, son de lectura obligada para los especialistas y de interés para el público en general.
Fuiste, como diría José Revueltas, un observador atento de tu tiempo; pero también buscaste transformarlo, hacerlo menos injusto, más vivible para todos. Y lo lograste, al menos en parte; aunque nunca estuviste conforme con tus logros, mucho menos con los que alcanzó el país. Te despediste preocupado y nos recomendaste continuar el esfuerzo. Tu mira estaba en julio del 2000. En tu último artículo publicado por La Jornada, adelantaste tu voto a favor de Cuauhtémoc Cárdenas. No viste otro líder de oposición con capacidad y templanza no sólo para sacar de los Pinos al PRI, sino para conducir al país hacia la verdadera transformación democrática.
Estoy cierto que todos los que tuvimos la fortuna de convivir contigo no te diremos adiós, sino hasta luego. Seguirás con nosotros. Simplemente, no te veremos tan seguido como antes.
é Luis Manzo
Hasta luego, Emilio
Me atrevo a usar este espacio que generosamente me brinda La Jornada para despedirme de ti. Lo hago en público porque tu obra debe ser conocida por todos, sobre todo los jóvenes, esa generación que en un futuro no lejano será responsable de tomar en sus manos la conducción del país. Lo que diré enseguida no son elogios, que jamás fueron de tu agrado. Son la verdad, mi verdad; al menos como percibí los hechos que me tocó vivir, y los que supe por tu propia boca o la de familiares y amigos. Toca a otros hacer una semblanza más completa de tu persona.
Tu generosidad hizo germinar afectos y semillas de rebeldía y propuesta en muchos campos y en muchos mexicanos que te tuvieron como jefe, maestro, colega o amigo; incluso en aquellos desconocidos a los que viste por única vez, que buscaron y encontraron tu apoyo sobre asuntos personales o de la comunidad.
Promotor incansable de causas nobles, escondiste a Heberto Castillo en tu propia casa en plena persecución gubernamental y defendiste con sapiencia y tenacidad a los presos políticos del '68, al igual que la vigencia de la Constitución, los derechos agrarios de comunidades indígenas, la paz en Chiapas y el uso del petróleo en beneficio de los mexicanos.
Como funcionario público (Director General del Complejo Industrial Ciudad Sahagún) utilizaste tus conocimientos sobre economía y derecho (estudiaste simultáneamente las dos carreras en la UNAM) para reorganizar los procesos de producción, lo que permitió mejorar tanto los salarios y prestaciones de los trabajadores como la productividad y las utilidades de la empresa.
Amante de los libros, formaste una enorme biblioteca sobre derecho, economía y política. Los frutos de tu trabajo intelectual plasmado en clases y conferencias, en libros, revistas y diarios, contribuyeron a formar muchas generaciones de abogados en la UNAM y fuera de ella. Tu trilogía sobre la Constitución (En Defensa de la Constitución, 1994; La Constitución Restaurada, 1995; y El Nuevo Derecho Constitucional, 1996) publicada por Grijalbo, son de lectura obligada para los especialistas y de interés para el público en general.
Fuiste, como diría José Revueltas, un observador atento de tu tiempo; pero también buscaste transformarlo, hacerlo menos injusto, más vivible para todos. Y lo lograste, al menos en parte; aunque nunca estuviste conforme con tus logros, mucho menos con los que alcanzó el país. Te despediste preocupado y nos recomendaste continuar el esfuerzo. Tu mira estaba en julio del 2000. En tu último artículo publicado por La Jornada, adelantaste tu voto a favor de Cuauhtémoc Cárdenas. No viste otro líder de oposición con capacidad y templanza no sólo para sacar de los Pinos al PRI, sino para conducir al país hacia la verdadera transformación democrática.
Estoy cierto que todos los que tuvimos la fortuna de convivir contigo no te diremos adiós, sino hasta luego. Seguirás con nosotros. Simplemente, no te veremos tan seguido como antes.
José Luis Manzo
Hasta luego, Emilio
Me atrevo a usar este espacio que generosamente me brinda La Jornada para despedirme de ti. Lo hago en público porque tu obra debe ser conocida por todos, sobre todo los jóvenes, esa generación que en un futuro no lejano será responsable de tomar en sus manos la conducción del país. Lo que diré enseguida no son elogios, que jamás fueron de tu agrado. Son la verdad, mi verdad; al menos como percibí los hechos que me tocó vivir, y los que supe por tu propia boca o la de familiares y amigos. Toca a otros hacer una semblanza más completa de tu persona.
Tu generosidad hizo germinar afectos y semillas de rebeldía y propuesta en muchos campos y en muchos mexicanos que te tuvieron como jefe, maestro, colega o amigo; incluso en aquellos desconocidos a los que viste por única vez, que buscaron y encontraron tu apoyo sobre asuntos personales o de la comunidad.
Promotor incansable de causas nobles, escondiste a Heberto Castillo en tu propia casa en plena persecución gubernamental y defendiste con sapiencia y tenacidad a los presos políticos del '68, al igual que la vigencia de la Constitución, los derechos agrarios de comunidades indígenas, la paz en Chiapas y el uso del petróleo en beneficio de los mexicanos.
Como funcionario público (Director General del Complejo Industrial Ciudad Sahagún) utilizaste tus conocimientos sobre economía y derecho (estudiaste simultáneamente las dos carreras en la UNAM) para reorganizar los procesos de producción, lo que permitió mejorar tanto los salarios y prestaciones de los trabajadores como la productividad y las utilidades de la empresa.
Amante de los libros, formaste una enorme biblioteca sobre derecho, economía y política. Los frutos de tu trabajo intelectual plasmado en clases y conferencias, en libros, revistas y diarios, contribuyeron a formar muchas generaciones de abogados en la UNAM y fuera de ella. Tu trilogía sobre la Constitución (En Defensa de la Constitución, 1994; La Constitución Restaurada, 1995; y El Nuevo Derecho Constitucional, 1996) publicada por Grijalbo, son de lectura obligada para los especialistas y de interés para el público en general.
Fuiste, como diría José Revueltas, un observador atento de tu tiempo; pero también buscaste transformarlo, hacerlo menos injusto, más vivible para todos. Y lo lograste, al menos en parte; aunque nunca estuviste conforme con tus logros, mucho menos con los que alcanzó el país. Te despediste preocupado y nos recomendaste continuar el esfuerzo. Tu mira estaba en julio del 2000. En tu último artículo publicado por La Jornada, adelantaste tu voto a favor de Cuauhtémoc Cárdenas. No viste otro líder de oposición con capacidad y templanza no sólo para sacar de los Pinos al PRI, sino para conducir al país hacia la verdadera transformación democrática.
Estoy cierto que todos los que tuvimos la fortuna de convivir contigo no te diremos adiós, sino hasta luego. Seguirás con nosotros. Simplemente, no te veremos tan seguido como antes.