El tema de la coalición termina como empezó: sin claridad, entre la desconfianza y la confusión deliberada de sus promotores. La alianza electoral no fracasa por las buenas razones -las diferencias que dividen a la oposición-, sino por las malas, es decir, por falta de acuerdo en el método para elegir al supercandidato.
La verdad es que ni Fox ni Cárdenas parecían dispuestos a sacrificarse por la pretensiosamente llamada Alianza por México. Por largos meses jugaron al gato y el ratón, disimulando sus verdaderas intenciones, a sabiendas de que el último en decir que no a la coalición cargaría con todo el peso muerto de la insidia.
Jamás hubo una negociación sería y responsable. Más de uno se deslumbró ante la ilusión de darle un golpe de mano electoral al priísmo sumando la siglas del abanico opositor. Por su parte, las encuestas hicieron el milagro de que se olvidaran resquemores y agravios. Pero no había nada en firme. Fuera del antigobiernismo y de una visión mecánica de la transición, los grandes partidos jamás demostraron interés en debatir los grandes temas de la agenda nacional. La búsqueda del fast track al poder impuso la grilla como método, minando cualquier posibilidad de arreglo mucho antes de que se buscara el consejo de los notables. Quisieron ``irse hacia el centro'', ocultando en el discurso público propuestas asumidas en privado, que es por cierto el viejo mal de la demagogia oficial, y terminaron en la confusión.
Fox y Cárdenas se encargaron de probar -por si todavía hiciera falta- que en esta transición a la mexicana, rencauzada por el marketing político, partidos y programas pesan menos que los supercandidatos. Pero no hay mal que por bien no venga. Sin alianza de por medio, los partidos tendrán que exponer a la ciudadanía cuáles son sus ideas, las propuestas en torno a varios temas vitales de la vida pública que no deben ignorarse. Pienso, por ejemplo, en el debate sobre la industria eléctrica, donde el PAN y el PRD, por lo que estamos viendo en el DF y en el Congreso, emplean un deleznable doble lenguaje. Pero hay otros asuntos en puerta ligados a la globalización y sus desafíos. Digamos, el petróleo, tema de polémicas irreductibles y punto definitorio de muchas cosas. ¿Qué piensan Fox y Cárdenas sobre la empresa estatal y su futuro?; ¿qué clase de reformas proponen para asegurar la viabilidad productiva sin atropellar el patrimonio nacional? Sin alianzas de por medio, ambos candidatos podrán decirnos qué proponen para darle sentido a la expresión ``educación pública gratuita'', que hoy parece un recurso para hablar sin decir nada sobre la crisis de la universidad. O de Chiapas.
Pero hay mucho más que los supercandidatos nos deben explicar aunque sea a través de sus ingeniosas campañas en los medios.
¿Cómo piensan reconstruir la devastación institucional del Estado? ¿Qué disposiciones adoptarían para crear un nuevo régimen democrático en lugar del antiguo presidencialismo? ¿Cómo conciliar alternancia y gobernabilidad en un contexto de crisis institucional? ¿Cuál será, en definitiva, la responsabilidad de los partidos una vez desaparecida la coartada del partido de Estado?
Y, por último, ¿Cuándo comenzaremos a oír que la oposición se preocupa por la desigualdad más allá de las grandes frases convertidas en lugares comunes? ¿Cuándo será la pobreza de millones algo más que un escenario electoral donde se cosechan votos a cambio de promesas o despensas? ¿Cuándo alguien se atreverá a hablar de nuevo de la redistribución del ingreso que es, al parecer, el tema tabú de cualquier alianza virtual o real con las fuerzas vivas de la sociedad civil? Los candidatos deben cuidar que no se desvíen recursos del Estado para apoyar a los candidatos oficiales de cualquier partido gobernante, pero han de hacerlo poniéndose en los zapatos de quienes nada tienen impidiendo la supresión de los programas de apoyo social. En fin, sin coalición, se acabaron los pretextos para que izquierda y derecha hablen a todo pulmón. Díganos, señores candidatos del PAN y el PRD, qué piensan hacer para que México avance.