La Jornada lunes 11 de octubre de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

El pasado viernes 8, en el municipio de Gutiérrez Zamora, Veracruz, el profesor de primaria jubilado Leonardo de Luna Martínez insistió tanto, a viva voz, en conocer cómo el Presidente de los mexicanos impediría que los comerciantes especulen con los pocos víveres disponibles en la zona damnificada por las inundaciones, que provocó el estallido del doctor Zedillo.

``Me la paga''

``¡Permítame! ¿Me van a dejar hablar? Le exijo respeto, ¿eh? Soy el Presidente de la República. Si vuelve usted a hablar me la paga. ¡Ya cállese!''.

En ese momento, según la nota redactada por Gerardo Jiménez para Reforma, ``el general Roberto Miranda, jefe del Estado Mayor Presidencial, pidió a uno de los guardias que retiraran del lugar al inconforme. `¡Sácalo!' fue la orden terminante del militar, acompañada de un ademán. Inmediatamente llamaron al hombre, quien se perdió entre la concurrencia''.

Pero no fue esa la única ocasión en que el presidente Zedillo perdió los estribos al encontrarse de manera directa, sin preparativos, sin orden del día, sin maestros de ceremonias ni oradores bien aleccionados, con mexicanos que padecen la terrible tragedia derivada de las lluvias extremas que han asolado a varios estados del país.

En ese mismo municipio de Gutiérrez Zamora, el presidente de la globalización, el economista atento a las directrices del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, se indignó cuando un ciudadano le demandó a gritos que pidiera ayuda a Estados Unidos, ``para que nos manden unos helicópteros''.

``¡No señor, los mexicanos podemos solos!'', respondió el presidente Zedillo con energía.

``Me van a conocer''

En Poza Rica, mientras tanto, otro funcionario, de mucho menor rango, también mostraba energía. El director de Seguridad Pública del gobierno de Miguel Alemán, el general Valentín Romano, advertiría a las personas que pedían ayuda para sus desgracias que, para la entrega de víveres, les acompañarían algunos de los elementos policiacos y militares bajo sus órdenes, para que ellos organizaran los repartos de recursos.

``Y no me vayan salir con que andan haciendo trabajos de proselitismo, porque me van a conocer'', amenazaba el general Romano.

Otros funcionarios veracruzanos no tenían la misma oportunidad de imponer su voz, sus órdenes, sus advertencias, pues ni siquiera han estado en la entidad mientras sus paisanos más desgraciados viven la peor de las tragedias.

Alfonso Gutiérrez de Velasco participa en Singapur en una conferencia mundial sobre carreteras, en su condición de secretario de Comunicaciones y Obras Públicas de un estado en el que se han caído puentes, se han destrozado carreteras y se ha deshecho buena parte de la infraestructura civil de uso público. Mario Loyo, titular de Salud, tampoco ha estado en la entidad.

``Pobrecitos''

Tal vez por ello es que Christiane Magnani, esposa del gobernador Alemán, le expresó al reportero Miguel de la Vega que lo que más le ha impresionado de la desgracia popular que hoy se vive en toda aquella región ha sido ``la unión de la gente. Pobrecitos. Su valor para seguir adelante. Para luchar''.

Tiene razón la señora Magnani. Por ejemplo, allí está, pobrecito, Diódoro Carrasco, a quien se le han caído en Oaxaca hospitales y obras construidas o contratadas durante su gobierno. A pesar de esa desgracia. A pesar de que los materiales de construcción parecen haber sido de menor calidad, y las especificaciones exigidas no aparecen como bien cumplidas, él, Carrasco, sigue adelante, sigue luchando.

Olor a muerte, y a corrupción

Pobrecito él y algunos de quienes fueron sus funcionarios, como los tres secretarios de Salud que tuvo durante su administración y que ahora serán investigados para ver qué responsabilidad tienen en la mala construcción de cuatro hospitales y 30 casas de salud (también se indagará la culpa del titular del ramo en el gobierno de Heladio Ramírez). Hubo, además, mil 500 escuelas dañadas en Oaxaca, por causas que huelen a corrupción de constructores y funcionarios. Por cierto, el pasado 30 de septiembre, el presidente Zedillo tuvo la oportunidad, allí sí sin enojarse, de inaugurar uno de los hospitales defectuosos construidos por Carrasco, que luego se derrumbaría.

