AMEDIDA QUE NOS acercamos al año 2000, el escenario se llena de incertidumbre y temores. De las múltiples interpretaciones del momento actual que vive México podemos destacar al menos dos: la que confía en que las instituciones y la voluntad política de los principales actores sean un factor suficiente para transitar sin grandes sobresaltos y sin sorpresas desagradables o trágicas, durante el periodo de la próxima sucesión presidencial, y la que incorpora como un eje importante la posibilidad de una fractura y la aparición de otra tragedia sorpresiva que pueda cargar de temor la vida política del país en los próximos meses.
Estas visiones están basadas en dos apreciaciones de cómo se han logrado los cambios políticos en los últimos años. Se puede apreciar que las dos visiones que hemos sintetizado antes no se encuentran muy distantes, ya que el factor que las hace diferentes es la posibilidad de que aparezca una sorpresa trágica. En ese sentido, se puede observar que al igual que en otros ámbitos de la vida, se presentan dos caminos para imaginar cómo puede ser el futuro de cambios en México: se trata de una vía de acumulación o de una vía de fractura.
En la primera se establece que ya hay suficientes cambios políticos, competencia abierta y generalizada de tres fuerzas políticas, alternancia parcial en 10 estados y en el Distrito Federal, una Cámara de Diputados sin mayoría de ningún partido y un avance significativo en las reglas electorales y en las condiciones de la competencia. En esta perspectiva, lo que hace falta es completar el ciclo de la transición democrática, para lo cual se necesita ganar la Presidencia de la República y terminar el cambio de régimen. Las elecciones del año 2000 pueden ser una oportunidad para hacer este cambio. Sin embargo, al parecer, las fuerzas de oposición no tienen todavía por sí solas la suficiente capacidad para dar el salto que se necesita, sobre todo porque divididos fragmentan la posibilidad.
En la segunda visión, se establece que los cambios han sido precedidos de rupturas y acontecimientos extraordinarios que han antecedido las transformaciones y las reformas; por ejemplo, el movimiento del 68, el fraude de 1988 o las tragedias de 1994. La adversidad ha acompañado los cambios. En este sentido, a pesar de que las visiones pueden ser complementarias, porque pueden coexistir momentos de acumulación que preparan un salto o ruptura y así empezar otro ciclo de cambios, lo cierto es que hay momentos en que no se sabe con claridad si estamos ante una acumulación o viene un salto. Ese es el momento que estamos atravesando hoy en México ante la próxima sucesión presidencial; no se alcanza a ver cómo será el año 2000, si será un proceso que se conducirá por las reglas establecidas y dentro de los espacios de incertidumbre tolerados por una democracia incipiente, o si será una acumulación de fuerzas que rebasará las reglas y las instituciones y generará una inseguridad mayor a la que puede manejar un sistema en proceso de tránsito democrático.
No se trata de inventar fantasmas donde no existen, sino de ver que la próxima sucesión presidencial reunirá varios componentes novedosos. En los próximos días y semanas se definirán apenas las variables de inicio de la sucesión, aunque a ratos parezca que ya estamos al final del proceso. Sin embargo, estamos todavía en la fase de definición de las candidaturas de los partidos, con interrogaciones de las dos partes del espectro: habrá o no alianza opositora, habrá o no ruptura en el PRI. Una vez que se hayan definido los competidores se iniciará el proceso formal de las campañas, y el factor más novedoso será posiblemente el mismo escenario de competencia y el ingrediente de la posibilidad de una alternancia. Estas novedades llenarán la próxima sucesión presidencial y, al mismo tiempo, marcarán que el desarrollo del proceso se pueda dar dentro de márgenes de incertidumbre tolerables y manejables. Si la sucesión se desarrolla dentro de las reglas y todos los actores importantes aceptan el juego, entonces el país quizá estará al final de un largo tránsito democrático. Si por el contrario, tenemos sorpresas, rupturas o acontecimientos extraordinarios, el escenario sucesorio se moverá con un ingrediente de alta incertidumbre que rebasará las reglas del juego. ƑCómo será el futuro inmediato? *