Gabriela Rodríguez
Evangelización, anticonceptivos y elecciones
El grupo Católicas por el Derecho a Decidir y otras 36 organizaciones civiles son impugnadas por impulsar el derecho a decidir de las mujeres, en el semanario Desde la fe que edita y distribuye el Arzobispado de México. Un millón de ejemplares se invierten cada semana en lo que no es más que un botón de muestra de un gran proyecto geopolítico conocido como la Segunda Evangelización de América. De acuerdo con la documentación del Instituto de Estudios para la Democracia, el nuevo plan continental (y planetario, como todo lo de ahora) cuenta con el apoyo de instituciones tan fuertes económica y políticamente como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, y de grupos ultras estadunidenses como Human Life International, American League, Knights of Columbus, y sus satélites en México, la Unión de Padres de Familia, los Caballeros de Colón, ProVida, así como grupos militantes católicos que forman parte del Partido Acción Nacional desde sus orígenes. Este plan se concreta en una lógica local, en la actual contienda partidista se recurre al clientelismo electoral y se busca ganar votos para la nueva derecha, sembrando miedo entre candidatos y ciudadanos ante temas tan polémicos como la educación sexual, el aborto y la salud reproductiva.
Se presume de uniformidad religiosa cuando lo que prevalece en nuestro país es una diversidad de estilos de catolicismo tan amplia como las regiones, las desigualdades económicas y las visiones de género, y tan dinámica como los procesos de mestizaje, los movimientos migratorios y las luchas por el poder. La incorporación de creencias y ritos católicos ha sido selectiva desde la conquista y hasta nuestros días, y hay fuertes resistencias frente a las regulaciones eclesiales, muy particularmente en las prácticas sexuales y reproductivas de las mujeres. Realmente sorprende que al fin de milenio se recurra a las mismas obsesiones de misioneros y conquistadores, como núcleo de la Segunda Evangelización.
Han sido las mujeres quienes más se han resistido a la moral sexual del catolicismo. El indicador más obvio de este fenómeno es el uso de anticonceptivos ``modernos'', la tasa de abortos y la disminución de las muertes maternas (aquéllas causadas por embarazos, partos o abortos). Efectivamente, no fue sino hasta los setenta que avanzaron las campañas de planificación familiar, cuando comenzaron a descender las tasas de aborto y por consiguiente las de mortalidad materna, que se habían mantenido muy altas en los siglos anteriores. En los últimos 20 años la reducción ha sido de 15 a 4.8 muertes maternas por cada 10 mil nacimientos y ha sido inversamente proporcional al incremento en el uso de métodos anticonceptivos. De 92.04 por ciento de las mujeres que se declaran católicas, según una reciente encuesta del INEGI, 77.94 por ciento utiliza métodos anticonceptivos ``modernos'' y 19.8 por ciento (es decir, una de cada cinco mujeres alguna vez embarazadas) han experimentado un aborto. Entre las mujeres más pobres (rurales, sin escuela) y las más jóvenes (15 a 19 años) los avances son más limitados. En esos grupos las usuarias de anticonceptivos son menos de la mitad (de 25 a 51 por ciento) y la práctica del aborto se ha ido incrementando hasta en 30 por ciento, de 1976 a la fecha (INEGI/ENADID, 1992 y 1997).
Los relativos avances en la cultura preventiva del país, aunque están lejos de la calidad de servicios de anticoncepción y aborto seguros del primer mundo, han sido logros paulatinos de organizaciones civiles y académicas, y de programas gubernamentales en el que trabajan profesionales con largas trayectorias en el campo. Se trata, justamente, de las organizaciones impugnadas, entre las que se enlista al Programa de Salud Reproductiva de El Colegio de México y el de Estudios de Género de la UNAM, y que el citado suplemento considera ``parte de la cultura de la muerte [...], oscuras en su origen y con financiamiento poco transparente''. A los editores les parece ``diabólico'' que los recursos nacionales de salud y educación se amplíen con financiamientos conocidos y fiscalizados que provienen de agencias de cooperación internacional (ONU, Banco Mundial, organismos filantrópicos), en tanto que las cifras del apoyo extranjero que financia la campaña de la Arquidiócesis, aunque son billonarias, no son públicas. Uno se pregunta, ¿para qué invierte tanto la derecha en evitar que las más pobres ejerzan el derecho a decidir?, ¿quién capitaliza los embarazos no deseados?, ¿cuántos votos se ganan por cada muerte materna? Definitivamente no son las mexicanas pobres las beneficiarias, pues mientras sigan excluidas de los servicios de salud reproductiva, ellas son quienes más necesitan de la indulgencia de los santos, o más bien de las santas, como decía una joven campesina del sur de Puebla: ``La Virgen de Guadalupe nunca me falla, siempre me comprende, por eso me he encomendado a ella para que me perdone por el aborto que me hice''.