n Lapuente nos convirtió en un conjunto muy difícil de vencer, dijo


Aguinaga, el más representativo del Necaxa, el equipo de la década

n El primer desmantelamiento de Rayos fue el más doloroso, sus figuras se fueron al América

Marlene Santos A. /II n Ocurrió en Los Pinos, cuando Rayos ganó el campeonato Invierno 98 y los jugadores fueron recibidos por el presidente Ernesto Zedillo:

"A ver -dijo el Presidente-, a ver Alex ven para acá: ƑTe quieres salir del Necaxa?

-šNo, si yo estoy muy a gusto! -respondió el jugador.

"Ya oíste Burillo, de aquí no sale", dijo el Presidente.

Relato de Julio Sotelo, presidente desde 1961 de Porras Unidas del Necaxa.

 

El goleador del Necaxa en la primera mitad de la década dorada, del torneo 90-91 hasta el 94-95 fue el delantero Ivo Basay, quien por su carácter irascible y sus desplantes de prepotencia no pudo transmitir mucho carisma hacia el público. En las oficinas del club lo recuerdan como un auténtico tirano, pues sin el menor motivo regañaba a todos, ofendía y gritaba. Las secretarias le tenían miedo, las hacía llorar y nadie le podía decir que no. No faltó quien le preguntara el porqué de ese comportamiento, y el chileno explicó: "A mí me dijeron que a los mexicanos hay que tratarlos así".

El verdadero símbolo de Rayos estaba en gestación. Alex Aguinaga, quien llegó a los entonces inhóspitos llanos de Cuautitlán Izcalli, como él mismo dice, "a picar piedra", terminó convirtiéndose en el jugador más representativo del equipo de la década.

Sin embargo, pocos recuerdan su difícil adaptación. "Me costó un año acoplarme, fue espantoso, difícil. Teníamos de entrenador al Maño Ruiz, que forzaba mucho la defensa al grado de que tuve que cambiar mi forma de jugar. En Ecuador había jugado en punta, como lo hago más o menos ahora, y cuando llegué el técnico me puso de volante de apoyo. Era cosa de ir y venir, correr y correr, aplicarse mucho en la defensa y seguir corriendo.

"Fue muy complicado, me costó no sólo mucho trabajo, sino sudor y lágrimas inclusive; era desesperante no poder hacer lo que uno sabe. Ya no puedes manejar el balón a tu antojo, debes hacer las jugadas como te dicen y no te dan opción de pensar... En la cancha nunca lloré, pero me daba coraje que no me salieran las cosas como quería. Fue difícil, pero finalmente me adapté, nunca voy a olvidar lo que padecí, porque eso me ayudó a formarme un carácter firme, fuerte y a valorar lo que hoy he conseguido.

"Yo vine a los 21 años de Ecuador, en mi país era considerado un ídolo después de haber jugado cinco años: y la verdad sí cuesta trabajo, porque llegas en plan de figura, y a pesar de que nunca se me subieron los humos, sí te queda un poco ese bichito de la fama, de salir todos los días en el periódico... Y de repente vienes acá y no sólo te pones el overol, sino que haces el trabajo debajo de las minas y tienes que picar piedra".

Producto de ese estilo y esa preocupación por la defensa, en 89-90 el portero Nicolás Navarro mantuvo inviolada su portería durante siete fechas consecutivas, e impuso la marca de 683 minutos sin recibir gol. Pero no hubo más y Aníbal Ruiz, tras dos campañas dejó a los ex electricistas.

Cuenta Enrique Borja que cuando asumió la presidencia de Rayos, hace seis años, todavía era técnico el argentino Roberto Saporiti. El nuevo directivo buscó empaparse del historial del club, lo que le llevó todo el torneo 93-94, tras lo cual se reunió con Emilio Azcárraga y Alejandro Burillo para plantear la necesidad de cambiar de técnico, al estimar que Saporiti había cumplido su ciclo, y pese a que tenía un año más de contrato, el argentino fue despedido. Borja propuso a Manuel Lapuente y de inmediato, a su llegada, se creó una mística importante que quedó fija en el equipo con objetivos muy claros, arrancando con una solidez deportiva a prueba de todo.

Aguinaga, de manera separada continúa el resumen del equipo de sus amores: "En la época del señor Lapuente nosotros teníamos un equipo normalito. Con Saporiti habíamos hecho campañas extraordinarias sin lograr nunca el título. Vino Manolo y nos ordenó un poquito más, trajo algunos jugadores que consideraba básicos y que resultaron importantes a la hora de ganar los campeonatos: Octavio Becerril, con una admirable labor de sacrificio, y Lalo Vilches, siempre ordenando, siempre con gran sentido de la ubicación.

"Luis Hernández venía del Monterrey, que lo había desechado, Beto Aspe llegaba de Pumas y era de la gente con más nombre, estaban Nacho Ambriz, Gerardo Esquivel y Ricardo Peláez (otro desechado del América), que dio su máximo hasta convertirse en el mejor goleador de la historia del club, en fin, todos jugadores muy normales, ningún crack, šy a la fecha seguimos así! Entonces, con la idea de Lapuente, siempre armando el equipo de atrás hacia delante, se hizo algo importante, nos adaptamos y se armó un trabuco, un equipo muy difícil de vencer".

El bicampeonato (94-95 y 95-96) fue el éxtasis, un momento culminante que se disfrutó, para luego retomar el camino rumbo a la leyenda. El líder de las porras, Julio Sotelo, recuerda que durante los festejos, cuando entregaron el trofeo a los directivos de Televisa, escuchó un lamento: "ƑPor qué no fue el América? -susurró un directivo-. Todos nos hicimos los sordos, no era momento de dejarse amargar".

El primer desmantelamiento fue el más doloroso por su magnitud. Sembró inquietud y dudas dentro y fuera del conjunto. Desde luego, estuvo acompañado de una buena dosis de enojo, al ver que sus figuras se vestían de azulcremas. García Aspe, Ricardo Peláez y Sergio Ratón Zárate pasaron al América, mientras que Luis Hernández se fue a probar suerte a Argentina, otros que salieron fueron Nicolás Navarro y Efraín Cuchillo Herrera. El equipo no se clasificó a la liguilla en ese torneo de ajuste, que acabó siendo el último de Lapuente con Rayos, quien después tomó las riendas de la selección nacional.

Aguinaga, al dar su punto de vista, estimó: "Sería un error que Necaxa desapareciera. Mira, todos los niños de México le van al Necaxa y sí nos causa un poquito de frustración y de tristeza no haber prendido la mecha en más gente, porque somos un conjunto que si no es el que mejor juega, suele ser el líder de la tabla, divierte y entretiene, y cuando los niños se identifican con un equipo es porque tiene carisma".

Alex no se resigna a la venta del Necaxa: "No está en nuestras manos, pero ojalá que la gente asista al estadio, con eso le quitas armas a los dueños, no tendrán ninguna excusa para venderlo".