La Tierra tiene de 15 mil a 20 mil millones de años y las primeras bacterias incubáronse en el mar hace tres mil 500 millones de años. El homínido más antiguo y conocido vivió hace 12 millones de años y hacha en mano, durante cuatro millones de años, deambulamos por los continentes comiendo frutos, miel, semillas y animales salvajes.
Cuando liberamos nuestras manos, un millón de años atrás, creíamos ver más lejos. Pero tardamos 500 mil años en dominar el fuego y segundos en cómo abatir al semejante. El predominio de la fuerza mental sobre la fuerza física tiene 200 mil años. Hace diez mil años nació la agricultura y las civilizaciones ''remotas'' tienen, cuando mucho, siete mil años.
En un reloj, el tiempo que llevamos de saber todo eso abarcaría las últimas fracciones del cuadrante. Un chispazo en la infinitud del universo. Todo y nada sabemos. Pero algo nos dice que si no fuimos los primeros en habitar la Tierra tampoco seremos los últimos en abandonarla. El bebé número seis mil millones acaba de nacer y pronto sabrá que en este planeta la Luna está influyendo peligrosamente en el ánimo y paciencia de sus habitantes.
Malthus, el de la maldición demográfica, se preguntaba en 1798 cómo nos alimentaríamos cuando fuésemos mil millones. Sobrevivimos. ƑPero estaba errado o sólo falló en la valoración prospectiva del desastre global? Malthus creía que la ''indigencia moral'' de los pobres era causa del exceso de población.
Nunca lo demostró. Pero los ricos canonizaron al sabino que ''científicamente'' les perdonaba sus pecados. Medio siglo después, cuando nadie se atrevía a pensar en ello, John Stuart Mill se preguntaba en qué estado se encontraría la humanidad al término de los progresos industriales.
Mill se permitió dudar de la eficiencia de la sociedad industrial. Su pensamiento, como el de los marxistas, chocaba con el del inglés Ricardo y los defensores de la economía ''pura'', tatarabuelos de todos los humanoides que le niegan a la economía alma política. Es decir los ''para qué'' en las formas de organizar, producir, administrar y distribuir las riquezas.
En 1962, el demógrafo italiano Carlo Cipolla estimó que en 600 años habría tantos seres humanos en la Tierra, que cada uno dispondría de sólo un metro cuadrado para vivir. La Organización Mundial de la Salud estima que se necesitan, como mínimo, 14 metros cuadrados. Robert Blum, otro demógrafo, dijo en 1994 que el punto de saturación de la Tierra sería de un billón de habitantes: un millón de millones de seres.
Dispersados por la superficie terrestre, tocaría a razón de 42 personas por kilómetro cuadrado. Con el billón de Blum, habría siete mil 363 personas. Podemos avizorar el paisaje: aproximadamente, la densidad de habitantes del Distrito Federal asciende a cinco mil 660 personas por kilómetro cuadrado.
ƑFalta mucho para alcanzar el punto de saturación? ''No tanto'', dice Blum: ocho generaciones, 285 años y tres vidas humanas que alcancen 95 años. De las pinturas rupestres de Altamira a la fecha, han transcurrido 140 generaciones.
El Banco Mundial, institución de fe neomaltusiana, estima que en el 2050 vivirán 700 millones de personas en los países ricos y 13 mil millones en los países pobres. Pero mucho antes de que el neoliberalismo neomaltusiano inventase que la pobreza es un ''mito'', el director de cine Richard Fleischer ofreció la solución al ''problema'' en Cuando el destino nos alcance (1971).
Fleischer imaginó el rol de la policía del futuro: cazar a los pobres con motoniveladoras que portan palas gigantescas y convertirlos en materia prima destinada a las fábricas de alimentos para consumo humano. Posteriormente, el guionista se inspiró en las ideas de Jonnathan Swift, que en el siglo XVIII sugirió a los ricos de Irlanda almorzarse a los niños pobres para acabar con la pobreza.
Como la imaginación del capitalismo es unidireccional, la solución inversa no ha sido imaginada por el cine. Pero si le entramos, que sea ya. Porque el capitán Picard, comandante de la nave Enterprise, ya está vendiendo pasajes para que los ricos emigren rumbo a las estrellas. El tiempo apremia. En su moderna Arca de Noé ellos se irán y, a modo de herencia, nos dejarán el cuento de la ''tercera vía'' y la antipoesía pura de un planeta estéril, asolado y en vías de extinción.