La Jornada miércoles 29 de septiembre de 1999

ECUADOR Y LA DEUDA IMPAGABLE

SOL El pasado domingo el presidente ecuatoriano, Jamil Mahuad, anunció una moratoria parcial para cerca de 50 millones de dólares de su deuda externa ųbonos Bradyų que vencen mañana. La medida, que no obedece a una decisión voluntaria, sino a la simple insolvencia monetaria, ha provocado inquietud en los mercados financieros internacionales, especialmente los latinoamericanos pero, debido a lo pequeño del monto, no se ha traducido en una desestabilización en gran escala.

Cabe recordar que muchas naciones de la región ųincluida la nuestraų restructuraron, hace una década, sus respectivas deudas externas, bajo los lineamientos de una iniciativa del entonces secretario estadunidense del Tesoro, Nicholas Brady. De entonces a la fecha, y en los términos establecidos a fines de los ochenta, los gobiernos latinoamericanos han pagado escrupulosa y puntualmente sus obligaciones con el exterior. En ese contexto, la moratoria parcial ecuatoriana ha sido vista como un precedente negativo para toda la región y como una circunstancia que no debe repetirse, por ningún motivo, en otro país.

Sin embargo, el hecho de que las deudas externas hayan sido cubiertas, salvo la excepción referida, en los tiempos correspondientes, no implica que los pagos respectivos sean sostenibles a largo plazo. De hecho, en los últimos diez años varias naciones de la región han debido iniciar restructuraciones de deuda que han implicado "medidas de ajuste" con severos costos sociales. Anteayer, Colombia culminó una negociación con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para recibir casi siete mil millones de dólares a condición de implantar un paquete recesivo que agravará, previsiblemente, su de por sí convulsa circunstancia interna.

Argentina, por su parte, que enfrenta la peor recesión en una década, con una caída del Producto Interno Bruto estimada en 3.5 por ciento para 1999 ųsaldos finales de la política económica de Carlos Menemų, necesitará captar el año entrante recursos externos por unos 17 mil millones de dólares; de no lograr esa meta, podría enfrentar una situación semejante a la ecuatoriana.

En suma, el tiempo ha dado la razón a quienes sostuvieron, en los primeros años ochenta, que la única solución permanente y sensata al problema de las deudas externas de la región consistía en anularlas, en el marco de una negociación entre deudores y acreedores; de otra forma, se señalaba ya por entonces, las naciones latinoamericanas quedarían condenadas a restructuraciones cíclicas y ajustes periódicos, con el riesgo siempre latente de que uno o varios gobiernos se vieran obligados, en caso de que fracasaran las negociaciones respectivas, a declarar la moratoria de sus compromisos externos.

Aunque de entonces a la fecha el problema ha dejado de estar en la atención principal de la opinión pública, ello no significa, ni mucho menos, que haya sido resuelto. En nuestro país, en el contexto de las restructuraciones de la década pasada ųcuando se establecieron los bonos Bradyų, el entonces presidente Salinas llegó a anunciar, en cadena nacional de radio y televisión, que había "solucionado" el asunto de la deuda externa y que los beneficios consiguientes alcanzarían a varias generaciones de mexicanos. Pocos años más tarde los saldos de desastre del salinismo y las impericias iniciales del zedillismo se conjugaron para generar la peor crisis económica de nuestra historia. Se evitó la suspensión de pagos al exterior, pero ello tuvo un costo catastrófico para la población, la cual, en muchos casos, no ha recuperado los niveles de ingreso de 1994.

En suma, la deuda externa sigue siendo una espada de Damocles sobre las sociedades latinoamericanas y sobre la precaria estabilidad financiera internacional. El tema debe volver al interés y al debate públicos.