Ť Alicia Urreta, Marcela Rodríguez, Lucía Alvarez y Rocío Sanz
Música de Teatro compila y destaca las aportaciones de cuatro compositoras
Ť Incluye 30 obras rescatadas por la investigación de Javier Bolaños que auspició el CITRU
Carlos Paul Ť Oficio, imaginación, colmillo, plasticidad, poderes insinuantes afloran en Música de Teatro, disco compacto en el que destaca la presencia de Alicia Urreta (1930-1986), Marcela Rodríguez (1951), Lucía Alvarez (1948) y Rocío Sanz (1934-1993), cuatro talentosas compositoras que son acompañadas por los no menos relevantes músicos Rafael Elizondo (1930-1984), Leopoldo Velázquez (1935), Luis Ribero (1934) y Federico Ibarra (1946), quienes en conjunto integran esta antología de 30 obras ų73 minutos y 55 segundosų, montadas entre 1960 y 1985, recopiladas por Javier Bolaños y que forman parte de una fonoteca que alberga ''cerca de cinco horas de música de teatro".
ƑCuántas escenificaciones se han quedado en el recuerdo, tan sólo por la música?
Esta compilación, en la que se aprecia la musicalización de 29 obras de teatro, fue editada por el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (CITRU), cuya investigación la comenzó Bolaños en 1996.
Desarrollar un colmillo peculiar
Es un trabajo (la música de teatro) en el que se desarrolla un colmillo muy peculiar que permite enfocar las cosas de otro modo, comentó José Antonio Alcaraz, quien con Alejandro Aura presentó ayer el disco en la Escuela de Arte Teatral, del Centro Nacional de las Artes.
''Se sabe que muchos compositores de música de concierto, para decirlo en buen mexicano, trabajan de mamones ųagregó Alcarazų, se toman muy en serio a sí mismos, impostan la voz y creen que la historia y el universo empieza y termina con ellos. Este disco es la mejor demostración que no es así. Existen cien vertientes distintas de ejercer la música. De un extremo a otro la música sacra y la de los congales, tan importante la una como la otra, y la música que integra este compacto participa de ambas naturalezas, del ritual (teatro) y del desmadre guapachoso. Este trabajo es otra manera de entender el ejercicio artístico de la música. Como un ejemplo que lo confirma es que sin (Bertolt) Brecht no entendemos a (Kurt) Weill y viceversa."
Antes de la presentación del compacto, Reyna Barrera comentó la antología Dramaturgos mexicanos, de Armando Partida, y Josefina Brun hizo lo propio al presentar Veintiún años de crónica teatral en México 1944-1965 de Armando de Maria y Campos, compilada por Beatriz San Martín.
Para Alcaraz lo que más destaca es la creación musical de las cuatro mujeres compositoras. ''El teatro y la música mexicana se han estimulado mutuamente. En ese sentido, el teatro ha dado a una serie de compositores y, lo más importante, a compositoras que por una razón u otra no han tenido cabida de manera amplia en las salas de concierto. No obstante, agregó el crítico de música, ''Rafael Elizondo es un compositor cuyos talentos sonoros no vivían sin el teatro. Sus mejores obras musicalmente hablando son para la danza o para el teatro. Así, los demás compositores han dejado algo de lo mejor de sí mismos en los escenarios teatrales. Este es el primer paso para el estudio, la compilación y el análisis, pero más que nada para el reconocimiento a estas compositoras y compositores que hacen teatro y música simultáneamente".
En esta recopilación, leyó Omar Valdés, director del CITRU, en representación de Javier Bolaños, ''tratamos de incluir temas variados y representativos de cada compositor. No son necesariamente las mejores selecciones de estos músicos, representantes de una generación apegada a la experimentación, el cambio y la cinta de carrete de un cuarto de pulgada".
En Música de Teatro, apuntó Alcaraz, ''perviven los impulsos líricos de Sanz, el gracejo de Elizondo, inagotable y generoso en su tarea creativa; las veladuras tornasoladas de Alvarez, la contundente habilidad de artesanal agudeza de Ibarra; la sabrosura solar y tersas nostalgias de Ribero, cargado de veracidad e ingenio; el recio perfil individual de Rodríguez, capaz de sutilezas casi intangibles; la redacción impecable que evoluciona de manera constante, con nitidez sonora, exacta y pertinente al extremo en su colorido ordenamiento de Velázquez; y a manera de eje y centro la obra de Urreta, entrañable, teatral por excelencia, donde el genio se manifiesta una vez y otra hasta alcanzar una epifanía inextinguible".