La tarde avanza lenta, el tiempo suma, el cielo no sabe si llover. Las enredaderas hacen las veces de veranda frente a la fachada recién encalada de su casa. Con ojos turbios, aunque todavía es joven, Selé se aproxima, ahuyenta las gallinas que le rodean las piernas y pican el grano desparramado en la tierra.
''Son capaces de todo. He oído gallinas hablar''.
Aunque no era esa mi idea de las regordetas aves de corral, sino una más bien desfavorable, le creo. Estúpidas, mañosas para lo suyo, y hasta feroces. Pero simpáticas, hasta eso.
Selé viste de negro, siempre. Invoca explicativamente alguna clase de convicción política que en este momento se me escapa. El calor no parece importarle a su oscura vestimenta.
Su trabajo solitario es atender la granja, no entiendo su necesidad de uniformarse donde nadie mira su aspecto. Y otra vez habla como una persona de más edad, un aspecto de su personalidad que a todos nos sobresalta.
Sus tatuajes son lo de menos, pero los enseña. Sobre todo uno en el hombro, una telaraña que se estira cuando mueve el brazo. Una estampa con manchas de humedad, pegada al muro con chinches negras, representa a un santo caballero armado de espada y aureola, matando sin piedad a un pobre dragón con la lengua de fuera.
"En una vida que tuve antes de vivir, cuando nadie se vestía de negro, ni se nos ocurría, me puse al tú por tú con el pecho del camino y lo hollé, lo escalé a todo su través".
(Ustedes perdonarán, pero es que así habla Selé).
"Yo tenía las prisas de todo el tiempo. Y ahí tienes que con mis propios ojos vi que una gallina se le atravesaba a un ciego que tanteaba con su bastón de mando en la tiniebla. Un hombre alto, casi gigante. Ya entonces lo conocíamos de antes. Lo habíamos dado por muerto. La gallina se echó allí sobre lo mismo y quedó tan pancha, inmutable. El ciego casi la arrasa".
Selé se pasa la lengua por los labios. "Tengo sed", se excusa.
"Cuántas plumas se salvaron de volar sin ave ese día. El ciego, que no era violento pero sí brusco, con su sexto o séptimo sentido prepalpó aquí hay gato encerrado. Cuál gato".
Se lleva el índice a la sien, que es un gesto frecuente.
"El ciego, precavido, cambió su rumbo. La gallina dijo (no hablando, se entiende, nada más diciendo):
ųPor el ojo el huevo, por el ojo el huevo.
Y el ciego, qué crees, que agarra y se ofende. Volteó entonces y alzó el palo, buscándola para matarla".
Selé gira y blande un bastón imaginario, fingiendo una intención asesina. Las gallinas cacarean, corren a los matorrales del exterior; primas lejanas del correcaminos, y primas cercanas de la codorniz, los saltan y ríen. Podría jurar que ríen.