Pero Diódoro ahora es secretario de Gobernación, y entre su gente cercana hay quienes promueven la idea de que ``ha crecido tanto'' en Bucareli que podría ser un candidato de relevo si la pugna entre Madrazo y Labastida llega a extremos intolerables para el PRI y Los Pinos.

Pobrecitos todos. Labastida, por ejemplo, empujando, peleando, donando un millón de pesos para los damnificados.

Y Madrazo, tirando la red para pescar en río revuelto, tratando de revertirle al gobierno de Zedillo (acaso con razón, pero indudablemente con oportunismo electoral) la desgracia de Tabasco.

Los madracistas se han lanzado contra la Comisión Federal de Electricidad y la Comisión Nacional del Agua, acusándolas de realizar maniobras que de comprobarse merecerían máximas sanciones. Dicen que los jefes de esas dependencias ordenaron abrir las compuertas de presas de Chiapas, con lo que se aumentó el caudal de ríos que cruzan Tabasco, provocando las descomunales inundaciones habidas.

``Muy extraño''

Madrazo ha dicho, sin comprometerse más, que el asunto es ``muy extraño''. Pero uno de sus principales operadores, el diputado Manuel Andrade, coordinador de la bancada mayoritaria priísta del Congreso tabasqueño, y máximo organizador de la campaña madracista en la entidad, fue más allá, al señalar que hubo negligencia del gobierno federal en el manejo de las presas Peñitas, Malpaso, La Angostura y Chicoasén. El diputado Andrade encabezó una manifestación pública para denunciar esos hechos. Le acompañaron empleados del Congreso que él dirige y militantes madracistas.

No pasa nada

En respuesta, el presidente Zedillo organizó una especie de rueda de prensa conducida por él, en la que preguntó directamente a sus funcionarios, sobre todo a Guillermo Guerrero, titular de la CNA, sobre las acusaciones, sin nombrarlas. Guerrero dijo que nada era cierto, dio explicaciones científicas, hizo un dibujito y aseguró que las presas mencionadas por los acusadores ni siquiera tienen compuertas.

Fue, esa, una repetición de las indignantes escenas que difunden exhaustivamente en la televisión nacional, donde el Presidente pregunta y los funcionarios a su alrededor aseguran que ya está todo atendiéndose, que las ayudas van en camino, que ya se está controlando el problema, que las cosas ya van marchando bien. Sí, señor Presidente. Pero no todo se queda en las escaramuzas verbales. El sábado, 75 personas fueron agredidas por unos 300 policías tabasqueños que así impidieron que los habitantes de los poblados Anacleto, Canabal y Lázaro Cárdenas destruyeran parte de la carretera Villahermosa-Coatzacoalcos para, de esa manera, derribando el bordo de la vía de comunicación, desahogar la inundación que desde hace tres semanas mantiene sus casas hasta con un metro y medio de altura de agua. En esas tres semanas, nadie les atendió, cuando pedían, suplicaban, que enviaran equipo de bombeo o que llevaran maquinaria para hacer un canal.

¿Querían que los atendiera el gobierno?

Pero, cuando, desesperados, comenzaron con sus picos a hacer el trabajo que nadie hacía, les llegó la respuesta oficial. A mentadas de madre, sin distingos, lo mismo los hombres adultos que los niños y las mujeres, fueron golpeados y decenas de ellos llevados a la cárcel, de donde sólo 15 fueron consignados a autoridades superiores. El jueves pasado, en Villahermosa, unos treinta tabasqueños fueron golpeados por antimotines del gobierno de Víctor Manuel Barceló por causas parecidas a las de los poblados arriba mencionados.

Mientras tanto, alegrémonos con el curso que sigue el proceso de extradición de Pinochet. Al final, la justicia triunfa. Los genocidios no quedan impunes. La maldad es castigada. En México, ¿cuándo enjuiciaremos a nuestros verdugos?

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