2 DE OCTUBRE
Como todos los años, se ha protestado una vez más contra una matanza diseñada para acabar con un movimiento estudiantil pacífico que formaba parte del ansia general de democratización del país. Pero, a diferencia de los años anteriores, esta vez no hubo sólo duelo, repudio y decisión de afianzar la democracia a pesar de todas las adversidades.
La preocupación por el destino de la Universidad Nacional Autónoma de México, en huelga desde hace casi medio año, predominó, en efecto, en los ánimos de quienes marcharon hasta la Plaza de las Tres Culturas y de aquellos que no lo hicieron pero que, igualmente, esperan una solución política al conflicto, o sea un acuerdo que excluya la repetición de los sangrientos hechos del pasado. Este deseo de la parte consciente de la sociedad hizo, sin duda, que la marcha fuese multitudinaria y, por su magnitud, superase el llamado "núcleo duro" de los activistas estudiantiles. Lo cual plantea a éstos, por un lado, el rechazo de toda falsa idea triunfalista y, por el otro, la necesidad de responder a ese apoyo de otros sectores con una política unitaria, incluyente y pluralista, que pueda servir para dar continuidad y organización al saldo político y organizativo que pueda dejar la exitosa marcha de ayer.
El buen resultado de la misma y la participación en ella de otros sectores populares es un estímulo para buscar una solución negociada y favorable a la huelga. Es también un importante apoyo a la democratización de la UNAM, la reforma de la educación, la elevación de la calidad de la enseñanza -o sea, las tareas principales que debería tener el tan reclamado congreso que incluyese a toda la comunidad universitaria una vez terminada la huelga-, las cuales no pueden ser logradas sin un progreso paralelo en la democratización de todo el país.
Si se quiere en efecto una solución digna y favorable para el país al actual conflicto en la máxima casa de estudios, es necesaria la confluencia de quienes se oponen a las privatizaciones de las industrias estratégicas, de quienes defienden los derechos humanos, los derechos de los pueblos indios, los salarios, los derechos de las mujeres, los de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos y no mexicanos en México y los de todos aquellos que deben defenderse de la intolerancia política, sexual o religiosa.
Sin apertura, comprensión, tolerancia ni alianzas con quienes piensan diferente pero buscan un México mejor, el actual movimiento huelguístico estudiantil podría quedar aislado como esperan sus adversarios. Los partidarios de la represión no faltan. Por eso, más que nunca, hay que sacar las conclusiones de lo que le costó a México el 2 de octubre para evitar su repetición.