Olga Harmony
Los violentos

La violencia escénica es algo sumamente difícil. Y la violencia intrafamiliar es un tema candente que apenas se aborda en nuestro teatro, con su cauda de -sobre todo- mujeres y niños abusados, golpeados, incluso muertos. Por desagradable que sea, es una parte de la realidad social en todos los países, que apenas se empieza a tratar jurídica y socialmente en nuestro país, con emergentes grupos de apoyo institucionales o no, manejados por lo mejor del feminismo. Es una lástima que no haya llegado a ningún espacio de nuestra capital la terrible y aleccionadora -mostrar el horror y sus causas es una de las maneras en que el teatro ayuda a crear conciencia- Oscura ventana, que Marco Antonio Petriz escenificó en Tehuantepec, que molestó mucho al machismo imperante en la zona y que podría adaptarse perfectamente a cualquier lugar de nuestro México. Y es una lástima, sobre todo, porque el doloroso tema fue tratado con la solvencia que caracteriza al talentoso Petriz, es decir, porque se trata de excelente teatro.

Contigo América convocó a un grupo de jóvenes para hacer una investigación de campo y documental acerca de la violencia intrafamiliar bajo la dirección de Pablo Jaime. El resultado es la escenificación, en que son partícipes los jóvenes talleristas de Aquí se rompió una casa, muy desconcertante porque trata de muchos problemas sociales -la pareja, la paternidad y maternidad responsables, las dificultades de conseguir trabajo para una madre soltera y hasta el secuestro y desaparición de infantes- excepto la violencia intrafamiliar que se da en sólo dos de los casos, un maltrato infantil que consiste en un par de bofetones al bebé para que no llore y la narración de una violación sexual auspiciada por la madre de la víctima, teatralizada a base de marionetas que no logra transmitir al espectador la brutalidad del hecho.

Para nada se advierte una investigación acerca del tema. Pablo Jaime rehúye el horror de la violencia y prefiere acercarse a la idea de la convivencia pacífica entre las personas, en un final que nos lleva hasta la generación de la flor. El director teje las historias con acierto haciendo que los personajes de cada una se relacionen en algún momento con los otros y se apoya en una especie de coro formado por los mismos actores que cambiarán atuendos y personificarán a los personajes. Por desgracia, lo narrado no se resuelve en una propuesta sólida y los actores principiantes no cuentan con la solvencia necesaria para manejar sus papeles.

Búfalo herido, escrita y dirigida por Jorge Celaya -esta vez en un montaje profesional con actores profesionales- es otra obra que trata la violencia con el deporte violento por excelencia, el boxeo, y toda la brutalidad y corrupción que se dan tras bastidores en parte de ese ambiente. La mínima anécdota, contada a base de flash-back que se alternan con los momentos presentes, es muy reiterativa y poco creíble porque se sustenta en situaciones y personajes nada verosímiles, sobre todo ese Don cuya presencia en el cuartucho de Búfalo nunca queda explicitada y cuya acción final es más resultado de la voluntad del autor que de las necesidades de la trama. La historia de la expiación de Búfalo, de la que saldrá purificado, con ese encierro que atribuye a un peligro exterior pero que en el fondo es una necesidad de huir de la culpa, es lo suficientemente buena sin necesidad de que surja de su relación con un personaje tan poco creíble como es Don, e incluso momentos de excelente ambigüedad como es la muerte, o no, de Apache se pierden ante la absurda solución final.

El autor dirige y actúa como Apache con acierto. En una muy buena ambientación de Alejandro Remolina, que reproduce el mísero cuartucho en que vive Búfalo, y con la asistencia en combate escénico de Alejandro Vázquez -en las difíciles escenas de boxeo- mueve a sus actores con un trazo muy limpio. El excelente actor que es Juan Carlos Remolina logra sacar avante a Búfalo, con todos los matices que requiere el personaje al que dota de verosimilitud aun en los momentos más difíciles de la historia. Otro es el caso del también buen actor Carlos Cobos que aquí se sobreactúa todo el tiempo, quizá por la inconsistencia de ese Don que no logra ser un cabal personaje.