Luis Hernández Navarro
El PRD y el conflicto en la UNAM

LA HUELGA EN LA UNAM ha tenido un grave costo político para el PRD. La burocracia académica, el sector más radicalizado del movimiento estudiantil, el gobierno federal, la izquierda extraparlamentaria y la derecha intelectual lo han hecho blanco de sus críticas. Enredado en sus disputas internas, ese partido ha sido incapaz de responder a los reproches.

La nomenclatura universitaria lo responsabiliza del estallido del conflicto y de su falta de solución. Amplios sectores del movimiento estudiantil lo miran con recelo y desconfianza por el intento, de una parte de la dirección perredista en el Distrito Federal, de negociar una salida al margen del CGH, y por el apoyo que una parte de sus militantes otorgó a las reformas al Reglamento General de Pagos del pasado 7 de junio.

Para desgastarlo como candidato a la Presidencia de la República, el gobierno federal ha tratado de pasarle la factura a Cuauhtémoc Cárdenas. La izquierda extraparlamentaria critica los golpes y la detención de estudiantes a manos de la policía capitalina el pasado 4 de agosto. La derecha intelectual señala la falta de compromiso del PRD con la cultura de la legalidad.

Ante la huelga en la UNAM, la situación que vive el partido del sol azteca no es fácil, y conforme el tiempo pase, va a ser mucho peor. Y no lo es, en mucho, tanto por la falta de una posición articulada de su militancia en la universidad como por la carencia de definiciones claras de su dirección.

Más allá de acuerdos generales a favor de la educación pública y la preocupación de que el conflicto afecte la imagen del gobierno de la ciudad de México, no existe una orientación unificada sobre qué hacer ni cómo hacerlo.

Los militantes del PRD en la UNAM no están coordinados entre sí. Pertenecen a las distintas corrientes que actúan al interior del movimiento estudiantil o de las agrupaciones del personal académico. No se les puede ubicar solamente como parte de los moderados. Provienen de las diferentes fuerzas políticas que fundaron el partido, y nunca han logrado articular una visión unificada. La vieja tradición de la izquierda de organizar círculos de estudio, hacer análisis de coyuntura y buscar armonizar su intervención en los movimientos sociales desapareció al formar un partido concentrado en la lucha electoral.

Además, una parte de sus principales líderes estudiantiles, principalmente aquellos que prevenían de la huelga de 1987, se convirtieron en funcionarios del gobierno de la ciudad de México. Perdieron sus vínculos con la lucha universitaria, y su lugar en el movimiento fue ocupado por aquellos que permanecieron haciendo trabajo político en ese centro educativo. Las nuevas generaciones de dirigentes que simpatizaban con sus posiciones quedaron rápidamente desplazadas de la conducción de la lucha.

Desde el comienzo del conflicto, la gestión cardenista ha sido objeto de múltiples presiones para intervenir en contra de la huelga. Se ha negado a facilitar edificios propiedad del gobierno de la ciudad para la realización de clases extramuros y, salvo la represión del 4 de agosto, la fuerza pública no ha sido utilizada para desalojar a los huelguistas de las instalaciones de la UNAM. La movilización estudiantil coincidió, además, en sus primeros tres meses, con la ofensiva en los medios de información en contra de Cuauhtémoc Cárdenas, desatada alrededor del asesinato de Paco Stanley.

Sin embargo, funcionarios capitalinos y una parte de la dirección del PRD en el Distrito Federal buscaron negociar o negociaron el conflicto al margen del CGH en la coyuntura del 7 de junio. Estudiantes perredistas han trabajado por levantar la huelga y han actuado al margen y en contra de las asambleas donde se toman las decisiones. Intelectuales vinculados al cardenismo han insistido de manera reiterada en que el conflicto en la UNAM daña al gobierno de la ciudad y, por lo tanto, hay que desactivarlo, independientemente de la solución que se dé a las demandas.

Ello ha provocado el descrédito de perredismo entre muchos activistas que no se identifican necesariamente con las posiciones más radicales, y grandes dificultades para que los militantes de esa organización puedan trabajar dentro del movimiento sin suspicacias.

Emitir un juicio definitivo sobre la política del PRD ante la huelga universitaria lleva, inevitablemente, a inexactitudes. El PRD no tiene una política como partido ante el conflicto. El movimiento lo rebasa. Sea por consideraciones electorales o por incapacidad organizativa, está pagando por ello un alto costo. Su incapacidad para explicarse a sí mismo ante uno de los problemas medulares de la política contemporánea ha provocado que sean otros los que dicen lo que ese partido hace. Y el resultado final es muy poco favorable.