La Jornada martes 12 de octubre de 1999

Ugo Pipitone
Un cuadro de Botticelli

En el Museo del Prado, en Madrid, hay un cuadro de Sandro Botticelli de 1483. Entre altos pinos mediterráneos, que enmarcan una bahía donde se divisan dos carabelas fondeadas, se representa un banquete. En el frente de la pintura, en contraste con el tranquilo escenario marino y con la excitación festiva de los comensales, una mujer desnuda es atacada por dos perros. Un jinete en coraza dorada, que irrumpe al galope en la escena, los azuza a desgarrar las carnes de la mujer indefensa. La joven extiende los brazos en un pedido extremo de ayuda, que quien mire la pintura sabe que no vendrá. Una imagen de serena atrocidad en un contexto de fiesta ciudadana y de comercios florecientes.

Leyendo las declaraciones de estos días en que el gobierno chileno y los abogados defensores de Pinochet piden la liberación del general, por motivos humanitarios, recordé este cuadro. Las metáforas que se explican se vuelven triviales, pero no puedo evitarlo. El jinete vengador es Pinochet; los dos perros que atacan a la mujer indefensa son las fuerzas armadas de Chile, una organización burocrática maquinalmente homicida; las carabelas son símbolo de comercios que siguen sin inmutarse, y los convidados desatentos frente a la barbarie que se escenifica ante sus ojos representan una comunidad internacional que estaba demasiado preocupada en sus asuntos, demasiado entretenida en la anestesia moral de su anticomunismo cavernario, para prestar atención.

ƑPor qué es tan importante que se realice el proceso a Pinochet en España? ƑPara cumplir sobre un viejo dictador, que siente hoy la humillante necesidad de magnificar sus achaques, una justicia por tanto tiempo postergada? El sufrimiento que podría experimentar Pinochet en términos de pérdida de la libertad, Ƒsería castigo adecuado a tantos gritos de jóvenes y ancianos torturados, a tantos inútiles pedidos de socorro y clemencia, a tantos silencios mortales producidos en tantas mazmorras? ƑHay algo en la miserable humanidad de Pinochet que pueda resarcir todo eso? No creo.

En la cultura occidental (que no coincide con Hernán Cortés, como piensan aquéllos que cada 12 de octubre sienten la necesidad de romperle un dedo a alguna estatua de Cristóbal Colón), de la cual Pinochet fue la expresión más despreciable, el proceso judicial no es sólo el instrumento para producir un castigo. Es, sobre todo, un instrumento para descubrir la verdad; una forma de pedagogía cívica para exponer el delito y hacer visible el mal que permanece debajo de la costra de las convenciones sociales. A esta altura de nuestra historia castigar a Pinochet no es lo importante, me atrevo a pensar. Lo importante es no añadir la vergüenza del olvido a la de la barbarie. Lo que cuenta es mostrar a los ojos del mundo responsables y cómplices, que tienen nombres y apellidos. Pronunciarlos en voz alta, en algún tribunal español, tendría un valor pedagógico esencial.

Pronunciémoslos aquí, esos nombres. En primer lugar, la Democracia Cristiana chilena, que creó el ambiente de cruzada anticomunista sin el cual el golpe del 73 probablemente no habría ocurrido. En segundo lugar, las fuerzas armadas de Chile que, desde el golpe, se comportaron como los perros de Botticelli. Un ejército que ningún baño cívico-patriótico podrá disculpar por la barbarie de la que fue bruto ejecutor. En tercer lugar, una Iglesia católica que, cubierta de fariseísmo, si no bendijo el golpe faltó poco para que lo hiciera y se dedicó, desde sus máximas jerarquías, a mirar al otro lado mientras las víctimas buscaban en ella una protección que casi nunca vino. En cuarto lugar, Estados Unidos que en el caso chileno dio la muestra más evidente de los límites de inhumanidad a los cuales estaba dispuesto a ir en su paranoia anticomunista.

En ese contexto, el destino personal de Pinochet es absolutamente irrelevante. Que se le condene a treinta años de cárcel (o a doscientos) para después devolverlo libre a su país a través de alguna forma de amnistía, podría estar bien. Pero Pinochet no es el punto. El punto son las fuerzas que lo hicieron posible, que lo protegieron y encubrieron. Pinochet fue sólo el instrumento de la barbarie, como los perros de Botticelli. Lo importante es que en los tribunales españoles se ventilen las responsabilidades de la Democracia Cristiana chilena, de la Iglesia católica, de la CIA y el departamento de Estado. Que alguien se avergüence, aunque sea postreramente. Y si no, que alguien más en el mundo reduzca su confianza en esos símbolos vergonzosos de lo que Occidente, a veces, es.