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México, D.F. martes 12 de octubre de 1999
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Editorial

EL DESASTRE NATURAL Y EL ECONOMICO

SOL Los saldos trágicos que las lluvias han dejado en extensas zonas del territorio nacional ųHidalgo, Puebla, Oaxaca, Tabasco, Veracruz, Chiapas-- son consecuencia inmediata, ciertamente, de fenómenos meteorológicos incontrolables. Pero no puede ignorarse que hay aspectos del quehacer humano que han puesto las condiciones para el desastre.

Por principio de cuentas, la existencia misma de importantes núcleos de población en zonas de riesgo ųladeras, riveras y lechos de ríosų, así como la evidente insuficiencia de la infraestructura de drenaje en otros puntos ųcomo diversas áreas de la capital tabasqueñaų ponen de manifiesto graves carencias y vicios en las políticas federales, estatales y municipales de desarrollo social y de asentamientos humanos: a la incapacidad para superar los rezagos estructurales han de sumarse el descontrol y la falta de planificación y evaluación de riesgos, así como los ejercicios administrativos presumiblemente corruptos que permitieron, en su momento, el fraccionamiento, la venta y la población de las superficies mencionadas.

Buena parte del crecimiento demográfico de las últimas décadas ha tenido como destino terrenos que debieron ser declarados inhabitables; dicho sea de paso, ello no sólo se verifica en las zonas en las que ocurrió la más reciente catástrofe, sino también en áreas urbanas, como las que se asientan en minas y cañadas en el poniente de la capital de la República. Pero si no ocurrió así es, entre otras razones, porque mantener una mano de obra barata requiere de vivienda también barata y, de ser posible, sin costo para empleadores e instituciones públicas. A su vez, esa mano de obra ųtraducida en competitividad y rentabilidadų ha sido considerada como un factor central de la inserción del país en la economía global y los mercados internacionales.

No es el caso de esta reflexión el buscar culpables o atribuir responsabilidades de la tragedia, pero sí evidenciar consecuencias terribles e insospechadas del modelo económico vigente en la nación desde principios de la década pasada.

En lo inmediato, la sociedad debe movilizarse en auxilio de las víctimas y atemperar, en la medida de lo posible, el enorme saldo de dolor humano de la catástrofe. Pero también es necesario evitar que se repitan episodios amargos como el que ahora enluta al país, y ello no sólo implica extremar las precauciones en materia de protección civil, sino también emprender un viraje político y económico para garantizar que ningún ciudadano mexicano tenga que vivir en áreas de peligro.


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