La Jornada martes 5 de octubre de 1999

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Casi seis años después, el verdadero choque de trenes está en curso: de un lado, el aparato tradicional del sistema, con todos los recursos puestos al servicio de una candidatura oficialista; del otro, una peligrosa aventura movida por intereses diversos, entre ellos el revanchismo de viejos cuadros priístas olvidados o maltratados.

Ese posible choque de trenes que llevan la misma bandera (evento distinto al anunciado en 1994 por observadores que creían inevitable la colisión del priísmo y sus opositores) avanza a velocidades importantes.

Un árbitro sin tarjetas

Ayer, para no ir tan lejos, Roberto Madrazo asumió una actitud que en las reglas no escritas del sistema merecería una sanción ejemplar. Conminado a bajarle al volumen de su estéreo por el árbitro sin tarjetas que es Fernando Gutiérrez Barrios, el tabasqueño anunció que mantendrá el sonido en el mismo nivel que tanto molesta a los oídos de Francisco Labastida Ochoa. El problema está en que la instrucción de moderar el volumen no proviene sólo del árbitro veracruzano, sino del máximo órgano ordinario de autoridad del PRI, que es el Consejo Político Nacional.

Sin embargo, la estructura de mando del PRI no puede castigar a Madrazo, por negarse a suspender o atenuar sus polémicos anuncios de televisión y radio, por una sencilla razón: porque el candidato de los tres Carlos (Salinas, Hank y Cabal) actúa en una especie de opción obligada, pues contra él tiene todo el aparato gubernamental en pleno.

Eso que han llamado disciplina

Pero, además, las dificultades de castigar a Madrazo provienen de un hecho irrefutable: Roberto ha sido durante larguísimos años un militante disciplinado del PRI, a la usanza clásica, colindante con la abyección, que participó en diversas operaciones delicadas de ingeniería electoral y política (para llamar a esos actos de mapachería con términos elegantes).

Hoy, y este es un punto insuficientemente analizado (en buena parte por las nebulosidades que genera con su historia pasada y sus excesos actuales), Madrazo tiene a su alrededor al mejor equipo de acción electoral posible. Habiendo sido delegado del PRI en varios estados del país y durante largos años un especialista en asuntos priístas, ha tejido una red de apoyo a su candidatura que, con espíritu real de lucha, le ha estado ganando la batalla a los mapaches burocratizados, a sueldo, por obligación, que trabajan del lado labastidista.

En realidad, un choque de mapaches

El choque de trenes, pues, puede ser en realidad un choque de mapaches. Pero la diferencia no es intrascendente. Madrazo ha sacado del anonimato a centenares de cuadros priístas relegados que, ahora, pelean de tú a tú con los personajes clásicos del priísmo de cúpula, personajes que no entienden ni la lógica ni el estilo de sus contrincantes recientemente aparecidos.

Una muestra clara de ese enfrentamiento de los políticos tradicionales con los cuadros emergentes la está dando Ulises Ruiz, diputado federal oaxaqueño que era presidente del PRI en su entidad y se decidió a apoyar abiertamente a Madrazo, dejando su cargo partidista y ocupándose, ahora, de representar a ese precandidato ante la comisión organizadora del proceso tricolor que preside Gutiérrez Barrios.

Hasta antes de ese lance, Ruiz era apenas conocido fuera de su entidad, y el reconocimiento a su trabajo era ínfimo, a veces vergonzante, dada su especialidad en los citados asuntos electorales priístas. Ahora, Ruiz se ha convertido en interlocutor incómodo, difícil, de personajes que siempre han estado en la cúpula pero que nunca han hecho trabajo de base.

Ese dato, que suele ser desdeñado por la explicable animadversión que genera todo el movimiento madracista, puede constituir un punto básico del quiebre priísta: con el movimiento del tabasqueño están los operadores electorales tradicionales del sistema, los que hacían ganar a los perdedores, los que transformaban las derrotas en victorias, los llamados mapaches.

Para empezar, será difícil ganarles; en segundo lugar, será imposible hacerles trampa sin dejar huella; y, tercero, si se van del PRI, a otra aventura con Madrazo, el sistema perderá una buena parte de la tecnología desarrollada durante décadas, con la que mantenía encendidas las chimeneas en tiempos de frío. Y, como se ven las cosas, el PRI necesitará en este 2000 muchas chimeneas y muchos especialistas en hacerlas funcionar.

Adiós a Eduardo Montes

Ha muerto un hombre de convicciones ejemplarmente firmes, de conducta intachable y de un temple de los que cada vez quedan menos. Eduardo Montes tuvo, además de una militancia partidista congruente y una pasión inextinguible por las mejores causas del ser humano, un importantísimo papel en la construcción y consolidación de este diario.

Eduardo Montes era, a la vez que activo impulsor de las publicaciones de La Jornada Libros, una pieza central de los mecanismos que permiten el buen funcionamiento empresarial de La Jornada.

Durante largos años fue el secretario del consejo de administración, permanente depositario de la confianza colectiva, memoria viviente de los acuerdos y desacuerdos, los compromisos y los objetivos de esta peculiar empresa de comunicación.

Meses atrás, Eduardo fue elegido presidente de ese consejo del que durante tanto tiempo fue eficiente secretario. Su toma de posesión fue fijada para una fecha posterior a la elección, de tal manera que la marcha institucional de ese órgano tuviese plena continuidad. No alcanzó a asumir su nuevo cargo, pues males físicos lo agobiaron.

Para muchos de nosotros, los jornaleros, Eduardo Montes será un permanente presidente del consejo de administración de esta empresa, un vigía y un ejemplo, un recuerdo que será necesario tener siempre presente.

El PRI de siempre en Guerrero

Tal como se preveía, la aplanadora figueroísta volvió a demostrar en Guerrero que los proyectos democratizadores son meras debilidades de tecnócratas que se pueden aplastar al viejo estilo priísta.

Desde aquella entidad bravía, el que en algún momento de este sexenio fue considerado el primer compadre del país, reiteró el mensaje que ya había enviado meses atrás, cuando impidió que se reconociera el triunfo de Félix Salgado Macedonio, quien entonces buscaba la gubernatura.

Ahora, el figueroísmo vuelve a demostrar que no hay mejor manera para el priísmo de mantener el poder que el uso de su arsenal electoral clásico.

En la refriega se produjo una pérdida importante, ciertamente, como es la presidencia municipal de Acapulco, pero es una baja aceptable: no ha quedado como futura autoridad un émulo del senador Salgado Macedonio (desbordado e imprevisible), sino un empresario que ha hecho vida política al lado del PRD en años recientes, Zeferino Torreblanca, quien en esta contienda fue postulado, además, por el PAN y otros partidos menores.

El talante opositor de Torreblanca no constituye, sin embargo, un reto violento contra el sistema PRI-gobierno, sino una opción ciudadana pacífica, de concreción gradual, cuyo primer compromiso es meter orden contable, administrativo y financiero al funcionamiento de la estructura municipal porteña.

Es imposible, a la luz del triunfo de Zeferino, dejar de preguntarse si acaso el destino guerrerense habría sido distinto si, en lugar de que el PRD cediese en aquella entidad a la presión de los grupos promotores de la candidatura de Salgado Macedonio, se hubiese postulado al empresario y ex rector de la universidad estatal, Jaime Castrejón. Pero, como es bien sabido, en política las suposiciones sólo son eso y, hoy, la realidad es que la estrategia de confrontación reiteradamente privilegiada por el senador Salgado no ha resultado victoriosa ni en Guerrero ni en las batallas internas del PRD.

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