Representación de Jesusa Rodríguez, Ofelia Medina y Laura Esquivel
En defensa de Cuicuilco
César Güemes n Durante 20 minutos, la proverbial tristeza que caracteriza a lo que resta de la otrora gente bonita en Plaza Cuicuilco, desaparece de los rostros: Jesusa Rodríguez, que personifica a una de las miles de mujeres damnificadas o desplazadas en el país, entra con su pequeña compañía teatral a montar en pleno centro del sitio un ruidoso performance.
El resto de la compañía lo conforman Laura Esquivel, que ataca el maíz en el metate; Ofelia Medina, en el papel de una abuela rejega, regañona y muy consciente de que alguna vez Cuicuilco fue de todos; dos actores que representan a otros tantos soldados, uno de ellos más aguerrido que el otro y a quien llamaremos Cabo Chisguete; más una actriz de muy firme porte y muy corta falda que a lo largo del acto azuzará a los representantes de la autoridad, a fin de que "saquen de aquí a esta gente, Ƒdónde se ha visto, qué es esto, oficial?"
Ante los hechos teatrales es claro quiénes representan a los desplazados y damnificados y quienes conforman al público. Sin embargo, lo cierto es que la gente bonita despareció de la ciudad de México, incluso de los sitios como éste donde sería dable encontrarla. Aunque lo sintomático es que no se aprecia alegría, ni siquiera de la ficticia, más allá de la que asoma de los escaparates de discos o de alguna tienda de ropa. O, como es el caso, cuando la realidad se convierte en teatro y así se presenta ante los ojos que la aprecian.
ƑDónde quedó el comal?
En diez segundos está listo el escenario del performance. Al siguiente segundo llega un guardia de seguridad, vamos a decir de los "reales", los que trabajan en el sitio. De inmediato se forma un círculo de 15 metros con al menos cien personas ávidas de mirar algo, lo que sea. Un solo letrero en manos de Medina-abuela explica todo el negocio: "Desplazados y damnificados, responsabilidad del gobierno federal". El Cabo Chisguete arremete contra las mujeres del montaje: "Pinches indios, por eso son pobres, por güevones, pero aquí los voy a tener a raya"
Imperceptiblemente, mientras crece en número el público, se ha conformado ya el, digamos, "comando antiperformance": seis guardias a las órdenes del que llegó primero, con radiocomunicador en la mano izquierda y la derecha sobre la cacha del revólver. Todo es real: los policías, las armas, la posibilidad de que esto llegue a las manos o a los toletes. No se inmuta Jesusa. Al contrario, ya que ha olvidado el comal para la obra, pregunta a uno de los guardias respecto de dónde puede conseguir un comal en este sitio. Nadie le da razón y los guardias comienzan a no saber ya dónde empieza lo real y dónde lo teatral. Aprovecha la actriz para atacar: "Para qué sirve tanta tienda si no venden un pinche comal. No se crean, si yo vine de chopis. De veras". Las risas de muchos que sí vinieron de shopping acompañan el cuadro.
Ante los gestos cada vez más agrios del comando antiperformance, Jesusa echa mano de la solidaridad del público y defiende la posibilidad de que el sitio sea considerado como lo que es, zona arqueológica. Enseguida, el grito es unánime aunque breve: "šQue venga Carlos Slim!, šque venga Carlos Slim!". Se pone muy rojo el capitan antiperformance y Jesusa ataca de nuevo: "Andale, ve dile a a tu patrón que traiga el título de propiedad de esta zona arqueológica". E insiste, de cara al público: "ƑQuién dice que no se puede?", a lo cual el coro de los antes tristes, por lo menos 150, responde como en cualquier estadio: "Sí-se-pue-de-sí-se-puede".
El guardia de verdad se quiere llevar al esquivo Cabo Chisguete. Lo empuja, le pide que lo acompañe: "Oh, tú, vente para acá, íralo". Chisguete se escurre, como lo hará en varias ocasiones, de las intenciones del oficial y conmina al resto de los policías a que lo acompañen, a que rodeen a los desplazados y los hostiguen. El comando antiperformance entra al juego al fin, se ríen de plano los policías con el espectáculo. Jesusa se dirige al piquete de guardias: "ƑPero qué hacen ahí paradotes? Si ustedes también son indios y mexicanos, únanse con nosotros". "Ahí te hablan...", se dicen entre ellos, buscando al que más mexicano parezca. El Cabo Chisguete aprovecha la confusión de identidades y cambia su atuendo por el de desplazado y recibe un sonoro aplauso del respetable.
El capitán antiperformance esgrime su radiecito, acaricia la cacha de su pistola. El caso es que no hay un comal para continuar con el número. Desaparece Jesusa. La curiosidad mantiene a las personas en su sitio. El guardia, "segundo oficial" dice su placa, insiste en sacar a los actores a toda costa. Las personas de la administración nunca llegan. Se acercan jóvenes de conocida fabriquita de pizzas, quienes comentan: "Ya, que los saquen a patadas". No sucede ni una cosa ni otra, por fortuna. La compañía se va como llegó y al grito de "šZapata vive, la lucha sigue!", se dirige a la salida de las instalaciones.
El acto dura en total 25 minutos. Todavía pedagógica, Jesusa le explica al líder del comando antiperformance, que la acompaña hasta el estacionamiento, cuál es el asunto: "Mire, estamos comenzando a hacer algo para que no nos despojen de lo que es nuestro".
El guardia da su bracito a torcer: "Bueno, yo soy de Chimalhuacán y allá las cosas están horribles con tanta agua, pero si yo me manifiesto aquí, en la plaza, o se manfiesta otra persona, las cosas se me ponen feas con la chamba".
La conclusión de una de las personas del público ayuda a explicar el hecho: "Es una obra de teatro o algo así". O sea, es la realidad, o algo así.