Salgo para Viena esta semana, un poco atemorizada. Las noticias que nos llegan son alarmantes: muchos votantes eligieron a Haider, para quien los nazis ``fueron hombres de gran carácter a quienes hay que homenajear'', entre ellos, por ejemplo uno de los más ``excepcionales'' por su capacidad para planear el exterminio, Himmler, a quien cito: ``Con el antisemitismo pasa lo mismo que con el despioje. Retirar los piojos no depende de una cuestión de concepción del mundo. Es un problema de limpieza''. Expresión que se aplica ahora no sólo a los judíos casi totalmente exterminados en Austria, sino a los gitanos, a los turcos y a las minorías que llegaron a Austria como mano de obra para hacer lo que los austriacos ``arios'' no se dignaron ejecutar. Y se viene a la cabeza el gran imperio austro-húngaro y su dominación de una vasta extensión en Europa oriental, incluyendo a la ex Yugoslavia donde aún se debate el viejo problema de las nacionalidades.
Y on top of that, para decirlo llanamente, no es menos alarmante recordar que Hitler nació en Austria y que gran parte de esa población apoyó al nacionalsocialismo.
Es evidente que no todos los austriacos son o fueron neonazis, y que en la Austria de la posguerra hubo grandes antifascistas, como Thomas Bernhard o Ingeborg Bachmann y antes el número de figuras para la cultura es enorme, entre otros, Mozart, Schubert, Freud, Von Hoffmanstahl, Schnitzler, Musil, Jakob Wassermann, Stefan Zweig, Georg Trakl, Franz Werfel, Hermann Broch y ¡claro, Kafka!, ¿pues no le tocó vivir gran parte de su vida cuando aún Checoslovaquia era parte del imperio austrohúngaro?
Muchos murieron en campos de exterminio o en el exilio, por eso no asombra leer en el testamento de Bernhard:
``Todo lo que escribí o publiqué durante mi vida, o como parte de mis papeles literarios que todavía existan después de mi muerte, no deberá jamás ser representado ni impreso o ni siquiera leído públicamente dentro de los confines de Austria o cualquier otro nombre con que este estado quiera identificarse a sí mismo.''
Indignada, voy a Viena. Rememoro un viaje que hice en 1953, a Munich, con una amiga que tenía allí un tío, hermano de su padre, nacido en Polonia y sobreviviente de Auschwitz donde había perdido mujer e hijos, casados con una judía también sobreviviente del mismo campo, donde fueron exterminados su esposo y sus hijos. Estos dos sobrevivientes tenían a su vez dos hijas que celebraban las fiestas judías y las cristianas. En los brazos sus padres tenían tatuados los números que habrían de llevar para siempre: ¿Qué les dirían a sus hijas cuando les preguntaran, quizá en el verano, qué significaban esos números?
¿Que era el número de trabajo de su oficina, como le dijo a su hijo otro sobreviviente de Auschwitz, ciudadano israelí, y que durante el proceso de Eichmann en Jerusalén ostentaba en su brazo esa marca?
Tenían un apartamento cerca de la iglesia de Nuestra Señora, situada en medio de un gran vacío colmado por las ruinas de edificios bombardeados; la ciudad era oscura, lúgubre y sólo nos alegraba ir a un café con calefacción rudimentaria, que contrastaba con la recámara fría en la que dormíamos. No quiero hacer un juicio, la vida es muy cabrona, nomás me acuerdo.
Y anoche le contaba esta historia a mi querídisima Mariana Frenk, quien cumplió 101 años, edad codificada con un número precioso, aunque no ``tan taquillero'' -dice- como su cumpleaños número 100 en 1998, cuando recibió regalos y homenajes. Agrega: ``Cuando cumpla 110 años, volveré a recibir muchas muestras semejantes de cariño, pero no puedo prometerles nada''. Esther Seligson y yo sonreíamos y miramos con ternura su rostro, cada vez más iluminado e inteligente.
Mariana nos relata la historia de un sobrino nieto del doctor Frenk, quien se enteró por casualidad del suicidio de su abuela judía, cuyo origen él ignoraba y que prefirió arrojarse al río cuando recibió la orden para ser deportada al campo de concentración de Theresienstadt. Cuenta que su nieto, hijo de Silvestre Frenk y connotado astro-físico, recibió una oferta magnífica y vitalicia del Instituto Max Plank, en Alemania. Ella le aconsejó que no la aceptará, pues ``nunca se sabe''.
Con ella nos congratulamos de que el Nobel de Literatura haya sido para Günther Grass, quien donó su premio para causas antifascistas, entre ellas, proteger a los gitanos de la discriminación en Europa.