n Heinrich Böll estaría de acuerdo con el galardón, dijo el escritor alemán
Siento alegría y orgullo, expresó Grass al saberse nuevo Nobel
n Pintar el rostro olvidado de la historia en las fábulas de una negra alegría, su mérito: Academia Sueca
n El tambor de hojalata, novela que ''se convertirá en una de las duraderas obras literarias del siglo XX''
César Güemes y agencias n Incorregiblemente disciplinado, luego de recibir la noticia de que es el nuevo Nobel de Literatura, Günter Grass dijo cuatro palabras, ''siento alegría y orgullo", y enseguida se dirigió a la cita que tenía con su dentista porque, tuvo a bien explicar a la prensa que esperaba fuera de su casa, ''la vida continúa".
Ante la insistencia de una primera declaración formal en torno del hecho, el padre de El tambor de hojalata, hizo un agregado: ''Me he preguntado de forma espontánea qué hubiera dicho el último premiado alemán, Heinrich Böll. Tengo la sensación de que él estaría de acuerdo. El premio es una gran satisfacción para mí".
Querer es corresponder
Grass vino al mundo el 16 de octubre de 1927 en la entonces ciudad alemana de Danzig (Gdansk), que hoy forma parte de Polonia. Todavía no alcanzaba los 12 años, cuando fue llamado al frente para combatir en la Segunda Guerra Mundial. La experiencia fue determinante para el joven Günter: su compañía fue devastada a poco de entrar en combate y él salvó la existencia, si bien con algunas heridas. Resultado de su participación bélica, durante 1946 pasó una temporada en un campo de prisioneros de guerra. Al término de las hostilidades, en busca ya del que sería su destino, el adolescente Günter fue aprendiz de diversos oficios antes de comenzar formalmente a estudiar, en 1948, escultura y pintura. Es verdad que ya desde entonces se interesaba por la poesía, de la que era asiduo lector, pero las primeras líneas que salieron de su pluma no se plasman en negro sobre blanco sino hasta 1955, cuando el ya maduro Günter contaba con 28 años.
El título de su primer libro, un poemario, prefiguraba el humor ácido que iba a caracterizarlo años más tarde: Las ventajas de las gallinas. Tuvieron que pasar tres años y una prolongada estancia en París para que diera a conocer la novela fundacional de toda su obra en prosa, El tambor de hojalata.
Grass tiene buena memoria: uno de los varios reconocimientos que le han conferido a lo largo de su trayectoria es el Premio Hidalgo, que recibió en Madrid, en 1973, por parte del organismo español Presencia Gitana; este jueves, una de las afirmaciones del escritor en cuanto salió del consultorio de su dentista y tomó asiento frente a la prensa, fue que una parte del importe monetario del Nobel habrá de destinarlo a una fundación de ayuda a los gitanos. Querer equivale a corresponder. Ya en ésas, el autor de El rodaballo se vio en la necesidad de reconocer que, luego de ser un candidato natural y anualmente mencionado para el Nobel, al obtenerlo, ''ya puedo convivir alegre y serenamente con eso". La segunda sonrisa del día, saludable gracias a su dentista, vino a dibujarse, cómplice, en su rostro: ''Esta vez me tocó a mí". De manera por demás propia en un escritor como él, usualmente al día en cuanto a política se refiere, no dejó escapar el momento para reafirmar un concepto que viene manejando desde hace años y que no pocos dolores de cabeza le ha provocado: ''Debemos vivir con nuestro pasado. Y este no es sólo un tema alemán. También otras potencias cometieron graves crímenes en este siglo".
Un tema llevó al otro, por eso el maestro Grass explicó que ''a diferencia de lo que solía suceder en las décadas de los sesenta y setenta, los políticos ya no buscan el intercambio de ideas con los intelectuales. La generación del 68, que ahora está en el gobierno, cree que puede seguir adelante sin ese intercambio".
Conseguir un frac
El nuevo siglo, ya inminente, le despierta ''enorme curiosidad, pero también temor", dijo, porque ''el peligro atómico está fuera de control, y la legislación va detrás de los desarrollos tecnológicos".
El anuncio de la Academia Sueca abarca varios puntos de la obra del galardonado. Por ejemplo, a propósito de lo que ocurrió luego de la aparición de El tambor de hojalata, señala que ''fue como si se hubiera dado a la literatura alemana un nuevo comienzo tras décadas de destrucción lingüística y moral". En ella, Grass ''se entrega a la enorme tarea de revisar la historia contemporánea, recordando a los rechazados y los olvidados: las víctimas, los perdedores y las mentiras que las personas querían olvidar porque un día creyeron en ellas. No es demasiado audaz asumir que El tambor... se convertirá en una de las duraderas obras literarias del siglo XX".
Una línea de la declaración hecha por la Academia Sueca resume claramente los varios elementos que dan fuerza y estructura a la obra del escritor, de quien afirma, obtuvo el Nobel ''por haber pintado el rostro olvidado de la historia en las fábulas de una negra alegría".
Tres de los grandes de todos los tiempos preceden a Grass en la distinción, los tres alemanes: Thomas Mann, Herman Hesse y Heinrich Böll. Y hay que decir que el Nobel será recibido por el creador de El gato y el ratón el próximo 10 de diciembre, día que visitará Estocolmo a fin de pronunciar el ya esperado discurso de agradecimiento y sumará a su cuenta bancaria los muy merecidos 960 mil dólares con que está dotado el reconocimiento.
El punto de vista del anterior Nobel, José Saramago, es breve ciertamente pero encierra al mismo tiempo una promesa y una esperanza: ''El premio ha sido justísimo y merecidísimo".
Günter Grass, quien en breve cumplirá 72 años, tiene, según dijo por último a la prensa de su país, una preocupación que lo atenaza: ''Debo conseguir prestado un frac para la entrega del premio en Suecia". Ante las risas naturales de quienes lo escuchaban, retrucó en su peculiar estilo el por fortuna incorregible Grass: ''O quizá deba mandarme hacer un frac y luego subastarlo para apoyar un buen objetivo".
Las carcajadas alemanas se escuchan, no es exageración, por el mundo entero.