¿Cómo no desesperar 13 años después del derrumbe de la dictadura del clan Duvalier? 7 millones de habitantes, en su mayoría sumidos en la mayor pobreza (250 dólares de ingreso anual per cápita y 60 por ciento de desempleo), se han cansado de la política marcada por gobiernos inestables y cuartelazos. En 1991 se levantó alguna esperanza cuando el sacerdote católico Jean-Bernard Aristide llegó a la presidencia, pero no tardó en ser víctima de un golpe militar. Fue necesaria una intervención norteamericana, en 1994, para que regresara al poder.
Lo que fue indudablemente un éxito de la política exterior de Clinton no logró la ``restauración de la democracia''. Hace cinco años que los soldados estadunidenses siguen en Haití y tanto el Pentágono como el Congreso se cansaron de una restauración interminable. En marzo próximo pasado, el general Charles Wilhelm recomendó la retirada de las tropas frente al deterioro de la situación política en la isla. Por lo pronto los soldados podrán seguir hasta mayo del 2000, pero es dudoso que el Congreso permita alguna prolongación. Estados Unidos ha dado 3'500,000 de dólares para la elaboración de las listas electorales y de las credenciales de elector.
Washington espera poder desentenderse del asunto después de las elecciones legislativas de diciembre que pondrían fin a una crisis política de 28 meses que ha llevado al país al borde del abismo. El tráfico de cocaína y las construcciones financiadas por el dinero de la droga son los únicos sectores activos en una economía cada día más miserable. El flujo de los ``boat-people'' hacia Florida y la entrada cotidiana de ilegales a Santo Domingo señalan la gravedad del problema. Los dominicanos acusan a los ``países amigos de Haití'' (Estados Unidos, Canadá, Francia) de pasarles el paquete.
La criminalidad en pleno auge y la violencia política alejan al turismo y a los inversionistas. El Club Med cerró su ``village''. Pandillas organizadas para una casi-guerrilla urbana político-criminal parecen perseguir una estrategia de tensión pre-electoral. Y es que el sucesor del ``sacerdote -presidente- Aristide, René Préval, nunca pudo gobernar desde las elecciones controvertidas de abril de 1997. Impotente, en enero de 1999 disolvió el Congreso para gobernar por decreto. Un compromiso político prometió unas nuevas elecciones para fin del año, como preámbulo a las presidenciales de diciembre de 2000.
Y es cuando vuelve a surgir Aristide, enigmático, imprevisible y ``populista'', palabra que ha vuelto a ponerse de moda en América. Había abandonado a regañadientes la silla presidencial en febrero de 1996 y ahora prepara su regreso. Espera dominar el nuevo Congreso que se instalaría en enero próximo y lo llevaría a la presidencia. Dispone de organizaciones (es mucho decir) populares y de la fuerza violenta de las mencionadas pandillas; antes que todo es la única esperanza de los pobres, que han perdido todo interés en el juego de los llamados ``partidos''. La Organización del Pueblo en Lucha de Gerard Pierre-Charles, bien conocido en la universidad mexicana, no tiene ninguna posibilidad frente a los aristidistas, y ningún grupo tiene un candidato capaz de retar al antiguo sacerdote.
Apoyado en 1991 por los ``países amigos de Haití'', reinstalado por ellos en 1994, Aristide ha perdido su confianza. No ha condenado la violencia de sus bandas y ha retomado las viejas banderas populistas y nacionalistas, que por cierto el siniestro Francois Duvalier, Papa Doc, supo agitar con tanto éxito. Para terminar: los grupos haitianos defensores de los derechos del hombre dicen que de aquí a diciembre no hay tiempo para organizar unas elecciones libres y honestas.