Arribo a la historia regional
Ricardo Pérez Montfort
Hacia 1952, en una revisión de la primera mitad del siglo en materia de historia mexicana, el poco recordado historiador Wigberto Jiménez Moreno planteaba: "...Si se me pregunta ahora cuáles serán las tendencias que seguirán los estudios antropológicos e históricos, esquivaré, tanto como pueda, el disfraz de zahorí. Mas suponiendo que en el porvenir habrá de hacerse al menos una parte de lo que debiera hacerse, espero que se dará mayor énfasis a la historia regional, como corresponde a un México múltiple..."
Las historias nacionales, sin embargo, siguieron dominando el panorama mexicano hasta bien avanzados los años 70. La historia particular o regional no parecía obra digna de los que entonces ya aceptaban llamarse de manera discrecional historiadores. Más bien, aquélla se le endilgaba a los cronistas locales o a los leguleyos pueblerinos. Pero la necesidad de hacer historias en las que los espacios reducidos y las agrupaciones sociales un tanto más pequeñas fueran los principales protagonistas ya se sentía en el aire de los historiadores mexicanos de mediana y primera edad.
En una clara defensa de su posteriormente reconocida microhistoria, Luis González y González enfrentaba las modas históricas un tanto anquilosadas de principios de los 70 con el siguiente mensaje, que no dejaba de ser premonitorio: "...Haría falta mudar de criterios en la selección de temas antes de exhumar cadáveres, pedir opiniones, oler preferencias, oír pedidos del público. Quizá así crezcan los estudios sobre el pasado inmediato y sobre el entorno local..."
Por camino propio, pero atento a las mudanzas del quehacer de las ciencias sociales en aquellos años, el joven sociólogo Carlos Martínez Assad arribó a esa historia regional, que parecía pedir con cierta timidez que los nuevos científicos sociales se acercaran a ella con miras un tanto más trascendentales que las del simple recuento de anécdotas lugareñas. Reconociendo la importancia de Pueblo en vilo, del propio González y González, apenas publicado en 1968, Martínez Assad adquirió mayor conciencia de las posibilidades de una proyección profesional crítica más satisfactoria, tal como lo reconocería a mediados de los 90:
"...El libro (Pueblo en vilo) me dio seguridad y elementos para responder a quienes criticaban el rumbo que tomaban mis investigaciones. Con la historia regional se cambiaba el énfasis demasiado estatista y se buscaba una lógica diferente a la centralista. Desde aquella perspectiva se abundaba más en el conocimiento de lo particular para demostrar las diferencias en la construcción histórica del país que el oficialismo había desdibujado..."
Y fue así como en la segunda mitad de los años 70, entre las dificultades de bibliotecas y archivos estatales mal organizados y las reticencias clásicas que producía la entonces muy cuestionada historia oral, Martínez Assad ideó, realizó y publicó su investigación sobre el Tabasco garridista.
Hundiéndose en terrenos tan fangosos como los de la reorganización regional y nacional de mediados del siglo pasado, pasando por las acciones y propuestas revolucionarias tabasqueñas, la consolidación de un poder local en los años 20, hasta mostrar su influencia a lo largo del sexenio de Lázaro Cárdenas, la revisión de ese trozo de la historia de Tabasco y sus hombres realizada por Martínez Assad se colocó rápidamente entre los textos relevantes de la historia reciente de México.
En el clásico formato de los estudios históricos de los 70 publicados por Siglo XXI Editores, al lado de Zapata y la Revolución Mexicana, de John Womack; La frontera nómada, de Héctor Aguilar Camín, y Los caudillos culturales en la Revolución Mexicana, de Enrique Krauze, El Laboratorio de la Revolución. El Tabasco garridista, de Carlos Martínez Assad (1979), proponía una visión de particular relevancia en la historia revolucionaria regional, que resultaría un tanto paradigmática en medio de los diversos trabajos de investigación realizados por jóvenes científicos sociales.
Además del novedoso análisis y el rigor característico de su trabajo, llamó la atención el interés particular que este investigador de la historia revolucionaria tabasqueña había llevado a fenómenos de índole cultural y popular. Concentrándose en un principio en el origen del anticlericalismo peculiar que rigió los quehaceres garridistas, el libro recorría de diversas maneras las variaciones ideológicas de dicho pensamiento y su divulgación. Revisando toda clase de materiales bibliográficos especializados, artículos periodísticos, crónicas populares, cuentos, novelas y corridos, complementados a su vez con algunas memorables notas de historia oral (como las conversaciones con Trinidad Malpica H. o algunas de las mujeres garridistas de los primeros años 30) y no pocas fotografías, Martínez Assad había logrado integrar su investigación, sus interpretaciones y sus referencias con un estilo muy propio. Su lectura fluía amablemente, y al final quedaba el sugerente sabor de haber disfrutado y, quizá hasta paladeado, la narración. Los acontecimientos, pero sobre todo las voces que los acompañaban, no habían desaparecido en medio de su línea narrativa. Sin perderse, al autor de esta historia cedía su lugar a los protagonistas e intérpretes, dejando al lector percibir el pulso de aquellos tiempos en tan controvertido espacio.
Hoy, a 20 años de publicado y partiendo de una relectura reciente, el libro sigue siendo una aportación relevante en la historiografía regional y nacional de la segunda mitad del siglo XX, pero sobre todo mantiene aquella sabrosura difícilmente degustada en los textos rigurosamente académicos de historia mexicana. Pareciera, pues, que hace muy poco Carlos Martínez Assad inició lo que un corrido publicado en La voz del estudiante de 1932 comenzaba diciendo: "Vengo a cantarles ufano/ de Tabasco la canción/ de este pueblo soberano/ de tan bella tradición..."