CIUDAD PERDIDA Ť Miguel Angel Velázquez

Ť El relevo, un parto sin dolor

Ť La caja negra de Levín Coppel

La niña nació bien, de nariz pequeñita pero de buen resuello y con un peso político justo para sobrevivir a la circunstancia.

Fue un parto difícil, sí, pero sin dolor. Podría decirse que la gestación fue de ésas consideradas como de alto riesgo, por problemas internos cuyo buen diagnóstico y atención fueron diluyendo el peligro de aborto.

Así, en un día sin sol, pero alegre, dio a luz la izquierda y allí estaba Rosario Robles, recién nacida a una responsabilidad sin medida, viciada, enrarecida, pero con un camino ya marcado.

Todos estaban enterados. Por eso, el martes poco antes del mediodía, en las muy pequeñas oficinas del PRI, se reunieron los señores de esa organización para discutir la estrategia del día siguiente.

La discusión fue en torno a las dos posturas que llevaría ese organismo a la tribuna de la Asamblea de Representantes. ¿Qué decir frente a la salida de Cuauhtémoc Cárdenas? ¿Cómo enfrentar la designación de Rosario Robles?

Las ideas fueron y vinieron, pero una cosa estaba clara: la postura del PRI tenía que ser dura, muy dura. Se escogió a Octavio West, sin protestas, para fijar la línea de cara a la separación de Cárdenas.

Luego vino la discusión. Manuel Aguilera propuso a Luis Miguel Ortiz Haro, pero éste explicó que debería ser el secretario general del partido en el Distrito Federal, para evitar dudas. No sería el pensamiento de un personaje, sino del PRI ante el PRD, y Oscar Levín aceptó la tarea sin titubeos.

Fue una jugada maestra. Levín sería el duro y con ello, dicen los observadores que nunca faltan, se cerró la vía a las tan conocidas maniobras levinistas. De otra manera Levín hubiera estado al día siguiente a las puertas de la jefatura de Gobierno vestido de bueno y con una propuesta de arreglo en las manos.

Entonces Oscar Levín enfrentaría a Rosario Robles y así fue. Penúltimo orador, el diputado hizo uso de su experiencia. Fue lógico, constante, puntilloso y, sin estridencias, retó a la memoria de muchos de los allí presentes, muchos que saben de Levín por su paso por la izquierda.

Prometía, dijo alguno con tristeza y nostalgia. Jugó limpio hasta que un día, sin saberlo, sin creerlo, estaba allí contratado por el secretario de Hacienda, David Ibarra Muñoz.

Su quehacer entonces era congruente con su momento. El muchacho de la izquierda estaría a cargo de una caja negra con dineros destinados para ayudar a la revolución sandinista y algunos otros que servirian a los más necesitados de la izquierda mexicana.

Nadie sabe qué pasó con aquellos dineros, pero Levín nunca volvió a ser el Oscar que todos conocían. Levín mató a su Oscar de la lucha del 68, recuerda, entre otros, el maestro Paco Ignacio Taibo II.

Por eso, cuando el secretario general del PRI del Distrito Federal habló de gobernar con un Libro Rojo en la mano izquierda parecía clavarle otra vez el puñal al cadáver, quizá porque su fantasma no cesa de reclamarle en sueños.

Pero en fin, ayer, como dijo la nueva jefa del Gobierno del Distrito Federal, se inició la segunda etapa del primer gobierno electo de la ciudad de México. Que así sea.

El debate

Por si fuera poco, se cumplió con el ritual del PRI al que se ha dado en llamar debate y en el que las cosas fueron, de verdad, muy disparejas. Roberto Campa atacó y propuso, se esforzó por darle cuerpo al escenario, pero aun en contra de muchos consejos utilizó la diferencia de edades en contra de Silva Herzog y un observador muy puntilloso reclamó: ``Eso fue muy poco elegante y no se vale''.

Don Jesús Silva trató de incoporarse a un tiempo que no parece el suyo; forzó su ser político a un desnivel y bordó en la nada. Pero, además, buscó descalificar la beligerancia de Campa y cayó en una provocación obvia que desdibujó la figura del político. También salió en la tele un señor de chamarra y camiseta muy parecido a un chofer de microbús que dijo que él era ``el duro''. Vamos avanzando.