La sociedad corrupta es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, porque la corrupción no sólo ha sido capaz de desviar a los hombres del bien común hacia el mal común, sino de infiltrarse de tal modo en la interioridad de los valores de la comunidad, que la trastocan al grado de apreciar positivo lo que antes era negativo. Hace años, Earl Warren -era el tiempo de Kennedy-, buscó establecer un criterio social de defensa contra la corrupción. ``En la vida civilizada, escribió, la ley flota en un océano de ética, condición indispensable para la civilización. Sin embargo, estaríamos a merced de los menos escrupulosos; sin ética, la ley no podría existir'', conceptos en que se muestra la enhebración que nutre la ley de ética al configurarse con el consenso de la comunidad, pues este ``consenso es la ética de la comunidad''; o sea, la legitimidad de la legalidad, aunque con frecuencia o ilegitimidades en busca de inútil de la legalidad, situaciones estas donde fructifican instituciones y conductas corruptas.
Hablemos ahora de política. En el fondo, el poder político es una conversión de soberanía del pueblo en soberanía del Estado, cuyas funciones están enmarcadas por un orden jurídico llamado orden constitucional escrito o consuetudinario, en el cual se definen las atribuciones y deberes de la soberanía estatal, y en consecuencia las atribuciones y deberes de los órganos del aparato gubernativo o ejecutivo de la soberanía estatal, cuyos titulares son ciudadanos elegidos por ciudadanos en los comicios respectivos; se supone, y así lo imaginó Francisco I. Madero en 1910, que los comicios son un escenario donde ciudadanos libres seleccionan entre ellos al más apto en la puesta en marcha de las funciones del Estado; pero la realidad suele ser distinta: los que llegan a los puestos operativos del aparato gubernamental lo hacen --hay excepciones-- al margen de las funciones del Estado y de acuerdo con intereses o presiones de estratos sociales elitistas, que mueven en su favor el poder político, lo extrañan del pueblo, convierten al Estado de derecho original en un Estado de facto y dinamitan el orden moral y jurídico en que se sustenta el Estado. Igual que una ley ilegítima es una ley inmoral, un Estado contraconstitucional o ilegítimo es un Estado inmoral, incluido el uso del poder político con que trata de imponerse al pueblo agraviado. Un caso típico de esta situación se registró durante los meses en que Victoriano Huerta se hizo nombrar presidente interino, con la complicidad de Pedro Lascurain; se trató de una satrapía representativa de la transgresión de la ética política.
¿Cuáles son las raíces de la corrupción pública? Cuando las condiciones en que vive una sociedad hacen posible la publicación de leyes ilegítimas y la existencia de un poder político desatado de la soberanía del pueblo, la separación de la ley respecto del consenso de la comunidad y el ejercicio de un poder público opuesto al Estado constitucional, fructifican en una deshonestidad pública casi ilimitada. Si no reaccionan ante los gravísimos peligros de la corrupción, las naciones caerán en la agónica descomposición que las lleva a su aniquilamiento.
El informe que rindió Cuauhtémoc Cárdenas el pasado viernes 17 en la Asamblea del DF, es muestra clarísima y esperanzadora de que el poder público puede ejercerse de acuerdo con los valores morales de la conciencia ciudadana. Los recursos se aplicaron sin manchas ni desviaciones; los funcionarios del gobierno local se apegaron escrupulosamente a los mandamientos éticos de la población: se probó que la hacienda pública no es materia de negocios ilícitos, y si de recursos que satisfacen necesidades espirituales y materiales colectivas. Son éstas, las tres características que identifican al poder público con el poder moral, y las tres lucen en el gobierno de la capital de la República. El compañero que estaba a mi lado en Donceles, escuchando la arenga de Cárdenas a la multitud que lo rodeaba, me dijo estas palabras que deseo comunicar al público: el joven Cárdenas es tan honesto como el viejo Cárdenas, y tan honesto como la gran mayoría de los mexicanos; por esto lo quiere el pueblo.