La Jornada lunes 4 de octubre de 1999

Héctor Aguilar Camín
Los notables

Aceptemos la estadística: cada vez que los notables se vuelven el centro de la política, la política fracasa. En el último lustro, recuerdo al menos tres iniciativas de acuerdo nacional encabezadas por notables: el Grupo San Angel, los Compromisos por la Nación y la reciente Alianza por México.

Las tres se diluyeron sin aterrizar en ningún sitio, luego de mucha prensa y amplias expectativas.

También se diluyó en el aire un pronóstico catastrófico, levantado por notables y miembros críticos de la sociedad civil: el anunciado "choque de trenes" de las elecciones presidenciales de 94.

En materia de acción política, los notables funcionan bien sólo cuando son sustitutos verdaderos de la acción política y de los políticos. Es decir, cuando son la única opción de protesta o propuesta, cuando todos los caminos públicos están cerrados y no hay otras vías de conmoción o cambio que el pronunciamiento de los notables. Acaso pueda esbozarse la ley de que entre mayor densidad democrática tiene una sociedad, menor impacto y menor peso político tienen sus notables --celebridades, intelectuales, artistas, viejos de la tribu.

Por un lado, las sociedades democráticas tienden a igualar. Por el otro, tienen instancias suficientes de representación y expresión como para que nadie necesite un grupo de notables que hable o actúe en su nombre. Es lógico y deseable que así sea.

La persistente aparición de grupos de notables con proyectos políticos en México es un reflejo predemocrático, un recuerdo de la época en que la hegemonía priísta, el débil pluralismo político y la pobre competencia partidaria, otorgaban un valor especial a la voz de los notables, a la disonancia de intelectuales prestigiados o celebridades que discrepaban del gobierno en alguna materia pública.

México tiene hoy actores políticos fuertes, amplia pluralidad y creciente competencia democrática. Tienen también medios abiertos, independientes y críticos a los que no sólo nada escapa de las debilidades públicas, sino que añaden algunas. En ese entorno democrático los notables son una figura de rendimientos decrecientes.

Hay quienes siguen lamentando el fracaso de la Alianza por México que debía unir a la izquierda y a la derecha partidarias del país, el PAN y el PRD, en una gran coalición capaz de derrotar al PRI en las elecciones del año 2000. Un grupo de notables fue convocado para encontrar la fórmula que uniera a los políticos que no querían unirse. Lejos de descubrir la fórmula de la concordia, los notables fueron acusados de parcialidad y acabaron siendo parte de la discordia.

No todo ha sido pérdida en esto para la oposición. La alianza parecía inviable de origen porque tenía todo menos la voluntad de los candidatos, Cárdenas y Fox. Era un guiso de pato sin pato. Pero la iniciativa de la alianza tuvo la utilidad de opacar el arranque de la elección interna del PRI la cual, sin el rumor de la alianza, habría dominado totalmente la prensa y el debate político del país. El run run de la alianza mantuvo el marcador empatado y a la gente pendiente del parto de ese cuervo blanco. La oposición ganó tiempo y prensa. La alianza fue una exitosa cortina de humo.

El mal desenlace de esa maniobra diversionista puede traer una ventaja democrática al país: desaparecer de una vez por todas a los notables como solución a cosas que no pueden arreglar los políticos. Ojalá el experimento de la Alianza por México haya acabado con el expediente de los notables. Ojalá ese fracaso empiece a acostumbrarnos a la división elemental del trabajo en una sociedad democrática.

Que los políticos profesionales hagan su trabajo, pacten o se peleen, rindan cuentas y paguen en las urnas. Para eso están, para eso se les elige y se les reconoce, para eso se les necesita, para eso se les paga. Que los notables sigan dedicados precisamente a eso que les ha dado notoriedad y aprendan, como todos, a exigir soluciones públicas a las instancias públicas, en vez de improvisarse como carpinteros de políticos, autoridades o partidos que de buena o mala fe quieren seguir echando mano de ellos.